mércores, 27 de decembro de 2017

¡Nos las arreglaremos!

Cuarenta años después de su muerte el silencio del cine de Charles Chaplin continúa siendo un poderoso grito sobre el ser humano

El día de Navidad de 1977 fallecía Charles Chaplin. Cuarenta años después de esa fecha todavía conmueve acercarse a su cine de silencios, de miradas y gestos, para el que la palabra era un estorbo, convirtiéndose ese silencio, paradójicamente, en un vigoroso grito alrededor del ser humano y sus problemas con una sociedad cada vez más deshumanizada.
Se acaba este año, fin de una etapa más en nuestras vidas. Un año lleno de días felices e infelices, de alegrías y de tristezas, de peripecias que se han ido pegando a nuestra piel como parte del peaje que toda existencia debe pagar. Como en el final de esa obra maestra del cine que es ‘Tiempos modernos’ le damos la espalda al caduco 2017, mientras nos dirigimos hacia el 2018. «¡Nos las arreglaremos!», le espeta el último vagabundo de Chaplin a su compañera para, instantes después, obligarle a esbozar una sonrisa en su rostro. Quizás eso sea lo único que necesitemos realmente para encarar la aventura de un nuevo año, esperanza y alegría, armas chaplinianas para enfrentarse a la vida y vencer así la desorientación que producen tantos acontecimientos como tienen lugar en nuestra turbulenta sociedad.
No sé sinceramente cómo respondería Chaplin a esta loca realidad actual, me gustaría pensar que seguiría fiel a las herramientas que empleó en sus películas: la bondad, la ternura y una suerte de inocencia que, lejos de ser ridículas, son un acto de rebeldía y firmeza frente a tanta vanidad y a ese estúpido deseo del ser humano de ser lo que no es.
El mundo de la infancia, el trabajo, el amor, el sueño americano, los totalitarismos, la fragilidad del hombre y su decrepitud final. Todo esto es la vida y todo está en el cine de Charles Chaplin. Acostumbrados como estamos a un cine lleno de efectismos y distracciones, volver a colocarse ante la pantalla en blanco y negro y el silencio, un silencio ya eterno, de su cine, es comprender realmente el valor del cine como medio de expresión artística, pero también como vínculo con la realidad de su momento como ningún otro arte ha sido capaz de lograr a lo largo de la historia. Los ojos de Chaplin son siempre los ojos del espectador que, ante estas imágenes, retrocede en el tiempo y hace de las virtudes del clown el único escudo para protegernos ante la intemperie. Es entonces cuando comer unas botas hervidas no es algo tan grave, o cuando recoger una flor del suelo para devolvérsela a su vendedora es un acto trascendental. Una poesía que permite tomar distancia con la realidad, sortear sus golpes y volcarse en el gag como parálisis de la sociedad ante la esencia del individuo que reacciona ante ella fragmentando su propio tiempo y convirtiendo a la risa en una insurrección frente a las normas, a lo cotidiano y a la tiranía planificada por unos tiempos que cada vez parecen más ajenos a nosotros mismos.
Quizás no sea mala idea a la hora de cambiar de año y antes de dar ese salto en el vacío el revisar alguno de los títulos de Charles Chaplin. Desde sus iniciales cortos a ‘Candilejas’, de su mano uno se arrima a aquello que más conmueve del ser humano, a una esencia que poco a poco hemos ido perdiendo y que desde hace cuarenta años dejó de estar presente entre nosotros, pero que el actor y director ya se había encargado de encapsular en sus películas para que, con bombín y bastón, seamos capaces de seguir siendo felices, porque pese a quien pese ¡Nos las arreglaremos!



Publicado en Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo 27/12/2018

Arte sostenible

Rue Saint-Antoine nº 170
Arte. Una exposición del pontevedrés Kike Ortega en la Emotion Art Gallery de Madrid, abierta hasta el 10 de enero, lleva hasta la capital una de las propuestas artísticas más interesantes que últimamente surgen en nuestra ciudad. Una apuesta por un arte sostenible, donde material y creatividad luchan a partes iguales por impactar al espectador.


Kike Ortega es feliz en Pontevedra. Algo en lo que no es distinto a los miles de pontevedreses que día a día hacen de esta ciudad una parte fundamental de su vida. Pero Kike Ortega lleva muchos años exponiendo ese trabajo concebido y parido a las orillas del Lérez fuera de nuestra ciudad, reclamado desde diferentes espacios nacionales e internacionales pero siempre con Pontevedra como el eje en el que hacer girar su compás creativo. Arquitecto de formación su creatividad e imaginación se han ido expandiendo por territorios como los de la pintura y la escultura generando un lenguaje de un gran efectismo visual en un espectador que ante sus obras aplaude no solo ese talento del creador sino también la reconversión de los materiales en su trabajo.
Y es que esa apuesta por la sostenibilidad de una serie de materiales que van más allá de ser un mero soporte, los convierten en protagonistas de su discurso artístico. Texturas, colores, significados y tiempo se funden en las diferentes propuestas del artista tras un largo periodo de experimentación y maduración de posibilidades y efectos. Así es como bidones, tableros de encofrar, lonas de tren, arpilleras e incluso techos de tractor son los lienzos desde los que Kike Ortega sigue en su planteamiento de fragmentar el tradicional soporte pictórico, de discutir sus márgenes y límites, planteando una libertad en el hecho creativo que llena sus obras de una potencia y vigor que de otra manera sería muy complicado conseguir debido a la tradicional domesticación de la pintura en el lienzo. «Siempre he enfocado mi trabajo hacia la expresividad de los materiales. Estoy interesado en ellos pero de una forma bastante simple, los observo como algo que está ahí para servirme. Me gustan los materiales usados, agotados en su función, pero que tengan una apariencia objetiva», apunta Kike Ortega sobre su relación con los materiales.
Kike Ortega lleva exponiendo en Madrid desde el mes de noviembre tras mostrar su obra en los últimos meses en Miami (Byscaine Art House) y en la sede viguesa de Afundación, pero el cercano 2018 le cita de nuevo en Miami para exponer en el Centro Cultural Español. Una apretada agenda que a Kike Ortega le reafirma en su trabajo y también en la necesidad de todo artista por mostrar su obra, por hacérsela llegar a «un público que debe ser entendido más allá de un mero consumidor o comprador de obra», como manifiesta el artista pontevedrés junto a la necesidad de que la cultura recupere el protagonismo que ha tenido en otros momentos, «algo que entiendo como crucial para la autoestima de cualquier sociedad, además de ser una inversión de futuro».
Figuras humanas, arquitecturas, juegos de perspectivas... todo eso se va asomando en unas obras en las que tan importante es lo que se muestra y cómo se hace, cómo se aprovechan los diferentes soportes y las hendiduras, manchas de óxido o logotipos para enriquecer un lenguaje que en muchas ocasiones logra la belleza donde todo estaba ya perdido. Piezas ya despreciadas por esta sociedad que gusta de deshacerse de demasiadas cosas que todavía pueden serle útiles.
Esa cabeza de toro, picassiana, simbólica, brutal, planteada sobre el techo de un tractor, es el gran tótem de esta exposición y de un nuevo camino hallado por el artista para continuar avanzando, para seguir volcando ideas y posibilidades para seguir creando, eso sí, siempre desde Pontevedra, ya que para Kike Ortega es «una ciudad con unas enormes posibilidades artísticas, llena de creadores y con una disposición urbana idónea para circuitos expositivos. Deberíamos hacer del arte una herramienta beneficiosa para la ciudad.»



