sábado, 28 de decembro de 2013

Yo pensaba...


Yo pensaba que nunca vería multiplicarse las colas de gente con hambre en nuestro país, ni a personas metidas hasta la mitad de su cuerpo en un contenedor de basura buscando la solución a sus problemas.
Yo pensaba que aquello que me contaba mi madre, y que parecía una historia surgida de un país primitivo, sobre mujeres que no eran libres para disponer de su cuerpo como considerasen y que debían marcharse a otros países a abortar o hacerlo a escondidas en el suyo propio, no se repetiría.
Yo pensaba que no tendría de nuevo lugar un debate sobre aulas diferenciadas con niños y niñas separados como base para una mejor educación, ni que se recortase dinero para becas, ni que la religión, en un país laico, formase parte del expediente académico.
Yo pensaba que sería imposible que se gravase a diferentes productos culturales con un IVA del 21% frente a los porcentajes aplicados en una Europa a la que tanto se les llena la boca a muchos de pertenecer a ella.
Yo pensaba que un país nunca intentaría atajar la emigración ilegal a base de colocar hirientes cuchillas en sus fronteras para frenar a aquellos que huyen del infierno.
Yo pensaba que ya había oído los eslóganes turísticos más sorprendentes, hasta que escuché aquello del «relaxing cup of café».
Yo pensaba que el Gobierno no osaría limitar la libertad de manifestación en nuestras calles con una restrictiva Ley de Seguridad Ciudadana.
Yo pensaba que nunca íbamos a aplaudir porque se subiese la luz un 2,3%, cuando en un principio se había hablado de un 11%, como si todo esto fuese un paripé con el consumidor en el centro de la diana.
Yo pensaba que no habría que esperar a los últimos días del año, ni que sería una excepción, el asistir a una rueda de prensa del presidente del Gobierno, en carne y hueso, sin límite de tiempo y sin cortapisas a las preguntas de los periodistas.
Yo pensaba que el dinero procedente de Europa y destinado a sanear la banca española era un rescate.
Yo pensaba que Mandela era inmortal.
Yo pensaba que Jabois nunca se iría a Madrid.
Yo pensaba que Galicia nunca dejaría de tener una entidad bancaria propia.
Yo pensaba que era imposible que un día del Apóstol fuera tan triste como lo fue este año.
Yo pensaba que la sentencia del ‘Prestige’ encontraría algún culpable que asumiese los daños causados por los efectos de aquel vergonzoso desastre y su gestión.
Yo pensaba que en todo un año, y con las buenas palabras que siempre se le ofrecen a los afectados, se podría encontrar alguna solución para los clientes de Novagalicia Banco que compraron acciones preferentes.
Yo pensaba que unos padres serían incapaces de asesinar a su propia hija.
Yo pensaba que Pontevedra no estaría ni un solo día sin una sala de cine abierta.
Yo pensaba que el Pontevedra c.f. escaparía del pozo de la Tercera División.
Yo pensaba que podríamos disfrutar de un complejo deportivo nuevo en Campolongo.
Yo pensaba que César Mosquera no se había olvidado de que tomar decisiones según el criterio del ordeno y mando no es la mejor de las formas de hacer política.
Yo pensaba que este año sabríamos definitivamente qué sucedió con Sonia Iglesias.
Yo pensaba que la Diputación Provincial  anunciaría la recuperación de una cita tan emblemática como la Bienal de Arte.
Yo pensaba que Alejandro de la Sota, en el año del centenario de su nacimiento, sería homenajeado como se merecía una de las más importantes figuras de la arquitectura en España.
Yo pensaba que alguna administración entendería que una capital de provincia de más de 80.000 habitantes no puede tener una sola biblioteca.
Yo pensaba que los amigos nunca se morían.
Yo pensaba que el año 2013 iba a ser muy diferente.


Publicado en Diario de Pontevedra 28/12/2013
fotografía Javier Cervera-Mercadillo

xoves, 26 de decembro de 2013

Navidades en Casablanca


AMOR, amistad, ilusión, sueños, emoción, entrega... todo lo que los profetas de la Navidad dicen que se encierra en lo que llaman su espíritu, muchos lo descubren bombardeándose a mensajes, llenando las redes sociales de felicitaciones, dedicándose los más almibarados deseos o abrazándose aunque no se soporten día a día.
Mi refugio navideño, año tras año, sigue siendo la barra del Café de Rick, un lugar en el que paso un par de horas en un ambiente en el que reconozco, de manera sincera, todos esos ingredientes con los que las infinitas casas comerciales se afanan por envolvernos durante estas fechas. No se habla de ella como una película navideña, pero allí, en ‘Casablanca’, en aquel inmarchitable universo cinematográfico en blanco y negro, esas palabras sí que tienen sentido, reconfortándote con el ser humano, algo que, fuera del cine, cada vez más es más difícil.

