domingo, 19 de xaneiro de 2014

C'est l'amour

«...-Yo os quiero, yo me ahogo, yo sediento estoy de tu hermosura. ¡Yo te amo! No puedo más, delirio, desfallezco, que entero me robaste el albedrío... Tu nombre está en mi corazón, bien mío, como en un cascabel. ¡Todo lo llena! Y como de continuo me estremezco, constantemente el cascabel se agita, constantemente el dulce nombre suena.
-Esto es amor.
(‘Cyrano de Bergerac’. Edmond Rostand)


Olvidemos ya la famosa frase del General De Gaulle en la que atribuía la compleja gobernabilidad de Francia a las 246 variedades de quesos del país. Todo eso ya es historia, Francia es difícil de regir por el amor, y no le den más vueltas. Los presidentes de la República sufren más por amor que por las tasas de desempleo, por la prima de riesgo o por los vaivenes de la economía. Miterrand, Chirac, Sarkozy y ahora Hollande se ciñen a ese perfil, como si el amor  en todas sus versiones fuese el ingrediente necesario para el desempeño de la más alta instancia del gobierno francés. Para eso lo tranquilitos que estamos en España con nuestro Mariano, tan centrado él, en las cuestiones del amor, se entiende.
‘C’est l’amour’ trinaba el gorrión Edith Piaf para cantar: «y aquellos que no tienen lágrimas no podrán jamás amar. Se necesita tanto y tantas lágrimas para tener derecho a amar». Ahora le toca llorar a Hollande, llorar ante un pueblo que asiste, entre estupefacto y orgulloso, a su último presidente amante. Francia, y especialmente París, viven íntimamente ligados al amor. Colgadas de la nariz de Cyrano de Bergerac las historias de amantes entre alcobas y bistrós son inherentes al país, haciendo del amor la verdadera marca Francia. Así se nos ha vendido durante mucho tiempo, desde el cine, por supuesto, que por algo Woody Allen se fue a soñar a París para conquistar un amor francés; pero hasta allí también dio con sus huesos el desafecto Bogart de ‘Casablanca’ para enamorarse de una mujer con vestido azul, y eso porque a Bogart se le cree siempre, que la película era en blanco y negro; y hasta Gene Kelly gastó suela y más suela sobre el pavés de Montmartre.
Este tiempo, más miserable y sucio que el cine, no entiende de sueños, vestidos azules o coloridos musicales, llegándose a relacionar el piso de los encuentros amorosos con la mafia corsa, a decir que los mismos guardias de seguridad llevaban los croissants para los desayunos, a hablar de un conspirador ministro de Interior, del ingreso hospitalario por un ataque de nervios de la dama engañada, de porteros y paparazzis apostados, como los enemigos del inspector Clouseau, a la búsqueda de imágenes, y lo último, el encuentro de las dos despechadas. ¡Lo que podría haber hecho Éric Rohmer con este guión sería apoteósico! Y en un país cuyos ciudadanos asisten con naturalidad a lo que en otros lugares sería un escándalo, de ahí la repercusión mayor en el extranjero que en  Francia, acostumbrados a este tipo de triangulaciones presidenciales que no van más allá de ser el paté de sus conversaciones.
Y es que todo esto «hace galo», como diría una partida de romanos en busca del camuflaje perfecto para asaltar la aldea de Asterix. París está hecho para el amor y así es como desde la horizontalidad del Sena hasta la verticalidad de la Torre Eiffel el mapa de coordenadas para los latidos del corazón es inagotable en la capital francesa. Hasta su ayuntamiento acaba de inaugurar una exposición en las propias dependencias municipales con el título “Brassaï. Pour l’amour de Paris”, en la que se muestra la obra de este fotógrafo de origen húngaro y su relación con la ciudad. En el París de la bohemia fotografió a cientos de amantes en bistrós y en largas noches de cancán y absenta. Protagonistas anónimos de una capital que, durante esta semana, ha visto renovado su compromiso con ese sentimiento y su categorización como algo tan francés como lo pueda ser la baguette. Ahora Francia entera espera la elección presidencial de la primera dama que compartirá velada en la Casa Blanca con Obama y Michelle a principios de febrero. Se admiten apuestas.
Sarkozy se unió a una estrella de cine y la canción, Carla Bruni, ahora Hollande nivela a la derecha y a la izquierda con su ‘affaire’ (amo esta palabra) con la actriz Julie Gayet. Dos ideologías igualadas por el tamiz del amor, otra evidencia de su innegable poder para mover el mundo y lo que haga falta.


Publicado en Diario de Pontevedra 19/01/2014

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