Publicado en Diario de Pontevedra 26/12/2017


xoves, 21 de decembro de 2017

Vista cansada


Me acaban de diagnosticar vista cansada, y lo cierto es que no me extraña con lo que nos ha tocado ver y padecer en los últimos meses a nuestro alrededor, con una sociedad a garrotazos con sus banderas o unos bosques convertidos en un cenicero, y así, lo normal es que el cuerpo humano, inteligente él, intente dejar de ver.
Llevo unos meses midiendo la distancia desde la que observar la realidad, una distancia que distorsiona esa realidad y obliga a mover objetos para que el ojo los calibre perfectamente. En mi centro óptico me han enfrentado a esas letras a las que nos someten en cada revisión ocular que parecen surgidas de una especie de Bauhaus óptica para calcular así mi distancia ideal a la hora de observar nuestro entorno, pero también para posicionar esos libros que se convierten, en estos tiempos turbulentos, en un bálsamo para la vista y en un descanso para la mente. Desde hace un tiempo esos libros se mueven en busca de la distancia ideal para su lectura, intentado definir los contornos de las letras y maldiciendo cada vez más esas ediciones de bolsillo que aprietan las palabras de una manera inimaginable. Levantar entonces la mirada hacia lo que nos rodea se convierte en un tránsito hacia el mundo real y ante el que la vista también ofrece claros signos de agotamiento.
Dicen los profesionales que esta anomalía visual surge en el entorno de los 45 años (por ahí andamos) por una pérdida de capacidad de enfoque del cristalino debido al paso del tiempo, pero no se dice nada de si lo que sucede a nuestro alrededor acelera o sirve para incrementar esa necesidad de corrección del funcionamiento del ojo y, sinceramente, creo que no se debería despreciar ese factor. Así ver a muchos de nuestros políticos de algarada en algarada situando en el listado de prioridades de nuestra sociedad cuestiones que ponen en duda nuestra convivencia frente a otras necesidades le nubla la vista a cualquiera. También el enfrentarse como hemos hecho en esta tierra de nuevo a una catástrofe ecológica que ha dejado maltrechos a una parte importante de nuestros bosques en un proceso trágico que parece repetirse de cuando en cuando sin que a nadie parezca temblarle la vista, más que a los miles de afectados por los efectos del fuego. Solo estos dos ejemplos más próximos a nosotros, ya no me quiero meter en las acciones del presidente norteamericano Donald Trump que, más que vista cansada, propiciarían una ceguera irremisible, visibilizan situaciones que ponen en peligro nuestros sentidos y complican cada vez más la relación de nuestro cuerpo con el hábitat en el que nos ha tocado sobrevivir.
Tras el diagnóstico llega la solución, inaugurando de esta manera el tiempo de las progresivas, unas gafas en las que ese tránsito visual entre lo que vemos entre nuestras manos o en nuestro ordenador no se resiente ante la ya aceptada y consolidada miopía (si es que no nos falta de nada) y que tras utilizar las nuevas gafas lo que sí deja en evidencia, y esto sí que es plausible en nuestra sociedad, es el progreso técnico de estos elementos en los que una misma lente sin marcas ni evidencias de su doble función permite esa visión progresiva y con una cuidada estética.
Pues en eso estamos, en mirar de cerca y de lejos con ayuda de unas gafas progresivas a este tiempo en el que que nos movemos. Ese mismo tiempo que va lentamente dañando a nuestro organismo, haciéndonos recordar nuestro carácter de especie efímera frente a una sociedad que, pese a sus desmanes, seguirá ahí, con sus imperfecciones, fruto de un ser imperfecto que muchas veces, demasiadas, se empeña en acrecentar esas taras con unas conductas que nos afectan directamente a todos nosotros, mellando nuestra salud y haciendo que entrar en una óptica o ponerse en manos de un oculista se convierta en una reflexión sobre cómo miramos a nuestro entorno y cómo nuestra vista se adapta a él.




Publicado en Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo (20/12/2017)


mércores, 20 de decembro de 2017

Viren as costas!

A literatura portuguesa está a vivir neste inicio dun novo século un forte pulo que chega da man de novos nomes que se integran a carón doutros xa consagrados. Un país que está de moda dende o turístico tamén quere facer da súa cultura unha referencia que traspase as fronteiras, algo que segue a costar moito e que curiosamente agrándase canto máis pegado se está a esas fronteiras. Dende España e Galicia Portugal tería que entenderse como unha prolongación, como un campo para sumar talento. E no literario hai moito talento do que gozar.