Entre Dous. Diario de Pontevedra 26/12/2013

domingo, 22 de decembro de 2013

Excesos y faltas

"Yo he dicho siempre que esta sociedad es una mierda, pero, por desgracia, mi cine y yo navegamos en el barco de esta sociedad. Puede que no sepa dar un golpe de timón a este barco, pero, por si acaso, lo que hago es mear siempre en el mismo sitio, a ver si consigo abrir un agujero por el que se termine hundiendo el barco"
(Luis García Berlanga)


Viene el Papa Francisco de celebrar su cumpleaños, imbuido por la Navidad, sentando a cuatro pobres y a un perro a su mesa, que es un poco el seguir el dictado, no del Dios Jesús, sino del Dios Berlanga, por lo de aquel eslogan de la campaña: “Siente un pobre a su mesa”, que tan lúcidamente le inspiró junto a otro divino, Rafael Azcona, para parir ‘Plácido’. Uno cuando ve al Papa con aquellos cuatro pobres y el can lo primero que se le ocurre pensar es en el número, ¿por qué cuatro y no doce, como le enseñó su maestro? ¿o veinte o cien?, seguro que mesas lo suficientemente largas habrá de sobra en las estancias vaticanas para acoger a masas y masas de menesterosos. Y es que el asunto de las cifras no se sabe bien si comprenderlo a través de la crisis, no vaya a ser que si se convocan a más comensales la cuenta de resultados se le venga abajo al Banco Vaticano; a través de algún tipo de simbolismo cabalístico, sabiendo lo importante que es el cuatro en la cristiandad; o, por seguir con los genios del cine español, explicarlo a través de Buñuel, en el caso, nada improbable, de que los asesores de su Santidad le hubieran prevenido ante la posibilidad de que, avanzado el ágape, se llegase a componer una escena de desmadre que pusiese patas arriba loza, cubertería y mantelería ante una mala medición en el consumo de licores, ya que no es plan de ponerse a salpicar los frescos de Rafael con el aromático tinto de la Toscana, convirtiendo, lo que se presumía un acto de amor y solidaridad, en la batalla de Ostia, dejando el comedor papal como el salón de Fernando Rey en ‘Viridiana’.
La Navidad, entre sus infinitas perversiones, presenta la de provocar en las personas, especialmente madres y suegras, la imperiosa necesidad de dar de comer a todo el que se le acerca, tenga o no tenga hambre y como si el mundo acabase con las campanadas de fin de año. Cuando esto se hace visible, saliendo de nuestros cómodos hogares, la cosa cambia, y así vemos como son ya pocos los lugares en los que, a medida que avanza diciembre, no se coloca un carrito de supermercado para depositar en él los más diversos productos, y hasta la Biblioteca Pública de Pontevedra perdona, durante estas fechas, los retrasos en la devolución de libros, si se entrega alguno de esos víveres. Esto es un tanto peligroso, ya que conozco a alguno que puede aprovechar para devolver aquella primera edición que se llevó del ‘Romancero Gitano’ a los pocos días de su publicación y que, por un olvido primero, y vergüenza después, nunca llegó a devolver.
Estos tiempos mezquinos han sustituido lo que era un gesto de redención íntima en una obligación moral ante los desmanes de esta sociedad con los más desfavorecidos, siendo los propios ciudadanos los que cubran con un paño de solidaridad el escaso pudor que les queda a los que cercenan las ayudas sociales o alientan los incrementos de precios de servicios básicos. ¡Ya ven la que se está liando con el recibo de la luz!
Todas estas pilas de alimentos me recuerdan (y por desgracia no solo eso) a alguna de las fotografías que más me han sorprendido en la historia local de la Pontevedra del franquismo, como son las de los policías municipales con botellas y productos navideños a sus pies, amontonándose a lo largo de la jornada mientras, impertérrito, el agente continúa realizando sus funciones. No quiero pensar en que el sueldo de los agentes era tan bajo como para necesitar de estos regalos, que para eso ya estaban, y están, los maestros de escuela, por obra y gracia de los que no confiaban ni confían en la educación; o que los conductores mantenían unas estrechas relaciones con aquellos que, ante una infracción, tenían la capacidad de multar, ¡qué lejos estaban aún las dotes de Aznar junior para amedrentar a la autoridad! No, pensemos bien, que para eso estamos a las puertas de la Navidad, y veamos en ese gesto parte de ese espíritu que dicen poseen estas fiestas de compartir y en el que dar de comer a quien se ponga por delante, tenga éste casco o no, es obligado.
Así que prepárense para tragar y tragar entre campanillas y villancicos, pero no se olviden que no todos lo estarán pasando tan bien. Ni el Vaticano es tan grande ni esta sociedad, como dijo Berlanga, ha dejado de ser una mierda.

Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 21/12/2013
Fotografía: Camilo Gómez

martes, 17 de decembro de 2013

'Carita de mono'


Se apagan las velas que alumbraron aquel Hollywood clásico como si una ráfaga de aire extinguiese el fuego del candelabro que portaba el ama de llaves de ‘Rebeca’. Aquella película en la que Joan Fontaine llegaba a Manderley cuando lo que había llegado era, de la mano del debutante en Estados Unidos, Alfred Hitchcock, al estrellato de la gran meca del cine. El director británico la reclamó también en su siguiente proyecto para el papel que le supondría un Oscar, el de Lina, la esposa de Cary Grant en ‘Sospecha’. Una dulce esposa a la que un ‘perverso’ Cary Grant llamaba ‘carita de mono’ entre el océano de dudas que se planteaban en la película. Ese rostro melifluo era el perfecto para contrastar con el de mujeres mucho más sinuosas, como la Elizabeth Taylor en otro título inolvidable, ‘Ivanhoe’. Esa dulzura fue muy bien aprovechada por extraordinarios directores con los que trabajó la hermana de Olivia de Havilland. George Stevens en ‘Gunga Din’, Nicholas Ray en ‘Nacida para el mal’, Fritz Lang en ‘Más allá de la duda’, Orson Welles en ‘Otelo’ o Max Ophüls en ‘Carta de una desconocida’, una película en la que nadie puede resplandecer más de lo que lo hace Joan Fontaine entre lámparas y escaleras en la Viena de finales del siglo XIX.
Solo este ramillete de películas y directores serviría para instalar a Joan Fontaine entre las más grandes de aquel cine en blanco y negro en el que luces y sombras se peleaban por contarnos historias de las que quedarnos suspendidos durante la duración de la película. Películas hechas por una industria en la que cada uno de sus componentes respondía a un rol determinado que encajaba perfectamente en lo que se pretendía exhibir en las salas de proyecciones.
Y si alguien tenía claro el sentido final de sus películas ese era Alfred Hitchcock, de ahí que sus papeles en ‘Rebeca’ y ‘Sospecha’ sean hoy los que nos devuelvan para la eternidad la imagen de mujer frágil y atormentada atrapada en unos ambientes amenazadores, en unos ambientes que siempre serán suyos.

Publicado en Diario de Pontevedra 17/12/2013
Fotografía: Joan Fontaine en 'Sospecha'

La verdad también habla francés

El mundo del toro se ha visto reflejado a lo largo de la literatura de una manera muy diversa. Desde la novela, el ensayo, la biografía o la poesía no han sido pocas las relaciones surgidas entre ambas disciplinas artísticas. Esta semana, en París, José Tomás presentó una de esas últimas aproximaciones a partir de su ‘Diálogo con Navegante’


