domingo, 13 de abril de 2014

Prestigio


«La cultura no es -o sí, pero no debería- solo un espectáculo, aunque, precisamente, en las épocas de crisis la cultura de entretenimiento y la cultura espectacular se utilicen como respiradero para aliviar las tensiones que produce una acrecentada alienación cotidiana». Texto extraído del ensayo ‘No tan incendiario’ de Marta Sanz. Editorial Periférica (2014).
 

Con el Museo de Pontevedra enseñándonos piezas tan singulares para un Museo de este tipo como antiguos trenes de juguete y sin habernos recuperado todavía de aquella otra exposición de adornos navideños, llega la Fundación RAC y pone la ciudad patas arriba con una exposición de pintura. Sí, sí, eso que se suele exhibir en los museos en los que se configura un proyecto museístico coherente, con aspiraciones a conseguir que la cultura sea motivo de orgullo de toda una comunidad. 
Carlos Rosón, gestor de dicha Fundación, apasionado y concienzudo coleccionista, trae a nuestra ciudad la pintura de una de esas figuras emblemáticas de la pintura en España, Manuel Salinas (Sevilla, 1940), y lo hace con una muestra retrospectiva de su obra, que por primera vez se exhibe en Galicia, y en la que además de valorar su propio trabajo uno no puede dejar de pensar lo importante que es el que en una ciudad haya un espacio para mostrar este tipo de sensibilidades. Recuerdo con especial emoción cuando por el Museo de Pontevedra pasaron exposiciones como las de Diego Rivera, hace justo diez años, o las de la Colección de Arte Cubista de la Fundación Telefónica (que ahora se expone de manera permanente en su sede madrileña de la calle Fuencarral, con colas que asoman por la Gran Vía), las de Canogar o del fotógrafo Marín, esta última ya en el nuevo edificio del Museo. Exposiciones de tronío que colocaban al Museo y a la propia ciudad al mismo nivel que las grandes entidades culturales que han hecho de la cultura un reclamo, no solo de visitantes, sino también de prestigio. Esa cuestión que es tan difícil ganar pero que es tan fácil perder. 
Nadie entendería en el Museo Thyssen o en el Museo del Prado este tipo de exposiciones, sin duda merecedoras de visibilidad y de su espacio, si bien no parece que las nuevas instalaciones del Museo de Pontevedra sean las más adecuadas. Para ese viaje no hacían falta alforjas. Mezclar, como podemos ver durante estos días, las poderosas y estimulantes piezas de Elena Colmeiro con trenes de juguete (con independencia de su encanto y capacidad de fascinación sobre todos nosotros) plantea un desequilibrio en la línea de actuación de cualquier centro que pretenda ser una referencia, algo que el Museo de Pontevedra siempre ha sido. La búsqueda por satisfacer las estadísticas de visitantes (tantas veces engordadas a base de contabilizar masivas visitas de escolares y hasta del electricista que por su trabajo cruza el umbral de la puerta) nunca debe ser el criterio a seguir. ‘Gran Hermano’ también lo ve mucha gente y no por ello se ensalza como modelo televisivo, si exceptuamos, claro, a Mercedes Milá y sus experimentos sociológicos. 
Es posible que la exposición de Manuel Salinas sea visitada por no demasiados espectadores, pero los que vayan descubrirán unas obras de trascendencia que les permitirán incrementar su bagaje cultural, además de la satisfacción del espíritu, que allá cada cual cómo la mida. Escribo tras visitar la muestra y les aseguro que la mía está por la nubes ¡vaya exposición! Pero es que además, esas obras permiten seguir incrementando la valoración de la Fundación RAC, ya reconocida por la Feria de Arte Contemporáneo ARCO en 2009, un galardón con el que, de la manera en que se quiera evaluar, se prestigia a Pontevedra, adquiriendo la cultura ese plus de seducción y atractivo para generar un flujo de visitantes que revierta en la ciudad, y que sus gestores, desde tantas administraciones, no acaban de ver como uno de sus principales motivos de trabajo. 
Volviendo a la pintura de Manuel Salinas, si la recorren entenderán lo que realmente es un pintor, una persona apasionada por una obra en la que, pese a su edad o gracias a ella, se libera de todo lo que le rodea para pintar por derecho y hacer lo que su inspiración demanda sin miedo alguno. Es sorprendente observar la vitalidad de sus últimas creaciones, cuadros rematados hace unos pocos meses y que, con más de setenta años en el carné de identidad, parecen haber sido pintados por un artista que busca el riesgo en el inicio de su carrera. Desde la abstracción Manuel Salinas es capaz de lograr un febril equilibrio de formas y color, un engranaje perfecto con la imponente arquitectura de este espacio en el que, rodeado de esos cuadros, se acrecienta una atmósfera de reflexión, un silencio solo roto por el grito pictórico y el gesto de quien trae hasta Pontevedra una revisión de su obra que, de no ser por esta Fundación, quizás nunca podríamos disfrutar. Ese es el valor de la cultura y de aquellos que la gestionan, más que desde el poder, desde la sensibilidad y el conocimiento. Factores que revierten en la sociedad en una deuda impagable por el ciudadano.


Publicado en Diario de Pontevedra 12/04/2014
Fotografía: Una de las piezas de Manuel Salinas en la Fundación RAC. (Alba Sotelo)

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