Tan preto e tan lonxe. Adoita pasar isto con Portugal. Territorios dunha mesma península, aquela Iberia pola que suspiraba de xeito ben intelixente o mesmo José Saramago. Galicia, España e Portugal están moitas veces de costas entre eles. Tres realidades sociais e culturais demasiadas veces afastadas entre si, preocupadas en ollar cara horizontes diferentes que as confunden fronte a súa propia historia e a unha chea de afinidades que servirían para facelas máis fortes, engadindo esforzos e as sobranceiras calidades das que todas elas dispoñen. A literatura tampouco é allea a esta situación e a escrita portuguesa vese de certa maneira desprezada pola ignorancia de non botarse a ela e de non  descubrir o seu potencial máis alá dos nomes consagrados como Camões, Eça de Queiroz, Pessoa ou José Saramago. Hoxe a literatura portuguesa vive unha bulideira actividade na que se integran autores de longo percorrido con outros nomes que lle confiren un novo alento a unha literatura que se enguedella con realidades paralelas a todo o ámbito da lusofonía, como as antigas colonias ou o Brasil.
Plantexar unha paisaxe literaria do que acontece hoxe precisaría dun amplísimo espazo para non caer nunha excesiva limitación de nomes, pero, amantes do risco, faremos unha escolla de cinco nomes que permitan cando menos deixar plantexada unha ollada á escrita dende o Portugal continental, tentando abranguer as realidades desa literatura que agora mesmo móvese nun contexto claramente interxeracional. O consagrado Lobo Antunes, o máis internacional e gabado Gonçalo M. Tavares, a renovación da man de Valter Hugo Mãe ou José Luis Peixoto e unha muller, como Lidia Jorge, xa asentada no panorama das letras portuguesas, permiten adentrármonos polos ‘Camiños da literatura portuguesa’, empregando o título que se utilizou na última Feira do Libro de Madrid, adicada a presentar o estado da cuestión desta literatura da que tampouco podemos esquecer nomes como os de Agustina Bessa-Luís, Eduardo Lorenzo, Mario Claudio, Alfonso Cruz ou Bruno Vieira Amaral.
António Lobo Antunes (Lisboa, 1942). Arredor do seu nome sempre xira o adagio de ser o eterno candidato portugués aos Nobel. El, sempre polémico nas súas declaracións, rise diso sabendo que nunca o gañará, e dicindo que quen lle dá prestixio aos premios son os gañadores e non o premio ao escritor. O seu carácter, desafiante as máis das veces, imponse á súa escrita, dunha calidade incuestionábel. Non gusta de Pessoa, o que, unha vez superada a súa intencionalidade herética, coloca a António Lobo Antunes nesa individualidade irreverente que o singulariza na escrita portuguesa. ‘Ata que as pedras se volvan máis lixeiras que a auga’ e a súa derradeira novela saída en outubro do prelo. Un libro co que o autor regresa á guerra de Angola, na que participou, pero tamén é unha declaración de intencións sobre a súa literatura que arrinca en 1979 con ‘Memoria de elefante’ , xa que nunha entrevista arredor deste último traballo explica que «non conta historias, nin pretendo entreter, nin ser divertido, nin ser interesante, só quero que que as pedras se volvan máis lixeiras que a auga. Cando consiga iso entonces si que me poden ler, porque daquela si que escribín o que tiña que escribir».
Gonçalo M. Tavares (Luanda, Angola, 1970). Del dixo José Saramago que sería o próximo autor portugués en gañar o Nobel. Isto, que podería ser unha lousa para calquera, para este escritor supuxo unha necesaria distancia para plantexar o seu propio camiño nas letras lusas. Un camiño cheo de obras dunha gran calidade na escrita, pero as veces complexas para o lector. Tamén gabadas as súas obras por Enrique Vila-Matas o esforzo da súa lectura convértese nunha recompensa ao ler a alguén que diversifica a súa maneira de escribir, sempre procurando alternativas diferentes en cada un dos seus textos que comezaron a publicarse en 2001co ‘Libro da danza’, un volumen de poesía, ata o último publicado en España por Seix Barral, ‘Unha nena está perdida no século XX’ (2016). «Cada frase é unha responsabilidade» para este escritor que procura sempre potenciar a mensaxe, fuxindo de adornos en forma de adxectivos ou distracións que leven ao home a despegarse da verdadeira intención do relato, a de facer ao lector partícipe del mesmo. Este mesmo ano publicouse en Portugal ‘A Mulher-Sem-Cabeça e o Homem-do-Mau-Olhado’ que inaugura un nuevo universo literario baseado nas mitoloxías e na oralidade.
Lidia Jorge (Boliqueime, Algarve, 1946). A súa primeira novela ‘O día dos prodigios’ (1980), converteuse nun gran éxito e entendeuse dentro dun proceso de renovación técnica da escrita en Portugal. Docente, a súa estadía en Angola no último momento da guerra colonial foi un pulo na súa obra, como amosou no libro ‘A costa dos murmurios’ (1988), no que se reflicte esa experiencia, foi merecente de numerosos premios dentro e fóra de Portugal. España, Francia e Alemania recoñeceron con diferentes mencións o seu papel na literatura universal e en Galicia a Asociación de Escritores en Lingua Galega concedeulle o título de Escritora Universal en 2013. ‘Os memorábeis’ (2014) é a súa novela máis recente -publicou un libro de contos en 2016, ‘O amor en Lobito Bay’- na que conta a realización dun documental a cargo dunha xornalista portuguesa centrado na Revolución de 1974, revisitando os mitos desa Revolución así como a ilusión e desilusión de moitos dos participantes nela.
Valter Hugo Mãe (Saurimo, Angola, 1971), o recoñecemento do premio José Saramago, acadado en 2007 deulle o empurrón definitivo ao seu traballo, singular por non empregar maiúsculas ou signos de puntuación, buscando unha «democracia das palabras». A súa figura en Portugal excede o literario e trasládase a outros territorios como os da música ou a televisión, ao ser unha persoa que ten unha gran empatía coa xente. Interésalle na súa obra a «dimensión ética da literatura», afastándose de «escribir para que a xente pase o tempo», así como o achegamento á identidade portuguesa e a súas características como colectividade, o que quedou ben reflectido nun dos seus libros traducidos ao castelán ‘A máquina de facer españois’ (2010), no que se pregunta sobre certa dúbida existente no país veciño arredor de se estarían mellor sendo españois. A súa novela máis recente ‘Homes imprudentemente poéticos’ (2016) pon de novo a súa cerna no home neste caso fronte á morte e á natureza.
José Luis Peixoto (Galveias, 1974). Revelación ou sorpresa son algúns dos adxectivos que aparecen pegados a quen leva gravado no seu antebrazo a palabra Yoknapatawpha, o mítico territorio xerado por William Faulkner para ubicar o seu universo literario. Coma el, José Luis Peixoto fai do rural o seu ámbito de traballo, o espazo onde sintetizar un Portugal tradicional con outro contemporáneo. Lugares que asisten á perda masiva de poboación fronte ás grandes cidades. Así, a súa novela ‘Galveias’ (2016), editada en castelán por Random House, céntranse nesa chamada de atención sobre unha realidade que adoita estar presente na súa obra dende ‘Ninguén nos mira’ (2001), o seu debut na escrita, e que lle valeu o premio José Saramago ata o seu derradeiro libro, ‘No teu ventre’ (2017), no que a partir das aparicións da Virxe de Fátima vólvense a plantexar diferentes trazos da idiosincrasia portuguesa
Viren as costas cara Portugal e cara a súa literatura, tan diversa como bulideira nestes tempos nos que o arrecendo portugués está indo máis alá dunha moda pasaxeira nunha guía de turismo, converténdose nun solido alicerce cultural hoxe.