José tomás se plantó en París en directa competencia con la verticalidad de la Torre que Gustave Eiffel erigiera en 1889 como emblema del progreso de la época. Un emblema que el tiempo hizo que fuera el símbolo de una ciudad, y hablando de símbolos y de toros, José Tomás se erige desde esa quietud del toreo en vertical como el símbolo de una época en la tauromaquia. Su halo se ha ido desprendido como el duende de sus alamares no solo sobre el albero, sino a través de diferentes actitudes que han pretendido ir más allá del mero hecho taurino. Su defensa de la fiesta, su implicación con causas desfavorecidas y la comprensión diferenciada de su arte, lo enmarcan como a un ser único, y si me lo permiten, irrepetible.
Los últimos años no han sido en absoluto fáciles para el diestro de Galapagar. La brutal cogida de Aguascalientes en abril de 2010 ha marcado un largo proceso de recuperación con alguna esporádica aparición casi mesiánica, como la de Nîmes en 2012 con un encierro antológico con seis toros de diferentes ganaderías y el indulto de uno de ellos. Aquel milagro nimeño acrecentó su fuerte relación con el público francés, gran animador de la fiesta de los toros en los últimos años y firme defensor de su asimilación como un elemento cultural de primer orden dentro de su propia sociedad. Las plazas galas se abarrotan evento tras evento de un público defensor de esta fiesta y sus valores. José Tomás no ha querido dejar pasar por alto esta situación y así el acto celebrado esta semana en París viene a devolver a la cultura francesa su defensa de la condición taurina. Para ello voló directamente desde México, desde donde durante las últimas semanas han llegado imágenes de su puesta a punto ante la que parece se convertirá en la temporada de su firme regreso a una fiesta que tanto le necesita.
Al Teatro de la Alianza de París llegó con la traducción al francés bajo el brazo del libro que en España había presentado en el mes de mayo, un diálogo directo con aquel animal, de nombre Navegante, que casi le siega la vida sembrando la arena mexicana de su sangre. No fue la primera vez en que se produjo este hecho, pero sí fue la más grave por la cantidad de sangre derramada y las carencias de la plaza para frenar la hemorragia. Con aquella sangre escribe José Tomas unas páginas llenas de intensidad en búsqueda de la reflexión que siempre acarrea su toreo. Un diálogo que surge días después de haber superado el rencor y en la firme convicción de que en aquella tarde el torero debía pagar su tributo por todo lo que los toros le estaban dando en la vida. Cada una de esas embestidas es la confirmación del pálpito de la existencia para quien ha hecho del mundo del toro algo más que una profesión a la que honrar y en la que siempre se debe ir un paso más allá. Una honradez que sublima con cada pase, con cada estatuario, con cada aguja del reloj que se suspende en el aire, con la admiración del público y el respeto del aficionado. «En la plaza cada uno se comporta tal y como es, en la plaza no se puede fingir, en la plaza todo es verdad», dice José Tomás en su texto. Verdad que se traslada a través de este relato sincero y desnudo en el que José Tomás aporta su granito de arena a esa fecunda relación entre el universo del toro y la literatura. Títulos como ‘Las águilas (de la vida del torero)’ de López Pinillos, la biografía escrita por Chaves Nogales de Belmonte, el lorquiano canto a la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, las crónicas taurinas de Joaquín Vidal, editadas en un único volumen, o el más reciente ‘Sentimiento del toreo’, coordinado por Carlos Marzal, son cuatro ejemplos cumbre, de momentos muy concretos y de géneros también muy diversos, de esa vinculación que, como un reguero de inspiración, se extiende desde la noche de los tiempos.
José Tomás hizo de otra noche, la de París, su plaza estrellada, una oscuridad como la de aquel Navegante que se cruzó con él en un cruento peaje de gloria, ante el que al torero solo se le ocurre dialogar. Cosas de genios.

Una cuadrilla de excepción
No está José Tomás solo ante esta lidia. No se defiende mal el diestro tanto con la palabra oral como con la escrita, pero para evitar esa soledad ante el debut se ha hecho rodear de plumas tan significadas como las de Mario Vargas Llosa, quien pone palabra al pensamiento del toro ante su oponente, o las reflexiones del mejor crítico taurino del país, Vicente Zabala de la Serna, quien escribe sobre el ‘Valor y valores del toreo’. Junto a ellos Luis Abril, Paco Aguado, Araceli Guillaume Alonso, Agustín Morales, Natalia Radetich, Françóis Zumbiehl y Rogelio Pérez Cano también se acercan a diferentes vertientes del mundo del toro, con la presencia firme de José Tomás como la aguja del compás clavada ante la expectiva.



Publicado en Diario de Pontevedra 16/12/2013

luns, 16 de decembro de 2013

El rastro de la naturaleza

‘Olas de transformación’ es el título de la exposición que,  hasta el 26 de diciembre, podemos visitar en la sala de exposiciones de la Delegación de la Xunta de Galicia en Pontevedra. Una mirada apasionada y apasionante a una naturaleza siempre inspiradora en la obra de María Domínguez Lino,  artista pontevedresa que, mediante una serie de fragmentos reconstruye sus percepciones sobre ese ámbiente natural con el mar como referencia, reconstruyendo toda una serie de instantes que aquí se recrean desde diferentes técnicas artísticas.


