martes, 3 de xuño de 2014

Un Rey entre costuras


No pocas veces la historia de España se ha hecho a base de costurones ensartados con mayor o menor fortuna para aliviar los jirones en la piel de toro de un país muy aficionado a volverse contra sí mismo. Juan Carlos I, Rey de España desde aquel 22 de noviembre de 1975, se ha visto como un rey entre costuras, como un personaje con corona que ha debido moverse con medida precisión en un Estado que ahora se desprende de su figura como si de un pesado lastre (no mayor que el de otras instituciones y personas todavía ajenas al latido de la sociedad) se tratase, para evitar otro de esos jirones.
Descosiéndose como lo está haciendo España en los tres frentes esenciales que sustentan a cualquier Estado, el político, el institucional y el territorial, el Rey Juan Carlos I actúa como los elefantes y busca su territorio original en sus últimos días, el de la devoción y el sacrificio por su país y, si en un tiempo fue su presencia la aguja necesaria para cerrar el saco con el cadáver del franquismo dentro y la destreza para tejer una nueva sociedad con el punto de cruz de la Transición, ahora es su marcha la que alivia las tensiones que muchos, él y los suyos también, porque no decirlo, se encargaron de ir adhiriendo a esta España exhausta de tanto saqueo y tanto sangrado. Agotados llegamos todos a estos casi cuarenta años de restauración monárquica y en un cierto estado de hipnosis. El grito electoral del pasado 25 de mayo no ha hecho más que sacarnos a todos del trance y de paso dar la puntilla a mucho de lo que desde la muerte del dictador se ha ido corrompiendo. ¡Para qué muchos hablen de lo inútil que es votar!
Siempre se ha alabado en Juan Carlos I una cierta intuición para saber qué hacer en ciertos momentos límite. Lo hizo con Adolfo Suárez y la noche del 23-F y es posible que ahora lo haya vuelto a hacer. Su paso a un lado significa renovación, aire fresco, un cambio de imagen y la asunción de que ya todo es diferente al que ha sido su tiempo. Eso es de valorar (claro, que sin que peligre el sistema monárquico), pero no todos lo han sabido ver así y todavía son muchos los que siguen sujetos a poltronas y cargos, a remuneraciones y componendas, pero quizás ahora tengan mucho más cerca su fin y se vayan tras el Rey en el destierro de un tiempo que ya muchos no quieren vivir porque no es el suyo, y a los que nadie ha preguntado si les gusta o si no, si están de acuerdo con él o si optarían por el cambio de todo un entramado muy circunscrito a aquella España de los setenta, pero que dejó muchos hilillos de los que lentamente se ha ido tirando hasta el punto de que se nos han quedado las vergüenzas al aire.
El otro acierto del movimiento del Rey es el de dejar a su sucesor en una suerte envidiable y con la seguridad de su aceptación, con unas dudas y un riesgo calculados y asumibles por la propia corona, y por una España que todavía no acaba de creer en la llegada de la República. Felipe de Borbón «tan rubio, tan fino, tan tieso, tan alto, tan cachas, qué agobio, hija...» que cantaba Sabina, tiene la oportunidad de recoger la aguja de su padre para seguir suturando a esta España que hoy ya es mucho más suya que de su padre. El relevo generacional, que tan mal casa con el concepto de monarquía, pero que ante el pulso del pueblo puede ser su propia válvula de supervivencia.
Ojeo las páginas de aquellos días de noviembre de 1975, con un país repleto de temores ante su inmediato futuro. Esperanzas e ilusiones que permanecían ocultas entre las sombras de un pasado todavía presente y en ellas encuentro un titular: «Comienza una nueva etapa en la historia de España». Un corta y pega de casi cuarenta años nos llevaría hoy a estar en la misma situación, eso sí, ninguno de nosotros somos los mismos y aquellas sombras son ahora las nuestras, las que han creado los que están a nuestro alrededor y que solo a nosotros nos corresponde despejar. Un paso ya está dado, pero todavía quedan muchos más por dar.
Aquel mismo día en el que Juan Carlos I era proclamado Rey, Diario de Pontevedra anunciaba el estreno en el Cine Victoria de ‘El Padrino. 2ª parte’ que venía de recibir seis Oscars. Vaya por delante que nada más lejos de mi intención que mezclar a los Borbones con el clan de los Corleone, pero sí que en este momento del traspaso de poderes en la saga real uno empieza a pensar en lo importante que es la supervivencia de la familia, que el poder no se escape de las manos y corroborar aquel eslogan lampedusiano de «Que todo cambie para que todo siga igual». Esperemos que no sea así, por el bien de todos y que si la segunda parte de ‘El Padrino’ está considerada la mejor segunda parte de la Historia del Cine, la llegada de un nuevo Rey suponga una mejora de quien con sus luces y sus sombras ha sido parte de una época brillante de nuestra historia. Quizás la mejor, pero a la que la luz de la opulencia ha ido cegando, dando las puntadas de manera desordenada pero contando, eso sí, con el resto de unas instituciones incapaces de asumir los nuevos retos y necesidades de un tiempo con nuevas necesidades.


Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 3/06/2014

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