Publicado no suplemento cultural Táboa Redonda (17/12/2017. Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo


martes, 19 de decembro de 2017

Na beleza do efémero

Rue Saint-Antoine nº 170
Poesía ▶ Lucía Novas pon nas nosas mans ‘Cervatos’ un poemario construido a base de golpes de palabras que repenican entre si para dar conta dunha mestizaxe de sensacións que xorden da experiencia da poeta. Unha colaxe literaria e case visual que dubida do propio concepto da poesía, para facer da palabra a última instancia de acubillo.


É na súa fugacidade onde repousa o seu misterio. Nesa condición do efémero onde o belisco atrona a pel. O tempo é o xuíz que permite concederlle a importancia precisa ás cousas, por exemplo, a ese cervato que ergue a mirada dende a indefensión no medio do bosque ulindo cara o descoñecido, cara esa sorpresa ante á que aínda ignora se se atopa fronte ao bo ou ante unha ameaza, xusto antes de liscar. A vida, no fondo, non é máis que iso, a incerteza ante o próximo. Un ulido no aire.
Lucía Novas (Bueu, 1979) segue a medrar na súa poesía. No plantexamento instrospectivo dende a palabra daquilo que nos rodea. Levamos xa anos fronte a súa poesía recoñecendo capacidades e posibilidades, e agora, dende este poemario, a poeta volve a subir un chanzo máis cunha proposta arriscada na que se confía na forza da palabra dun xeito extremo. Palabra que é case imaxe, tanto pola súa contundencia, como polas relacións que se establecen entre elas, xa non dende o verso, senón dende unha linearidade que nos conduce por unha nova estética do verso, un transitar por aqueles elementos da realidade que deixaron un arrecendo na poeta e que agora converte nun fluido que reflicte todo aquilo que se apegou a un sentir na procura da beleza, capaz de moverse dende a néboa ata o kitsch.
Cervatos’, editado na afouta colección Tambo da editorial Kalandraka, ten ese ton de mestizaxe que envolve hoxe a nosa sociedade, na que, dende as máis altas instancias culturais, ata a compoñente aparentemente máis superflua da nosa contorna, todas elas forman parte dunha mesma realidade da que nós mesmos somos protagonistas. A partir deste contexto que tan ben suliña a autora, esa poética hibrídase na conquista dunha nova mirada que fai desa fragmentación da frase, dese encapsular unha idea convertida en imaxe, unha radicalización da brevidade que cada vez máis caracteriza ao noso mundo composto por un universo fugaz, de mensaxes tan lixeiros coma evanescentes no aire.
A diferenza coa proposta de Lucía Novas e que as súas palabras pesan. Sabemos que detrás do esvelto, das malvas, das coitelas, do blue, do pube,das revoltas ou do xarope o que se agocha é unha experiencia condensada nunha palabra entendida como porta, como facho que alumea todo un espirito de resistencia fronte á fraxilidade. A palabra como mastro no que izar as velas para a navegación polas augas da marxe, as que fuxen da monótona oficialidade. Alí arriba tamén sube a poeta de Bueu para ollar máis aló das Ons, para enxergar a ruptura do horizonte, para asexar o espazo da vida onde bikinis de flores e corazóns dourados latexan xunto a galletiñas salgadas e a unha mañá de domingo.
«Cervatos alleos -na distracción e a fraxilidade- ao teimudo, fascinante e implacable paso do tempo», lese na lapela do libro. De novo voltamos ao tempo. Precisamos do tempo para calibrarnos, tamén para medírmonos fronte ao conxunto, fronte a unha contorna cada vez máis difusa na que só a palabra pode servir de compás na mesta bruma. Onde a palabra, como campá, repenique na súa inesgotábel dimensión atemporal e así tentar atopar a nosa cerna, a nosa identidade. «O NEON séntalle mal ás peles fracas, amortalladas./Mais refulxen/as belezas, os corazóns, my love».



Publicado no Diario de Pontevedra. 18/12/2017


mércores, 13 de decembro de 2017

Madrid faise Galicia


Dende Valle-Inclán a Jabois, Madrid sempre amosou o seu interese polo sentir galego. Unha querenza de lonxe que se ve renovada de xeito cada vez máis intenso, e xa non só dende os parnasos culturais, senón no día a día, naquilo tan cotiá como camiñar pola rúa ou consumir algún dos nosos produtos gastronómicos máis totémicos.
Non hai máis que pasar uns días na vila e corte para entender que todo o que arrecende a galego gusta e que ten éxito entre os madrileños, así como entre os moitísimos visitantes que durante estes días enchen rúas e prazas, entre colas interminábeis ante as administracións de Lotería e as compras no Primark. Toda esa multitude precisa de espazo para moverse e Madrid vén de estrear unha ampliación provisional, que despois do Nadal será definitiva, das beirarrúas da Gran Vía convertidas nun caudaloso Amazonas polo que discorren milleiros de persoas cara arriba e cara abaixo. Manuela Carmena arrinca así en Madrid un proceso de humanización que se prolongará por diferentes espazos urbanos, alentando un proceso xa irreversíbel e que semella que llo borboriñou ao oído o mesmísimo Miguel Anxo Fernández Lores, autoridade mundial na materia e recordman de recollida de premios ao modelo de cidade por esa loita contra os fumes e a conquista de espazos para o cidadán.
Mimetízase así fisicamente Madrid en Pontevedra, un Madrid no que pasear entre as arquitecturas doutro galego, Antonio Palacios, é tamén no que manter un fío directo coa terra a través da gastronomía. Mercados de Nadal nas prazas nos que diferentes postos do Forno de Lugo dispoñen ante a multitude un amplísimo repertorio de lambetadas, tortas, pans e empanadas. Alí, xunto ao Teatro Real, e baixo os anuncios das representacións de La Boheme, os nosos paisanos non paran de vender empanadas de polbo ou cachos dun pan de millo escintilante baixo o sol do inverno madrileño. Pero máis aló do espontáneo destas apostas, outras afúndense na cerna da capital. Na Cava Alta, ás costas do mesmísimo Lucio, abriu as portas un local da franquicia galega Galeguesa, cunhas hamburguesas que son máis que comida, son un compromiso coa terra, o medio ambiente e a gandería máis tradicional. Non dubiden de que en pouco tempo o sabor das cachenas deixará os famosos ovos estrelados como o recordo dun tempo pretérito, converténdose esta carne noutro atractivo nesta zona tan senlleira do plano madrileño.
E é que Madrid respira polos seus barrios, os seus entornos máis tradicionais, sometidos nos últimos tempos a uns procesos de revitalización que enchen estes espazos de novas posibilidades. Un dos que mellor se está a enfrontar aos novos tempos é o barrio das Letras. Alí onde Cervantes, Lope de Vega e Quevedo moveron a súa pluma en colosais duelos literarios, un dos nosos referentes editorais, Kalandraka, tamén abriu as súas portas á cidadanía para amosar as súas xoias, porque iso é o que son estes libros especialmente dirixidos aos cativos, xoias de palabras e debuxos que non deixan de inspirar aventuras e soños entre eles, e que agora os lectores de Madrid teñen ben preto, como tiveron a Kiko Da Silva o pasado sábado explicándolles o proceso de creación dunha novela gráfica. Unha delicia que lles podo asegurar que moitos pequechos non esquecerán por cómo aquel miudiño home de negro acabado de chegar de Galicia faloulles de moitos dos seus heroes. Heroes como os que están a facer de Madrid Galicia.


