venres, 29 de xaneiro de 2016

El Bosco: un genial desconocido

En 1516 fallecía un pintor flamenco conocido por El Bosco. Una fecha que se conmemora a lo largo de este año 2016 con diferentes exposiciones alrededor de su figura. El 13 de febrero se inaugura una exposición en su ciudad natal, y en el Monasterio de El Escorial, en ese mismo mes, se abre una pequeña muestra centrada en la restauración de uno de sus cuadros más famosos ‘El carro de heno’.
Pero la exposición estrella, no solo en relación a El Bosco, sino al mundo de la pintura, será la que se inaugure en el Museo del Prado el 31 de mayo con 65 piezas jamás reunidas y procedentes de los museos más importantes del mundo. Una ocasión única y difícilmente repetible.



Hieronymus van Aeken Bosch es el nombre de uno de los pintores más fascinantes pero a la vez más misteriosos de la historia de la pintura. Conocido popularmente como El Bosco, los secretos sobre su vida solo pueden ser equilibrados, para quien se interese por su figura, a través de la singularidad de sus obras, por la concepción de un universo plástico que, entre dos mundos temporales y de pensamiento, como lo fueron la Edad Media y el Renacimiento, alumbraron todo un imaginario sorprendente, casi alucinatorio y que no volvería a tener parangón hasta el siglo XX con la impronta del surrealismo. 
El Bosco nace entre 1450 y 1460 en la localidad flamenca de Hertogenbosch. Formado en el taller de su padre, en su primera etapa como pintor ya mostraba esa excepcionalidad que le distinguiría del resto de creadores. Tras casarse con una mujer de una familia poderosa económicamente, ingresa en 1486 en la Hermandad de Nuestra Señora, una suerte de gremio que respalda su posición dentro de la comunidad, al tiempo que realiza en él sus primeras obras. Pinturas como ‘La extracción de la piedra de la locura’ o ‘El prestidigitador’. Esa incipiente fama le permite firmar sus trabajos como ‘Bosch’ o ‘Iheronimus Boch’, tal y como se le conocía fuera de su localidad, en relación al nombre de su lugar de nacimiento. Los datos sobre su vida flaquean, al tiempo que su pintura y su reconocimiento se acrecientan. Hay quien ha querido ver en El Bosco al primer artista que desea, de manera premeditada, aumentar el misterio alrededor de su figura, una de las primeras autoconcepciones del creador como tal, alejado de movimientos o talleres, sino el artista per se y el interés de fomentar su figura como un elemento de atracción para sus clientes.
A partir de ahí elucubraciones sobre su adscripción a movimientos religiosos intentando explicar todo ese universo, casi espectral, de sus obras, pero poco a lo que sujetarse con certeza. Solo a sus obras, a unos trabajos que encandilaron a las familias más nobles de aquella época, y es así como la mayor parte de sus obras no iban dirigidas a la decoración de iglesias-como por su temática podía parecer-sino a las clases más pudientes, entre ellas, como no, la de Felipe II con fuertes lazos de poder con aquellos territorios y quien se hizo con la mayor colección de obras del pintor convirtiéndolo en enormemente conocido en España. El propio monarca afirmaba que «si todos pintaban a los hombres como querían ser, él los pintaba como eran». Seis piezas en el Museo del Prado, dos en el Monasterio de El Escorial, una en la Fundación Lázaro Galdeano y la muy próxima, también en territorio peninsular, el espectacular ‘Tríptico de las Tentaciones de San Antonio’ en el Museu Nacional de Arte Antiga de Lisboa, visibilizan la llegada de piezas a estas latitudes muy por encima del resto de geografías. Todo un tesoro que se podría comparar con los fondos de la gran pinacoteca de la pintura mundial, el Museo del Louvre, que dispone solo de una obra del flamenco, ‘La nave de los locos’.
El Bosco fallece en 1516, según un asiento del 9 de agosto de ese año, realizado por la Hermandad de Nuestra Señora. Con todo esto es como parece lógico que sea el Museo de El Prado el que se vuelque en este quinto centenario de su muerte con una exposición que centrará la atención de los amantes del arte del mundo entero, ya que pocas veces se podrán reunir tal cantidad de piezas procedentes de las más diversas e importantes pinacotecas. La muestra, que se inaugurará el 31 de mayo, y permanecerá abierta hasta el mes de septiembre, estará compuesta por 65 obras, 35 de ellas firmadas por el propio autor, y que tendrá su momento cumbre con la reunión de tres de sus grandes trípticos: ‘Las tentaciones de San Antonio’, ‘La adoración de los Magos’ (restaurada para la ocasión) y ‘El jardín de las delicias’. Estará dividida, según el Museo de El Prado, en cinco secciones de carácter temático, a las que se añadirá una sexta dedicada a los dibujos. Una introducción situará al artista en su contexto vital centrado en la ciudad y en el taller familiar en el que creó todas sus obras, relacionándolo con artistas de la localidad como Alart du Hameel o Adriaen van Wessel. Un epílogo mostrará su influencia posterior en un siglo XVI que estará marcado en muchos creadores por lo que se ha dado en llamar ‘lo bosquiano’.