Mares, cielos, arenas, maderas, colores, redes, piedras.... cada uno de estos elementos participan del resultado final que nos propone María Domínguez Lino, una recreación de una naturaleza que no deja de servir de inspiración a artistas y creadores convirtiéndose, en el caso de nuestra protagonista, en el centro de su trabajo. Tanto desde lo formal como desde lo conceptual esa naturaleza, a través de un cúmulo de percepciones registradas por la artista, emerge como esa gran madre en la que buscamos cobijo y a la que debemos rendir culto por lo mucho que nos ofrece. Detenerse unos instantes ante estas piezas, de una gran diversidad estilística, transmite ese vigor que está tan presente en ella y gracias a la sensibilidad de María Domínguez nos integramos en ella. A través del empleo de materiales, muchos de ellos ya modelados y trabajados por la propia naturaleza sentimos muchas de sus capacidades y se activa en nosotros esa memoria interior de cada uno para recuperar nuestra mutua relación. Esa memoria está también muy presente como ingrediente en cada uno de los trabajos, con referencias a actividades del mar como las obras relacionadas con la labor marisquera, los deportes, con la vela, o simplemente, o quizás no tan simplemente, con la proximidad que el ser humano puede establecer con esa naturaleza a través de una caminata bajo el sol, al hundir nuestros pies en la arena de nuestra playa favorita o disfrutando de un paisaje 
Junto a su trabajo pictórico, probablemente mucho más conocido entre el público, María Domínguez nos presenta también una serie de piezas escultóricas dotadas de una enorme poética y con mucho interés. Una carga de sutilidad en la que inteligentemente se respeta lo que la naturaleza y el paso del tiempo han ido realizado durante tantos y tantos días y que sería imposible de superar por cualquier mano humana. Es hermoso acercarse a esos fragmentos de madera, a esos nudos, o a esas piedras engarzadas a una base de madera para ver como la naturaleza no solo tiene su magnificencia en los grandes horizontes o en vastas representaciones sino que también, en lo aparentemente más simple, surge esa fascinación.
Solo en una pieza, ‘El pensador’, se concreta esa existencia humana con una figura orillada en una madera, y en la que parece reflejarse la conciencia reflexiva que la humanidad debería exhibir ante muchos de nuestros desmanes con el medio natural. Una bella conjunción que compite con piezas tan potentes como una nasa ajada por el tiempo y el uso, de la que surgen unas frágiles ramas azules. Todo un canto al tiempo, la memoria, el oficio y el mar, como no, el mar. María Domínguez pese a su reciente distancia con la costa no ha dejado nunca de pensar en esas olas que vienen y van, que traen recuerdos y también los alejan, que perfilan paisajes y transforman, no solo un litoral, sino nuestras propias vidas. Un proceso sobre el que el artista tiene la obligación de pararse a rendir cuentas. María Domínguez aquí nos regala el resultado de esa parada tan fructífera.

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 15/12/2013

sábado, 14 de decembro de 2013

Sonata de otoño

 
«Ella recordaba las cosas más lejanas. Recordaba cuando éramos niños y saltábamos delante de las consolas para ver estremecerse los floreros cargados de rosas, y los fanales ornados con viejos ramajes áureos, y los candelabros de plata, y los daguerrotipos llenos de un misterio estelar. ¡Tiempos aquellos en que nuestras risas locas y felices habían turbado el noble recogimiento del Palacio y se desvanecían por las claras y grandes antesalas, por los corredores oscuros, flanqueados con angostas ventanas de montante donde arrullaban las palomas!»
 

