venres, 3 de marzo de 2017

Buñuel en el desierto

En 1947 se estrena Gran Casino, una película menor en la filmografía de Luis Buñuel pero que se significa por ser su entrada en un nuevo contexto que sería clave en su cinematografía, como fue su periplo mexicano. Setenta años después miramos a aquellos años en los que la carestía de medios no fue más que el acicate necesario para que la imaginación del aragonés nos dejase algunos de los títulos más significativos de su carrera y de la historia del cine, caso de ‘Los olvidados’, ‘Él’, ‘Ensayo de un crimen’, ‘Nazarín’, ‘El ángel exterminador’ o ‘Simón del Desierto’.




DE LAS 32 PELÍCULAS que conforman la filmografía de Luis Buñuel 20 fueron realizadas en México. El director aragonés murió con pasaporte mexicano en su cartera y en el D.F. residió casi la mitad de su vida, en una casa, de tres plantas y jardín, construida por un compañero de la Residencia de Estudiantes, el arquitecto Arturo Sáenz de la Calzada, una casa de ladrillo visto, como el centro de estudios que tan importante fue para Buñuel y cuyo recuerdo le acompañó siempre. Una vivienda que desde hace un par de años se encuentra en medio de litigios entre los ministerios de Cultura y Exteriores para su uso tras su compra y rehabilitación. Es, por lo tanto, México una parte fundamental en el periplo vital de Luis Buñuel, allí llegó en 1946 para dirigir una adaptación de la obra de Federico García Lorca ‘La casa de Bernarda Alba’ de la mano del productor Oscar Dacingers, a quien Buñuel ya conocía de su etapa parisina, quien no sabía que Lorca había vendido esos derechos. Pero Buñuel y Oscar Dacingers establecieron una fértil alianza que abriría desde ese año el trabajo del director de ‘Un perro andaluz’ en México hasta el año 1964 en que remata ese periodo con ‘Simón del desierto’ y antes de realizar sus últimas películas en Francia.
Son, por lo tanto, estos años mexicanos vitales en su cine dentro de una industria con numerosas carencias tanto técnicas como presupuestarias lo que serviría para reafirmar su talento y la capacidad de sus imágenes para realizar entre estas películas varias obras maestras, sobre todo en aquellas en que no debía estar tan ligado a los condicionantes de la producción y en las que disponía de una mayor libertad para llevar a cabo sus proyectos. Fue, precisamente esa primera película, una de esas obras hechas por obligación, en las que Luis Buñuel tuvo que trabajar con dos estrellas de la canción mexicana del momento, Jorge Negrete y Libertad Lamarque. La película fue un fracaso comercial pero Buñuel, con un trabajo y sus papeles y los de su familia en regla, había encontrado un hogar. Los siguientes tres años fueron difíciles para Luis Buñuel, subsistiendo con el dinero que le enviaba su madre, hasta que Oscar Dacingers le ofrece sustituir al protagonista de esa película, Fernando Soler, que también iba a ser su director. Buñuel toma las riendas de la dirección de una película que sí funcionó en taquilla. Buñuel logra la ciudadanía mexicana y el productor, ante un proyecto presentado por Buñuel para realizar una película titulada ‘¡Mi huerfanito, jefe!’, le convence para que cuente la historia de los jóvenes de los barrios pobres de Ciudad de México. Luis Buñuel estuvo seis meses investigando de incógnito la situación que se vivía en aquellos barrios antes de realizar el guión de ‘Los olvidados’ (1950), la película que le supuso el reconocimiento mundial gracias a la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1951, pero también la que generó diferentes polémicas entorno al contenido de la misma. Por un lado muchos mexicanos  vieron en esta película un ataque al país, al mostrar una cara poco agradable de éste, liderados por el cantante Jorge Negrete, aquel que fuera el actor de su debut mexicano, y por otro, desde Europa sus antiguos compañeros surrealistas veían una traición a los postulados creativos de Luis Buñuel al ver en esta película un trabajo eminentemente realista y muy próximo al neorrealismo. Pero Buñuel había recuperado el prestigio de aquellas películas anteriores a su exilio americano, a su paso por Nueva York y su llegada a México. La vida o el azar le llevaron hasta allí y en alguna ocasión se le planteó al director como hubiesen sido sus películas de haberse establecido en el Hollywood con el que coqueteó levemente antes de cruzar la frontera, algo que no lamenta, ya que, «pese a disponer de medios sin comparación posible con los exiguos presupuestos con los que habría de desenvolverme en México, mis películas hubieran sido completamente distintas. ¿Qué películas? No lo sé. No las he hecho.», afirmó el director. Pero si algo está claro, a la vista de se hizo, es que el cine que Luis Buñuel dirigió en México sería imposible en el Hollywood del Código Hays, en el que la moral limitaba gran cantidad de imágenes y los planos que bullían en el cine de Luis Buñuel serían imposibles o se convertirían en algo muy alejado de su pretensión inicial. 
Este periodo, por lo tanto, va a estar muy condicionado por las limitaciones que se vivían en la industria y por la necesidad de Luis Buñuel por realizar películas para tener ingresos de cara a mantener a su familia, eso es lo que está detrás de la irregularidad de los trabajos realizados. «A veces, he tenido que aceptar temas que yo no había elegido y trabajar con actores muy mal adaptados a sus papeles. Sin embargo, lo he dicho a menudo, creo no haber rodado nunca una sola escena que fuese contraria a mis convicciones, a mi moral personal», apunta Luis Buñuel en el imprescindible libro de memorias ‘Mi último suspiro’. Esta precariedad hacía que el tiempo de rodaje de sus producciones estuviesen siempre entre 18 y 24 días cada una, gastando muy poca película y a lo que se le sumaban tan sólo dos o tres días para finalizar su montaje, con medios escasos y sueldos muy limitados, e incluso en dos ocasiones rodando tres películas en un mismo año. Por lo tanto una producción muy barata que a Buñuel le concedía una gran libertad que procedía de su talento y de su peculiar y genial visión del cine.