Publicado no Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo 13/12/2017


«Mi relación con Pontevedra es instintiva. Cuando vengo siento que soy de aquí »

Rue Saint-Antoine nº 170
Jorge Castillo (Pontevedra, 1933) exhibe en el Museo de Pontevedra una exposición retrospectiva en la que se puede rastrear su larga y exitosa trayectoria. El más internacional de nuestros artistas propone así un viaje junto a sus seres y formas unidas a través de los años por una irrenunciable búsqueda de la emoción, la misma que busca en el espectador.

Jorge Castillo ante el mítico tríptico 'Palomares' (1969). Gonzalo García

Como dos amantes que se encuentran cada cierto tiempo Pontevedra y Jorge Castillo se convocan durante las próximas semanas para seguir entendiéndose. Y para ello la pintura es el mejor motivo, el lubricante necesario para que esa pasión siga viva. Jorge Castillo se instala en el Museo de Pontevedra para sorprender y admirar, pero sobre todo para convencer a los pontevedreses, sus vecinos, de que la suya es una pintura de la emoción.
¿Cómo siente usted Pontevedra?
Pues con mucha fuerza. Cuando vengo siento que soy de aquí. Es algo instintivo y a través de esta ocasión tan bonita es más intensa esa fuerza.
¿Cómo ha sido su relación con esta ciudad a lo largo de los años?
Yo he mantenido una relación con la ciudad que se ha prolongado a lo largo de los años, algún año no he podido venir, pero creo que en los últimos treinta años he hecho uno o dos viajes al año a Pontevedra. Pero muchas veces los he realizado no para encontrarme con alguien sino para ver la ciudad.
¿Y estos días preparando la exposición que le ha llamado la atención de la ciudad y cual es su espacio preferido?
Una situación que me ha llamado siempre la atención es un aire de tranquilidad extraordinario. Hay una sensación de humanidad en toda la ciudad, en la manera de la gente de hablar, de moverse. Para mí la iglesia de la Peregrina siempre ha sido un punto muy atractivo. Tan alta, estrechita, como una hermosa mujer.
Su vida se ha caracterizado por la itinerancia. ¿Qué le ha aportado esa situación a su pintura?
Todas las ciudades grandes o pequeñas tienen algo que aportar y siempre es mucho, y eso siempre se pega y te influye.
¿Cómo recuerda Jorge Castillo el inicio siempre complicado de un artista?
Es cierto, todo comienzo, sobre todo desde el punto de vista material, es problemático, pero ya está olvidado y cuando veo un cuadro realizado en los años cincuenta siento una gran emoción, la misma que sentí en aquel momento. Esa es la búsqueda de mi pintura, la de la emoción.
¿Quizás lo más complicado haya sido encontrar un lenguaje propio?
Por supuesto. Yo no tengo maestros. Todos los grandes pintores de la historia han sido mis maestros. Me interesan todos los movimientos artísticos, sin pertenecer a ninguno, y me he quedado con lo realizado por mis antecesores. Desde el principio he encontrado un estilo personal que me ha causado muchos problemas, pero sí, la satisfacción es ese camino propio y singular ya que la originalidad no está muy bien vista.
A lo largo de tantos años de trayectoria ha conocido ha muchas personalidades de la cultura. ¿Quién le ha impresionado más?
Han sido muchísimos, pero creo que quien más me ha impactado ha sido Giacometti. Fue una relación breve, en Ginebra. A él le gustaban mucho mis dibujos y me animó a que hiciese escultura, como así fue. Yo era muy joven, tenía treinta años, él era alguien muy inteligente y extraordinariamente sutil, alguien muy conciso que me aportó mucho. Y tampoco me puedo olvidar de Sartre. Fue alguien con quien discutí bastante y de quien se aprende. Son personas que permiten desarrollarte en una gran medida.
¿Qué supone para Jorge Castillo ver tanta obra reunida en un lugar especial como Pontevedra?
Me encanta. Esa cantidad de piezas, 87, de diferentes épocas reunidas en mi ciudad. Es una gran alegría, aunque ya se han hecho más exposiciones retrospectivas y siempre son impactantes, en Pontevedra es muy especial.
¿Y de que se siente usted más satisfecho en medio de tantas piezas?
Me siento satisfecho del camino realizado. Cuadro por cuadro es normal que unos se impongan a otros, y además mi juicio no es el mejor, es un juicio, un crítico tendría otro, pero lo importante es el proceso realizado a lo largo de ese camino tan satisfactorio.
¿Qué le preocupa a Jorge Castillo cuando comienza una obra?
El ser capaz de captar esa emoción de la que hablábamos antes. Una figura, un objeto o un paisaje, eso da igual, lo que busco es que a mí me produzca una emoción y que eso logre una misión. Las formas académicamente pueden ser muy diversas, pero yo rechazo el academicismo y si esa forma no me emociona la abandono.
En la exposición se han intercalado cuadros de diferentes épocas, sin un criterio cronológico lineal
Claro. El montaje lo he planteado yo mismo y no tengo en cuenta para ello las fechas. Para mí el arte es una cuestión de espacio y de pensamiento. También entiendo que las personas no son viejas por su edad y sí lo son por su espíritu. He distribuido las obras por las relaciones que ese establecen entre las diferentes piezas ya que mis cuadros son una gran familia de seres autónomos.
¿Semeja un universo muy singular de personajes que viven una realidad paralela a la nuestra?
Me alegro mucho de que usted lo vea así, porque en mi obra se produce esa mezcla de personas que actúan entre sí y viven diferentes existencias.
¿Jorge Castillo sigue pintando cada día?
Sí, cada día. Bueno, cuando no lo hago escribo, y escribo mucho además. Pero es lo mismo cuando pinto o cuando escribo, ya que para mí son situaciones que van de la mano. Yo escribo en el sentido no estrictamente literario de la palabra, trato escribir cosas que tengan que ser dichas por la voz humana y eso se relaciona de manera muy directa con lo que pinto.