Si limpiamos de polvo y paja el abrumador lenguaje modernista de Valle-Inclán, que con los años se transformaría en el más actual, nos daremos cuenta de que el jugo que queda al exprimir sus palabras sabe a melancolía, la misma que surge de nuestros otoños de piedra y lluvia. Este año ha sido el frío y la sequedad los que han caracterizado nuestros paseos entre el arrullo de las palomas y los recuerdos que siempre mantenemos vivos de cuando éramos niños. Para muchos esos paseos fueron entre coches que llenaban calles y plazas, provocando estampas tan espeluznantes y ante las que ahora nos frotamos los ojos como la que aquí traemos del inolvidable Camilo Gómez.
 Esa plaza de Curros Enríquez, apelmazada entre Renaults, Seats y Simcas, con cabina de teléfono a lo Mercero y los Almacenes Olmedo, ha sufrido, como si del lenguaje del escritor de Vilanova de Arousa se tratase, la eliminación de todo aquello que le era superfluo, en definitiva, se ha visto despojada de una contaminación que iba en perjuicio del ciudadano, el motivo último de la vida en una ciudad. Años después del destierro de vehículos en esa plaza y en otras muchas, se certifica la importancia de las ciudades como escenario de la vida comunitaria, como lugar de encuentros y desencuentros, de alegrías y tristezas, en definitiva, el marco para el desarrollo de una vida en común que es como se conciben las ciudades y como se deben entender desde su urbanismo. Así fue desde los tiempos más remotos, pese al enviciamiento sufrido por los desmanes constructivos y los crecimientos sin ningún control en relación a la medida del hombre.
 Ver las calles despobladas de coches debería entenderse como un motivo de progreso y orgullo. La conquista de una de esas victorias que, de mucho en mucho, el ser humano logra sobre un tiempo que lo arrastra hacia múltiples perversiones. El ámbito urbano lo que debe propiciar es que esos vehículos tengan su acomodo sin entorpecer el fluir de la vida, logrando que el coche esté al servicio de la ciudad, y no la ciudad al servicio del coche, y en esa dinámica es en la que hay que actuar desde las administraciones, creando espacios coherentes para la actividad comercial, aparcamientos limítrofes con el núcleo urbano, y generando polígonos en ese entorno para el asentamiento de empresas con mayor necesidad de espacio y donde el coche sí es útil.
 Nadie puede dudar hoy de que esta Pontevedra es mejor que la de décadas atrás. Los espacios que se han liberado de coches han madurado su camino, y hecho de su actividad un atractivo más de la ciudad. Los más avispados comerciantes y hosteleros así lo han entendido, acomodándose a un entorno nuevo con posibilidades infinitas a las que poder sacar rendimiento.
 Me gusta ver la calle Blanco Porto en obras (también me gustaría ver a nuestra Lepanto así), o ver lo bien que está quedando la pasarela del tren, y disfruto caminando por el reformado tramo peatonalizado de Benito Corbal y entiendo las posibilidades que la calle Echegaray puede ofrecer con una futura reforma que tanto merecen sus vecinos, tras el caos imperante durante años recordándonos imágenes como esta de Curros Enríquez, que ya solo es un fogonazo en blanco y negro de lo que fue esta ciudad. Esta melancolía otoñal vuelve a traer debates sobre coches en unas calles dedicadas a mejorar la vida de las personas, lo más prioritario que se le debe pedir a nuestros dirigentes locales, que es hacer de nuestro ámbito de convivencia el lugar más agradable posible.
 
 
Publicado en Diario de Pontevedra 14/12/2013
Fotografía Camilo Gómez
 
 

 

martes, 10 de decembro de 2013

El discurso de la materia

La obra de Ismael Rodríguez Fraga llena las paredes de la Galería About-Art de Pontevedra en una muestra que de nuevo nos coloca ante un artista dotado para suscitar en el espectador el interés por su trabajo. Una peculiar transfomación de materiales a los que dota de una nueva vida en base a una poderosa visualización y a una concepción geométrica que se convierte en eso tan difícil de ver, tan difícil de explicar: la originalidad. Cartones como base de una obra que podemos contemplar hasta el 14 de diciembre en horario matinal.  


Siempre llama la atención cuando nos aproximamos al trabajo de Ismael Rodríguez el posibilismo  que produce en su obra al sorprendernos por la reutilización de materiales que uno puede entender ya caducados y sin valor para la sociedad. Pero este creador posee en su mente la capacidad para conjugar materiales y formas y producir algo bello, algo sugerente que motive al espectador a interesarse por una pieza determinada o por un conjunto de ellas.
Desde el indómito territorio de la abstracción Ismael Rodríguez trabaja en sus superficies a partir de unos bocetos previos que inteligentemente incorpora a esta exposición para definir el camino que sigue cuando se enfrenta al momento de la creación. Apuntes en una pequeñas cuartillas que aparecen dotados de un carácter liviano que se pierde al pasar al formato definitivo, pero sin el cual esta pieza final no tendría sentido. Ahí, en ese germen, nos aproximamos a esa geometrización del espacio que singulariza su trabajo y recuerda propuestas de las vanguardias constructivistas que de una u otra manera llegaron al Cono Sur forjadas en una figura ya icónica del arte contemporáneo como es la del uruguayo Torres-García. El viaje no es gratuito, no se vayan a creer, ya que Uruguay es la patria de Ismael Rodríguez, aunque sean ya muchos los años que lleva en nuestra ciudad dedicado a buscar su espacio artístico y a una labor tan plausible como abrumadora, como es la de realizar con personas en situaciones complicadas terapias artísticas, y hacerlo con unos resultados que les puedo asegurar son difícilmente inimaginables al comienzo de dichas sesiones. Pero el arte, la experiencia sensorial es tan sorprendente como para eso y más, al igual que para reciclar unos cartones que podrían ser arrojados a un contenedor y ahora se convierten en material de trabajo y con el resultado que aquí podemos contemplar.

