luns, 15 de xaneiro de 2018

De Chirico: Sueño o realidad



La pintura metafísica de Giorgio De Chirico se plantea en el espacio del CaixaForum de Madrid como un faro entre dos mundos. El de la antigüedad, del que no se desprende en ningún momento, y el de una contemporaneidad que surge del planteamiento onírico de muchas de sus escenas.


Pocos movimientos pictóricos fueron quien de generar un universo tan fascinante como la conocida como Pintura metafísica. Sus plazas abiertas, sometidas a una perspectiva renacentista con un sol proyectando su luz sobre objetos y maniquíes, generadores a su vez de largas y enigmáticas sombras, hicieron de los aproximadamente cinco años en que se condensó este fugaz istmo artístico del siglo XX un epígono perfecto de otros como el Dadaísmo o el Surrealismo que integraron la enérgica libertad del subconsciente en el mundo de la pintura.
Giorgio De Chirico (Volos, 1888-Roma 1978) fue su representante más destacado y, junto a Carlo Carrá o Giorgio Morandi, los autores de una pintura que se incluía en el febril relatorio de movimientos pictóricos de las vanguardias artísticas del periodo de entreguerras. Hasta el 18 de febrero el CaixaForum de Madrid nos propone una aproximación esos espacios turbadores generadores de una sensación de desasosiego, pero también de una belleza fascinante. Y lo hace de la mano del artista más destacado del movimiento, ya que bajo el título ‘El mundo de Giorgio De Chirico. Sueño o realidad’, pinturas, esculturas, dibujos y acuarelas sintetizan de una meditada manera todo el universo de un pintor que por su longevidad tuvo un gran influjo en numerosos pintores, y su pintura tuvo un largo recorrido en el tiempo, pero manteniéndose siempre fiel a sus postulados metafísicos.
El brillante montaje de la exposición juega con el interior de los lienzos al plantear toda una serie de arcadas en la propia sala, como las que caracterizaron esa arquitectura que surgía de la pintura italiana del Trecento y el Quattrocento, en las que se ubican los cuadros. Un eco en el que esa perspectiva que tiranizaba los interiores de las piezas sale al exterior y prolonga en todo el espacio el magnetismo que reside el interior de cada uno de ellos. Porque si algo consiguen estos cuadros, a partir de esa manera de pintar, es cautivar al espectador, sumergirlo en una atmósfera especial que descontextualiza al ser humano y lo adentra en un universo entre lo onírico y lo histórico, ya que la pintura metafísica pende directamente, no sólo del subconsciente, en unas curiosas alineaciones de objetos, sino también de toda una tradición artística, cultural y social, en este caso, italiana, que ofrece una línea de continuidad en la pintura de ese país.
El mundo de Giorgio De Chirico pasa por diferentes etapas, la más importante para la pintura metafísica en la década de los años diez, centrada en esos espacios arquitectónicos; un momento posterior en las décadas de los años veinte y treinta, en las que la figuración se impone al espacio a partir de una poderosa iconografía; un tercer momento en el que a partir de los años cuarenta vuelve la mirada a los grandes maestros de la pintura para, en la parte final de su vida, entre 1968 y 1976, generar una suerte de neometafísica, recuperando muchos de los postulados iniciales de su pintura.
Pero todas esas etapas se diluyen cuando uno recorre la exposición, cuando se enfrenta a esas piezas evocadoras, ya no sólo de un tiempo concreto, el de su creación, sino el de una pintura anterior, de la que se nutre e inspira. Allí, frente a esas plazas abiertas o ante sus maniquíes, aquella pintura italiana del Renacimiento se adentra en un mundo de sueños, de espacios que renuevan una tradición a la que sería imposible dar la espalda enriqueciéndola así desde la individualidad del ser humano en el siglo XX. El arranque de la exposición con una serie de retratos y autorretratos realistas nos presentan a un artista dominador del dibujo y de una técnica que no se limitó a un fácil camino que le auguraría éxitos seguros, sino que decidió adentrarse por una nueva pintura, pero también escultura, ya que esta muestra sirve también para descubrir la que era una gran desconocida en la producción del pintor italiano: su escultura. Piezas en terracota y bronce, unión también material con la antigüedad, que trasladan al espacio tridimensional muchos de los elementos que configuran su pintura. Todo este universo de objetos descontextualizados, naturalezas muertas o maniquíes humanizados no se separan de otro elemento clave en la pintura de De Chiricho, como es el sentido de la narración, al no plantear una fractura completa con la historia de la pintura ya que sus espacios tienen siempre un enganche con el pasado, con un pasado sin el cual poco seríamos.



Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda. Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo7/01/2018

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