mércores, 20 de setembro de 2017

John Berger en el no olvido


Han pasado casi nueve meses desde que se conociera su fallecimiento. La muerte de John Berger. Nueve meses después la buena noticia es el no olvido de una de las personalidades más interesantes de la cultura mundial de las últimas décadas. Un no olvido que se ha visto alentado con un homenaje realizado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid propuesto por numerosos escritores, periodistas, artistas, músicos o directores de cine, entre un amplio muestrario de sus afinidades creativas, así como de las amistades que cultivó con el mismo esmero con que lo hacía con los productos de su huerta de Saboya. Entre ellos dos de los nuestros, Manuel Rivas y Alfonso Armada, inquebrantable conexión gallega con el escritor londinense.
El propio Manuel Rivas prologa de manera tan hermosa como intensa el libro que acaba de salir primorosamente publicado por la editorial Nórdica ‘Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos’, traducido por su siempre fiel Pilar Vázquez con ilustraciones de Leticia Ruifernández, en el que John Berger estaba trabajando cuando le sobrevino la muerte. Un libro en el que se recoge esa mirada singular y generadora de otras miradas en quienes estábamos siempre pendientes de sus pensamientos. Porque si algo nos enseñó John Berger es a pensar, a enfrentarnos con la cultura, y específicamente con la obra de arte, no de una manera frontal, sino como un gato merodeando ante una presa, posando nuestra mirada allí donde algunos profesores en las facultades nos dijeron que no la pusiéramos, en definitiva, acercándonos al arte como un ente vivo con sus voces bajas surgiendo de su interior. Es la «mirada fértil» a la que alude Manuel Rivas en ese prólogo o en palabras incluidas ahí mismo de Paul Celan: «Hay ojos que van al fondo de las cosas. Que divisan un fondo. Y hay otros que van a lo profundo de las cosas. Ésos no divisan ningún fondo, pero ven más profundo».
Esa sima es la que ha dejado balizada en vida John Berger a través de sus textos ante los que nunca uno se queda indiferente. Textos entre los que se acumula un inmenso silencio, ese mismo silencio con el que el periodista Juan Cruz tituló una de las últimas entrevistas realizadas a John Berger apenas dos meses antes de su muerte: «El silencio no miente». Ese silencio es en el que nos ha dejado su ausencia, y ese silencio, ciertamente, no miente. Envueltos en él somos incapaces de olvidar, de sentirnos ajenos a esa figura tallada, arruga tras arruga, para la eternidad. Ese  mismo silencio fue el que se rompió un día cuando escuchaba un rondó de Beethoven, cuatro semanas después de la muerte de su mujer, con la que había compartido cuarenta años de vida. El silencio volvió a no mentir y John Berger se vio obligado a escribir un pequeño libro que desborda sensibilidad. ‘Rondó para Beverly’ es un homenaje a una memoria inquebrantable, a ese no olvido al que la vida nos obliga con ciertas personas que nos rodean de una u otra manera. El pasado viernes el Círculo de Bellas Artes se encontró de bruces con la verdad del silencio al acoger ese no olvido al que los fieles a John Berger nunca permaneceremos ajenos. A través de sus ‘Modos de ver’ nos enseñó a mirar el arte o a una naturaleza que, inteligentemente, trataba de la misma manera para componer un sentido de la vida comprometido y resistente, una lección inasequible al paso del tiempo que con actos como el celebrado dinamita cualquier sentimiento de ausencia, yendo más allá del puntual recuerdo. Es el no olvido.


Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 20/09/2017


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