Rostros como las máscaras africanas que ampararon el origen del cubismo de la mano de Picasso, abstracciones afines a ese constructivismo que analizan espacios y generan sugerente paisajes, retratos... en definitiva, modelos a los que Ismael Rodríguez dota de su singularidad a través de una estética que cuestiona, desde el material, a esta sociedad hastiada de consumismo. Un discurso de la materia que también discute los modelos anteriores desde su concepción formal para ofrecernos estas piezas llenas de misterio y también encanto de las que poder disfrutar. Háganlo, pásense por esta galería de la calle Pasantería y déjense llevar unos minutos por un arte nacido de un material pensado para ser tan efímero como despreciado y comprobarán como las segundas oportunidades en el arte también ofrecen sorpresas.


Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 8/12/2013
Fotografías Javier Cervera-Mercadillo

luns, 9 de decembro de 2013

La sequedad del agua

Diario de Pontevedra
 
"La fuerza de un escritor y el deseo casi primario por contar historias se destilan en este fascinante primer libro de relatos de Sergi Bellver."




Ha acertado la editorial coruñesa Ediciones del Viento al apostar por Sergi Bellver para sacar a la luz su primera aventura en solitario, tras ser partícipe de varias ediciones colectivas de cuentos, así como de diferentes facetas de la actividad literaria, que van desde la docencia de talleres de escritura hasta la labor de librero. Y es que la vida de Sergi Bellver es pura literatura, y casi nada de lo que sucede en ella se puede desprender de esta especie de enfermedad que surge de un deseo, en el caso de nuestro protagonista, casi primitivo por contar historias, por trasladar al lector su propia fascinación por el ser humano y sus contradicciones.
‘Agua dura’ son doce historias milimétricamente pensadas, sutilmente calculadas y perfectamente distribuidas a lo largo de un libro al que regresarán una y otra vez tras haberlo leído, deseosos de volver a beber de esa agua. Un agua para nada refrescante, sino amarga, y que les dejará una sensación áspera en la boca, pero sobre todo en su pensamiento. Imagínense lo bien escritas que estarán estas historias como para sentir la necesidad de regresar a ellas, para revisitar la invitación que el autor nos propone para conocernos a nosotros mismos, ya que, al fin y al cabo, cada una de las narraciones buscará desentrañar diferentes claves del individuo. Normalmente seres aislados, personajes llenos de rabia, expulsados del ecosistema socialmente aceptado por la mayoría, esa misma mayoría que aquí se desprecia como parte de la narración. El último nexo que puede unir a ese ser individual con su entorno es la familia, frágil lazo siempre a punto de romperse de manera definitiva. Esa familia ha pasado de ser aquello que se firmó en el contrato inicial, es decir, un cálido y acogedor refugio, para volverse una madeja espesa y conflictiva en la que el protagonista se rodea de estruendosos silencios, de una memoria cada vez más vacía y de un desalentador llegar tarde a tantas cosas de la propia vida que son las que le hacen generar esa mirada del desasosiego que subyace en cada relato.
No duda Sergi Bellver en colocar a sus personajes en un punto límite, en esa frontera sensorial que despoja al individuo de cualquier posición estable dentro del ámbito social. Seres frontera en los que explora su propia descontextualización en relación al argumento de cada una de las situaciones propiciadas por el escritor, normalmente generadas por los vínculos familiares.
Familia y frontera tienen una pata más como sustento colectivo y es la creación de atmósferas en cada narración. Unas atmósferas febrilmente angustiosas, subrayadas por un lenguaje afilado y seco, en donde cada palabra parece estar escogida para cada línea, para cada frase, enhebrando un lenguaje que te deja sin aliento una vez concluyes esa historia, debiendo tomar aire al tiempo que piensas en lo leído y temiendo el próximo viaje.
Cada una de estas doce estaciones es una suerte de viaje, un recorrido disfrazado de exterior para convertirse en un brutal retazo interior en el que reverbera, como un canto de sirena, el cortejo fúnebre del ‘Mientras agonizo’ faulkneriano, y todo para dejarnos unas huellas que seguir, unas pisadas en las que colocar nuestros propios pies para enfrentarnos a esa agua dura que impide el fluir de la vida, que coagula nuestra percepción de la  felicidad desembocando en un último relato paradójicamente tan lírico como inquietante y en donde esa configuración de atmósferas llega al paroxismo en la descripción de un país, de una isla: Islandia, donde nos damos cuenta de que al fin y al cabo solo somos un puñado de polvo, una sustancia gris que acabará siendo arrastrada por el agua, arrastrada por la literatura.
 