Publicado no Diario de Pontevedra 11/12/2017


martes, 12 de decembro de 2017

Bendito escepticismo


Rafael Sánchez Ferlosio cumplió noventa años el pasado lunes y a la gente que cumple esos años hay que escucharla siempre, más aún si quien habla es una de esos rara avis de las letras asentada ya, definitivamente, en el escepticismo, quizás el más lúcido de los estados vitales.
Es posible que muchas personas de las que hemos leído ‘El Jarama’, como uno de esos libros sustanciales en la formación humana y literaria de cualquier ser nacido en este territorio, nos hayamos olvidado de Rafael Sánchez Ferlosio. Su silencio pétreo nos habla de una persona cansada ya de comunicar y de hacerlo con una sociedad que ni él mismo reconoce. Una sociedad bajo un vertiginoso cambio y a la que muchas personas son incapaces ya no solo de adaptarse sino de comprender. Es por ello que cuando uno de estos personajes rompe su silencio hay que estar muy atentos a lo dicho ya que en sus palabras suele residir siempre esa mirada sincera sobre la vida, ya sin peajes que pagar y asentada en una larga experiencia de desengaños y frustraciones, más que de logros, siempre tan caprichosos. Una vida ya más perdida que ganada y en la que el tiempo se entiende ya como un regalo añadido.
Dicho esto, y confirmando que Rafael Sánchez Ferlosio sigue vivo, asomarse a la entrevista concedida a El País, que firma José Andrés Rojo y publicada en el mismo día de un cumpleaños convertido en un acto público de reconocimiento a quien logró premios como el Nadal, el Cervantes o el Nacional de las Letras, se convierte en un provechoso ejercicio. Entre esas palabras, abruptas y descarnadas, que parecen dejar negro sobre blanco de lo aquí acontecido, nos encontramos a un hombre que lee la prensa sólo con lupa, una esclavitud de la vejez pero que se convierte en hermosa metáfora para el resto de los mortales enfrentados a diario a tantos titulares y artículos que emborronan la realidad, distanciándonos de ella, lo contrario de lo que debería ser su función. Nos encontramos también una persona hastiada de patrias y horrorizada con nuestra televisión, casi tanto como con la literatura de Vargas Llosa. Pero quien tan severo es con el escritor peruano también lo es consigo mismo, a través de la que es calificada como su gran obra. Sí, ‘El Jarama’, aquel libro obligatorio del Bachillerato que, junto con ‘Luces de Bohemia’, ‘El árbol de la ciencia’ o ‘El jugador’, se quedaron en nuestra alma (por lo menos en la de quien esto firma) como la gran puerta de acceso a la literatura desde el sistema educativo que, solo por gestas como estas, certifica su importancia dentro de una sociedad que sigue enemistada con él. Leer tantos años después de aquella lectura a su autor desangrarse a sí mismo con sus comentarios sobre la obra que lo consagró, es una nueva enseñanza alrededor de cómo nada es intocable o como aquello sobre lo que se lleva teorizado tanto, de repente, asiste al resquebrajamiento de sus pilares.
No es extraño que personas como él se aparten del mundo, si para una vez que salen, el ministro de turno le planta en sus rodillas un enorme ramo de rosas rojas como si fuese un gran féretro literario. Así las cosas, el propio Rafael Sánchez Ferlosio ante la pregunta sobre su futuro no le quedó más que sacar de nuevo el escepticismo a pasear y llevarlo hasta Valle-Inclán, siempre Valle-Inclán, para recordar la conversación entre el de las luengas barbas y el torero Juan Belmonte. «A ti solo te falta que te mate un toro», a lo que el diestro contestó: «Se hará lo que se pueda».



Publicado en Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo. 6/12/2017
Fotografía: EFE/Mariscal


luns, 11 de decembro de 2017

Todo pasa por algo

 ‘Deixe a súa mensaxe despois do sinal’ de Arantza Portabales Santomé é un orixinal relato, ou conxunto de relatos, que se enguedellan de xeito intelixente para contar catro historias persoais. Catro existencias en feminino que se fan literatura para amosar as quebras da vida.