A ‘Los olvidados’ le seguirían ‘Susana’ (1950), ‘La hija del engaño’ (1951), ‘Una mujer sin amor’ (1951) y ‘Subida al cielo’ (1951). Al año siguiente volvería a repetir con tres títulos: ‘El bruto’, ‘Robinson Crusoe’ y ‘Él’. Esta última una de sus mejores películas, llena de secuencias simbólicas con muchos de los elementos oníricos de su cine. El propio Buñuel la tenía entre sus favoritas y reconocía haber puesto mucho de sí mismo en ella. En 1953 cumple uno de sus proyectos que se habían quedado atrás en el tiempo, como fue el adaptar la novela ‘Cumbres borrascosas’ de Emily Brontë, que tanto interesaba a los surrealistas y lo hace con el título de ‘Abismos de pasión’. En ese mismo año dirige ‘La ilusión viaja en tranvía’, en 1954 ‘El río y la muerte’ y en 1955 otro de sus grandes títulos ‘Ensayo de un crimen’, película en la que como en ‘Él’ hay mucho de las obsesiones, del trabajo con el subconsciente, de los deseos, las filias y las fobias, y ambas son quizás las más transgresoras y quizás las más cercanas a sus dos obras maestras del surrealismo, ‘Un perro andaluz’ (1929) y ‘La edad de oro’ (1930). En Europa dirigirá ‘Así es la aurora’ en 1955 y de nuevo en México ‘La muerte en el jardín’ 1956, ambas coproducciones con Francia que, desde el triunfo en Cannes, había puesto el ojo en el director. En 1958 dirige otra de sus grandes obras, ‘Nazarín’, la adaptación de la novela homónima de Benito Pérez Galdós y que convierte a un sacerdote interpretado por Francisco Rabal en una especie de Quijote de los Evangelios, acompañado por dos mujeres. ‘Los ambiciosos’ (1959) y ‘La joven’ (1960) dan paso a sus dos últimas películas en México y dos de sus títulos más importantes, filmando antes, en su regreso a España en 1961 ‘Viridiana’. El revuelo causado por esta película realizada en el franquismo y refrendada por el éxito en Cannes volvió a poner el punto de mira en el genio del aragonés que regresó a México para dirigir dos obras mayores. ‘El ángel exterminador’ (1962) y Simón del desierto (1965). La primera una historia que podría desarrollarse en cualquier lugar del mundo en el que una serie de personajes se ven atrapados en una estancia sin un motivo aparente que les lleve a ese encierro. El propio Buñuel veía en los actores mexicanos una limitación a lo que él pretendía desarrollar en la película, al limitarlo a un contexto muy determinado, pero es tal la sugerencia que permite rodar ese encierro que el conjunto se impone en un relato en el que a Luis Buñuel le interesaba reflejar las cosas que se repiten en la vida. Con ‘Simón del desierto’, la historia del anacoreta del siglo IV que pasó más de cuarenta años en lo alto de una columna en el desierto, Luis Buñuel se despedía profesionalmente de un territorio fundamental para él y que quiso mucho. «México es un verdadero país, en el que los habitantes se hallan animados de un impulso y un deseo de aprender y avanzar que raramente se encuentra en otras partes. Se añaden a ello una extrema amabilidad, un sentido de la amistad y la hospitalidad que han hecho de México, desde la guerra de España (nuestro homenaje al gran Lázaro Cárdenas) una tierra de asilo seguro». Buñuel fue feliz en México, la ‘tierra caliente’ que diría Valle-Inclán, la que acogió a tantos españoles y fue inspiración y aliento para parte de su cine. El tubo de ensayo utilizado como un entomólogo para reflejar sus obsesiones y sus fetiches, convirtiendo todo ello parte del mejor cine del siglo XX. El cine de Luis Buñuel.




Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda 26/02/2017

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