xoves, 17 de agosto de 2017

Pontevedra en fiestas


Se alborota la ciudad en esta semana de bullicio, alegría y diversión. Es el jaleo de sus fiestas, el romper con los hábitos diarios, el conseguir durante unos días eludir esas agotadoras realidades que nos acosan durante el resto del año. Pontevedra organiza sus fiestas entre sus tradiciones y los nuevos hábitos que hoy en día se imponen en una ciudad especialmente pensada para hacerla escenario de la diversión, hábitat del buen vivir y respiradero de ilusiones.
Con las fiestas de la Peregrina siempre pasa lo mismo, unos se ponen de un lado de la cuerda a tirar de ella y otros desde el otro hacen lo mismo. Un vano gasto de fuerzas que, sobre todo desde la esfera política, deja variopintas situaciones, algunas con un cierto punto cómico, pero que por las fechas asumimos con buen humor. Ahí tienen por ejemplo a Jacobo Moreira presentando un cartel de las fiestas con casitas y logo pepero. Todavía me pregunto qué le llevó al edil del Partido Popular a frenarse ahí y, además de posar con el autor del cartel, hacerlo acompañado de una ristra de bellas y simpáticas jóvenes pontevedresas que podrían competir por ser reinas de las fiestas, o porque no hacerlo con un pregonero de abolengo y sustanciales méritos que nos permitiese, cuatro días después de escuchar el pregón de las fiestas, no seguir preguntando quien era la pregonera de este año. Y es que esta ciudad es así, un continuo tira y afloja entre el ayer y el hoy en la que engrasar ambas dimensiones parece una empresa de una enorme complicación.
Hemos visto un pseudocartel que carece de sentido alguno, escuchado un pregón que poco tiene que ver con lo que debe ser un pregón, pero estamos en fiestas y lo uno y lo otro se borrarán como las lágrimas bajo la lluvia mientras la ciudad hace de sus calles el auténtico ring en el que batirse con la fiesta. Las calles llenas de gente son el mejor barómetro para saber que a esta ciudad lo que le importa es pasarlo bien, que perdona todo y que Pontevedra donde se hace fuerte es en sus calles, compartiendo la felicidad de poder disfrutar del paraíso en el que nos ha tocado vivir. Pero Pontevedra también tiene su historia como sustento del hoy y en sus fiestas deben permanecer todavía imágenes como la procesión de la virgen, su ofrenda floral, los fuegos artificiales, su comida de Amigos de Pontevedra, la batalla de flores, sus gigantes y cabezudos, sus conciertos (actúe quien actúe), sus peñas taurinas (las de la plaza, claro) y los propios toros. Todo ello gustará más o menos, participaremos mucho, poco o nada, nos representará en mayor o menor medida, pero es lo que nos ha ido configurando como comunidad. De lo que no se dan cuenta muchos es que todo eso, a lo que tantos le conceden una inusitada importancia, palidece al lado de lo que de verdad da sentido a esta ciudad. A las cañas con los amigos en el Parvadas, en el Americano o en la de Petete, a los lazos de yema de Solla, a los niños chocándole la palma de la mano a los cabezudos, a Rafa Pintos con su sombrero de copa, a la Peña de la Once trabajando a destajo, a tener que ir por las plazas de la Verdura, la Leña o Méndez Núñez y cumplir treinta minutos de paseo hasta encontrar un sitio en el que poder sentarse, a cruzar Michelena esquivando los coches de pedales, a sacar un número para poder cenar en El Pitillo, a los partidos de fútbol en Curros Enríquez, a los turistas que se preguntan ante la estatua de Valle-Inclán si en realidad era tan poquita cosa, a no olvidar nunca a Sonia Iglesias, a girar la cabeza cuando escuchas la voz de Meli Fandiño dándote ganas de contarle lo de la calle Lepanto a ver si ella lo arregla.
En definitiva, Pontevedra donde se la juega es en la distancia corta, en ese escenario de vida en que se ha convertido en los últimos años y en el que durante estos días hemos asistido a secuencias que hablan de su potencial. El ‘Festival de Jazz’, ‘Aquí cántase’ o ‘Itineranta’ son geniales prolongaciones de la fiesta en que se convierten estos meses y que explotará definitivamente en la ‘Feira Franca’, allí donde todos, los de un lado y otro de la cuerda, se sientan en una misma mesa para lograr la apacible identidad de una aldea gala en el fin del verano. Pero si recuerdan bien en ese banquete el pobre bardo acaba siempre amordazado y atado a un árbol, y ahí sí que les dejo libertad total para que aten al suyo. Mientras se lo piensan acaben bien estas fiestas, las fiestas de una ciudad para todos.



Publicado en Diario de Pontevedra 16/08/2017
Fotografía: Rafa Fariña

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