Catro mulleres e catro vidas. Catro relatos que lle falan a un contestador, pero que nos falan a nós mesmos de como elas se enfrontan ao que ese taboleiro de xogo, en que se converten as nosas existencias, dispón ao seu arredor. Marina, Carmela, Sara e Viviana son mulleres ante situacións límite, realidades expostas dende a sinceridade, dende una maneira de escribir que non precisa da frase elaborada, do relato longo ou cheo de distracións. Arantza Portabales diríxese á cerna desas vidas, a rastrexar as emocións dende o emprego de frases curtas e plantexando unha serie de S.O.S. que atronan no seu interior e que precisan ser canalizados cara un destinatario no que se busca o desafogo máis que unha resposta que xa se dá por perdida. Mulleres que precisan a reflexión, a necesidade de respirar, botar fóra aquilo que as consume, aquilo que non entenden pero que pouco a pouco superan ata a súa redención final.
A intelixencia de ‘Deixe a súa mensaxe despois do sinal’, editado por Galaxia, é a súa contrución formal, o cómo eses relatos comezan afastados entre si para ir enguedellándose, xa non só dende unha construción literaria, senón social, ao ir pouco a pouco amosándose como partes dun todo, dunha realidade vivencial que nos sitúa ante esas colmeas en que se converten os nosos edificios. Vivendas separadas por uns escasos metros ou centímetros pero que en realidade afástannos moito máis do que pensamos dos nosos veciños Pero hai momentos nos que a vida se conxura para que esas vidas se crucen, para que xorda a descuberta e moitas veces unha especie de milagre provoque novos afectos e ata a empatía entre aqueles que ata hai un intre non eran máis cunha morea de descofianza e descoñecemento.
Arantza Portabales plantexa todas esas vivencias que como monólogos interiores convócannos ante catro personalidades que deben solucionar os problemas que lles puxo a vida no camiño. Unha separación matrimonial, unha doenza irreversíbel, as visitas ao psicólogo dunha moza ou unha muller que exerce a prostitución son os vieiros polos que as protagonistas teñen que transitar, o que lles serve como exercicio interior para acadar o seu propio coñecemento, pero tamén para tentar entender as razóns polas que se chegou a ese punto das súas vidas.
O falar de xeito aséptico cunha máquina convértese pouco a pouco nunha cálida conversa na que teñen lugar todos os matices da vida. A amargura, a ledicia, o amor, o medo, a dúbida, o rancor e todo iso vaise conxugando dende cada unha desas voces, distintas todas elas, pero conxugadas dunha maneira eficaz baixo ese senso novo da escrita co que traballa a autora e que permite unha nova posibilidade, xa que se se quere pódese ler a vida de cada unha delas de xeito continuado, sen as interferencias das outras historias, simplemente seguindo as numeracións do índice.
Temos así catro libros, catro relatos nos que a autora non despreza o humor, como un dispositivo máis para tentar acougar as situacións máis dramáticas. Un humor preciso para que a vida non nos volva tolos e permita, ao mesmo tempo, obter os folgos precisos para seguir adiante.
Unha historia pódese contar de moitas maneras, e a elección dese cómo é o que marca a diferencia entre os libros. Arantza Portabales plantexa nestes textos un crebacabezas que non debeu ser nada sinxelo armar, pero que a medida que se avanza na súa lectura un non deixa de aplaudir ese esforzo e de sorprenderse con eses encontros que se fían nos distintos relatos. O que se reforza cando se remata o libro e un ten a sensación de participar nas confesións de catro mulleres ás que os dados do azar fixeron conducirse por casas complexas. O que elas non contaban era coa mestría de Arantza Portabales e a súa capacidade para que todos nós nos puidésemos asomar a todas elas e entender así como todo pasa por algo.


Publicado no suplemento cultural Táboa Redonda. Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo 3/12/2017



martes, 5 de decembro de 2017

Apagouse a luz


Luz. Esa é a palabra clave na vida de calquera pintor. A chave que fai mudar as tebras da mente na lumieira en que se converte un cadro. A luz era o meu vencello con Manuel Moldes, pero máis alá do propio lenzo. A luz que se albiscaba pola fiestra do seu estudo era o meu acougo cando saía do traballo e ía ao meu fogar. Aquela luz acesa, cando as páxinas do xornal íanse rematando, era unha sorte de contrasinal. Moldes estaba no seu refuxio xunto as súas figuras, plantexando novos territorios, loitando contra si mesmo e contra o misterio que supoñía para el o feito de pintar. O feito de crear.
Misterio+Luz=Pintura e vida. A ecuación estaba así xa plantexada. Era o tempo da pincelada. Manuel Moldes miraba a vida a través dos pinceis. Con eles berraba, con eles analizaba a realidade, a de cada un dos tempos que lle tocou vivir, que non foron poucos. Tempos de muda, de compromiso, de loita para continuar aínda hoxe berrando. Porque Manuel Moldes berraba e os seus berros eran esas pinceladas que foron participando da mellor pintura que se podía facer dende Galicia cara o mundo. Unha linguaxe global que se mantivo afouta dende os anos setenta ata hoxe, ata este mesmo verán con esa exposición ‘Pontevedra suite’ no Museo de Pontevedra que fixo tremer o corazón da cidade vista dende o sofá que converteu a Moldes nun referente na nosa plástica.
Alí sentouse un día aquel Gran Dida para ollar cara todos nós, para que nos reflectísemos nesa mirada e que tivésemos a confianza precisa para facer o camiño. Canto lle amolaba a Moldes que non fósemos quen de armarnos da confianza precisa para non ter que marchar! Para que o talento que temos non se perdera! Durante un tempo pensou que todo iso mudara, pero os últimos anos volveron a encher de dúbidas a pintura de Moldes. E ata volveron os berros.
Aquela luz no estudo permitíame petar na porta e que Moldes abrira o seu acubillo. Eu sabía que tras aquela barreira estaba moita da nosa mellor pintura, pero tamén unha conversa entre risas e frustracións. Risas porque Manuel Moldes, baixo ese sorriso co que se enfrontaba a todo, deixaba escorregar moitas cargas de profundidade contra a sociedade, contra a pintura, contra os críticos, contra as institucións que non apoiaban aos creadores, contra a Universidade, contra o xogo do Pontevedra. Eu, mentras Moldes falaba, e ao tempo que escoitaba, miraba cara aqueles botes de pintura abertos, esperando que o pincel os convertese en magma sobre o lenzo, tamén dirixía a miña mirada cara a súas paredes cheas de frases e 'ecuacións' que procuraban darlle sentido á súa pintura fronte á vida, esa mesma que se agochaba baixo moitos cadros envoltos tras participar en diferentes exposicións e outros a medio camiño na súa realización. Manuel Moldes entraba e saía dos seus cadros, algúns quedaban un tempiño cara a parede, mentres a súa atención diríxiase a outros, pero aqueles, 'os castigados' ao mesmo tempo tamén estaban sendo pintados dende o seu inagotábel maxín. Era ese un tempo de reflexión, como se eses cadros tivesen que memorizar aquelas sentenzas gravadas nos muros do seu taller. Esas eran as frustracións, a do cadro que se resistía a xurdir, e tamén as de non comprender o mundo que se abría fóra dese estudo, as veces tan cruel, as veces tan teimudo para someter ao home. Un home que era o centro da pintura de Manuel Moldes. Pensemos un anaco en toda a súa obra e veremos como todo xira na capacidade do ser humano para tentar comprender e comprenderse. Dende o puramente instintivo ou racial ata o científico. Que ben quedou reflectida esa mestura no seu espectacular mural da Uned de Pontevedra!
Cando pasaba fronte ao estudo e a luz estaba apagada o día non remataba de todo ben. Eran horas que perdíamos os que gozábamos da súa pintura vendo como se retrasaba o remate dun cadro. Aquela luz era tamén a da veciñanza, a do home que traballaba e vivía fronte a gasolineira de Costa Giráldez en Benito Corbal, a do home que purraba cada domingo polo equipo granate como parte dunha memoria sentimental e de compromiso coa cidade. Imposíbel afastar Pontevedra da súa pintura. ‘As mozas de Pontevedra’, ‘Pontevedra durme’... e tantas e tantas obras directa ou indirectamente vencelladas a nosa cidade. A espazos físicos, a monumentos, ao Lérez, á xente... sensacións sentimentais que se afundían na cerna da terra, no carballo, no molete de pan, no coitelo, na cunca de viño, na espiral dun labirinto do que unha frecha marcaba o rumbo a seguir. Moldes nunca rexeitou seguir fincado nese espazo no que o seu taller xeraba unha especie de forza telúrica. Ao seu arredor tiñao todo, a vida do pasado, a que mudou esa antiga rúa ata convertela hoxe nunha rúa moi diferente a aquela na que se instalou un primeiro taller, pero tamén a de hoxe, coa familia, coa Facultade de Belas Artes e os veciños do seu barrio. Alí, fronte a aquela gasolineira, ás veces pensabamos estar ante un cadro de Hopper, ollando a xentes descoñecidas que formaban parte da vida, dunha vida allea a nós, pero a fin e ao cabo á vida dunha cidade na que todos somos.
Cando esa luz xa non se voltará a encender un no pode máis que berrar tamén. Berrar ante a ausencia, a do pintor, pero tamén a do amigo que me contaba cousas inesquecíbeis como cando Carlos Oroza aparecía pola casa para quedarse a comer (“pouco, que era máis ben ascético”) entre poesías e contos, que me mandaba ao carallo cando lle chamaba ‘Académico’ ou que era feliz cando lle comentaba que a Jabois íanlle ben as cousas por Madrid. Tamén cando falabamos dos proxectos que irían pouco a pouco sendo realidade, ilusións que ían tamén esvaecendo esas teimas que se repetían de xeito cíclico sobre o noso futuro como sociedade ensombrecido con aquel petroleiro da vergoña ou unha crise que volveu bater duro nese home arredor do que tanto pintou Manuel Moldes. Un pintor da luz e cuxa luz xa nunca máis volverá a prender como a chamada da amizade.