¿Y cómo podríamos definir lo ‘bosquiano’?, pues como una manera de representar única, surgida de las interpretaciones y visualizaciones de las escrituras y textos religiosos tan presentes en esa Edad Media que tocaba en estos momentos a su fin. Es esa libertad que surgía de un nuevo tiempo, que movía el foco del ámbito estrictamente religioso al humano, el que permitía a El Bosco realizar unas escenas abrumadoras, repletas de elementos fantásticos, surgidos de aquellos bestiarios medievales, trasladando lo que eran seres que aparecían en las letras miniadas de los códices o en pequeñas ilustraciones, en todo un fabulario que, a buen seguro asombra más al público de hoy en día que al propio espectador de la época, que manejaba muchos de esos códigos de representación o esas lecturas que a nosotros ya se nos escapan. De ahí la inteligente interpretación que de El Bosco realiza el escritor, y también Licenciado en Historia del Arte, Antonio Muñoz Molina, de su figura: «No hay indicios de que fuera un heterodoxo o un radical religioso o político. Lujos así no podía permitírselos un artesano de la pintura. Era un miembro respetado de la comunidad, y tenía una clientela variada e influyente. De modo que nada de visiones delirantes que no pudieran ser comprendidas por sus contemporáneos, y que debieran esperar varios siglos hasta merecernos a nosotros».
Con muchas dudas, incluso en las dataciones de sus obras, a la hora de establecer un discurrir cronológico de sus pinturas, para poder establecer un discurso evolutivo. Sus obras se presentan como auténticos mundos singularizados. Surgidos a raíz de una temática que acciona todo ese universo plástico con un referente que lo fue durante muchos siglos en la historia de la pintura, como la ‘Leyenda Áurea’ de Jacobo de la Vorágine, publicada en holandés en 1474, y en la que se relataban numerosas vidas de santos incidiendo en una intensidad que muchas veces no se ajustaba a los hechos reales, derivando más en aspectos fantásticos, que provocaban más atención en los fieles, siendo más favorables a la propagación de la fe, que otros relatos vinculados a las parábolas de la Biblia, más difíciles de entender por el vulgo. El Bosco llevó hasta un extremo nunca antes visto estos relatos, esas vidas de santos repletas de sacrificios, de infiernos, de mendigos, de enfermos, de seres imaginarios, de aves increíbles, de maravillosos paisajes, de seres alucinantes, de insectos, de vegetaciones impensables, de detalles sorprendentes e inagotables en esa lucha permanente entre el bien y el mal, cada vez que uno se aproxima a cualquiera de sus obras. Esos mundos absorbentes logran que te olvides del personaje que los creó, que te dediques durante mucho tiempo, sin duda más que ante cualquier otra pintura, a observarlos bajo un estado de estupor y admiración por cómo un hombre era capaz de interpretar así su mundo, ese que ahora llega a nosotros 500 años después de una manera nunca vista y analizada hasta hoy.


Las tentaciones de Lisboa
A la espera del aluvión de catálogos y publicaciones que indaguen en la vida y obra de El Bosco, merece la pena destacar un ensayo publicado en 2015 que se acerca a El Bosco de una manera diferente a como lo puede hacer un estudio puramente artístico. ‘Las tentaciones de Lisboa’ es un maravilloso e inspirador texto que parte de una de las piezas más importantes de El Bosco, ‘Las tentaciones de San Antonio’, que llegará a Madrid desde Lisboa, para adentrarse en universos culturales relacionados con el mundo de las tentaciones como los de Buñuel, Pessoa, Flaubert o Tarkovski. El libro cuenta con un prólogo de Alberto Ruiz de Samaniego.



Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 24/01/2016


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