Publicado no Diario de Pontevedra 4/12/2017
Ilustración: Kiko da Silva

O testemuño de Lita Cabellut

O Museo de Arte Contemporánea de A Coruña acolle unha espectacular exposición da creadora Lita Cabellut. Unha contundente proposta sobre a súa observación do mundo e como esa contorna convértese nun universo plástico abraiante arredor de nós mesmos e o debate sobre a existencia.


Proxectarse dende o individuo. Afundirse na tradición para achegarnos unha nova dimensión da pintura. Construir un relato dende o que enfrontarse a nosa propia existencia. Son tres dos vértices nos que se sustenta unha exposición desas que provoca o abraio no visitante, non só polo que se amosa, senón por cómo iso se presenta ante nós. A estudiada disposición da mostra no MACUF aumenta de xeito exponencial o discurso da artista e permite que o espectador entenda ou se aproxime moito mellor as súas intencións.
Esas intencións, as de Lita Cabellut, axudadas polo intelixente e lúcido traballo do comisario da exposición, Antón Castro, xeran un espazo cheo de singulariades e calidades, en definitiva, unha exposición imperdíbel para calquera amante do artístico e que sitúa a este proxecto a altura de calquera mostra a nivel mundial. Certo que partimos dun material dunha alta calidade, a pintura de Lita Cabellut, fronte á que un entende o éxito e o momento de pulo que está a experimentar o seu traballo reclamado dende diferentes xeografías. Así París ou Hong Kong compartirán tempo de exposición con A Coruña, pero permítanme que dubide de si nesas exposicións alcanzarase a fondura do que aquí se amosa sobre todo por ese cómo do que falaba antes. A disposición da obra da artista en diferentes espazos activando momentos moi concretos da súa relación co seu universo de personaxes, ese corazón central latexando na recreación do seu estudo xunto a unha biblioteca-vitrina ou un vídeo no que observamos o seu modo de traballo, pois todo iso resume esa multidisciplinaridade do seu quefacer, da súa conciencia artística que se eleva entre a escuridade dos espazos como unha lumieira a través da cal observar o mundo.
Ese aspecto de Lita Cabellut é o que máis me impresiona da súa obra, como a través dos ollos dos seus representados vemos os ollos da propia pintora mirando a cada un deses rexistros que este mundo noso tan diverso, como cada vez máis alleo para o propio ser humano, é quen de presentar. Eses ollos resúmense en diferentes itinerarios, estacións de paso para seguir observando, para tentar entender a nosa existencia: a soedade, a transitoriedade da vida, a tolerancia, o silencio, a rebeldía, o futuro, a esperanza... son algunhas da compoñentes que rexistran este relatorio de historias, porque tamén hai moito disto nesta exposición. Historias que se amorean entre si artellando un relato coral e humano.
Se entramos no twitter de Lita Cabellut recíbesenos cunha frase de benvida: «Son máis cunha pintora. Son unha contadora de historias». A partir desta declaración de intencións todo se vai clarexando. ‘A mudez da existencia’, ‘A verdade’, ‘Silencio branco’, ‘O grito animal’, ‘Os acróbatas da cidade’ ou ‘As estrelas espidas’ son os nomes desas realidades que a artista plantexa. Grupos de persoas que singularizados reflicten ese estado de soedade dentro da manda. A soedade como obriga ou como necesidade. O devir do tempo como motor da nosa existencia, o que define o que somos e aquilo no que nos convertiremos. E todo iso felizmente enguedellado coa tradición pictórica. Dende o retrato ata o xénero das vanitas, axitado coa singular maneira de pintar, que é a que lle dá a Lita Cabellut a súa condición de unicidade dentro da paisaxe artística. Unha fusión do pincel co spray, o rodillo, a espátula. A cor como berro, tamén como pozo no que afundirse e dese pozo ou dese berro xorde a xestualidade chea de materia enfrontada a todos eses rostros, a esas facinas nas que se percibe a súa relación co mundo a través dunha sociedade na que a pintura de Lita Cabellut emerxe cunha forza tan soprendente, nun principio, como necesaria tras o preciso proceso de reflexión.



Publicado no suplemento cultural Táboa Redonda. Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo 26/11/2017