 
Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 8/12/2013

domingo, 8 de decembro de 2013

El material de los sueños

“¿Qué pájaro es ese halcón que todo el mundo quiere apoderarse de él?”
“-Este tipo me pone nervioso.
-¿Por qué?
-Me ponen nervioso todos los tipos a los que no les interesa el dinero”.
“Si eres buena chica saldrás dentro de veinte años. Te estaré esperando. Si te ahorcan, siempre te recordaré”.
“Umm..., pesa mucho. ¿De qué está hecho?
-Del material con el que se forjan los sueños”.


Más de setenta años después de su aparición en pantalla para inaugurar oficialmente el llamado cine negro, todavía no sabemos de qué material están hechos los sueños, tal y como se preguntaba Sam Spade en la última secuencia de ‘El halcón maltés’, pero sí sabemos lo que se puede llegar a pagar por ellos. Los cuatro millones de dólares que alguien se acaba de gastar en una subasta por esta estatuilla, icono del cine, nos confirman la permanente capacidad de fascinación de este arte entre el ser humano y la habilidad de la maquinaria establecida por el Hollywood clásico para, a través de ese género de héroes solitarios, mujeres enigmáticas y callejones de luces y sombras, reflejar a toda una sociedad que se movía en la América posterior al crack del 29 y que venía de entrar en una guerra mundial.
Cuando Humphrey Bogart desciende por esas escaleras con el halcón bajo el brazo, tras descubrir que no tiene el valor que todos pensaban y después de entregar a la mujer de la que estaba enamorado a la policía, esa frase sigue retumbando en la mente del espectador para preguntarse una y otra vez cual es ese dichoso material. Varios siglos antes ya se había preguntado por él William Shakespeare en ‘La tempestad’, siendo cosecha del actor la incorporación de la frase a un guión repleto de diálogos antológicos, trabajado hasta el delirio por el director de la película, John Huston, en el que fue un espléndido debut a partir de un éxito literario de Dashiell Hammett. No hay duda de que ese material cada uno lo forjará según aquello que considere como lo más valioso para configurar sus sueños, ya que eso, los sueños, quizás sea lo único que nadie nos podrá robar nunca, aunque muchos hoy en día se empeñen en ello.
Los ‘malos’ de la película solo buscaban confirmar que bajo ese manto negro la pieza era un ave dorada con piedras preciosas incrustadas, mientras para Bogart que, como siempre, pasaba por allí, ese pájaro no era más que una excusa para escrutar al hombre y observar, desde su escepticismo de gabardina y sombrero de ala ancha, la conducta cada vez más perversa del género humano. Pero fuera del guión cinematográfico ¿qué me dicen? ¿De qué material están hechos sus sueños? Seguro que ese material ha mudado radicalmente en estos últimos años desde que, como Sam Spade, sentados en nuestras oficinas, veíamos a través de los cristales una vida llena de esperanzas e ilusiones, un proyecto vital inscrito en una sociedad que permitía la confianza en el futuro, en nuestro futuro. En un trabajo del que sentirse orgullosos y en crear una familia seguros de las posibilidades que para todos sus miembros se podían llegar a producir. Pero todo se esfumó, los cristales se empañaron por una bocanada de denso humo y lo que parecía una conquista inquebrantable se tornó volátil. El sueño dorado se cubrió de negrura, asistiendo a una brutal destrucción de empleo, contemplando cómo los más poderosos económicamente dirigen todo este cotarro ante el dócil sometimiento de los políticos, facilitando que nuestro sistema de libertades se constriña de una manera vergonzosa e indignante. Educación, Sanidad o Justicia, sostenes de cualquier sociedad orgullosa de serlo, van a la deriva, o mejor dicho van en una dirección perfectamente dirigida, en la que lo que menos importa es el ciudadano y sus circunstancias. Es entonces cuando los sueños simplemente se limitan a la supervivencia, y el material, ese dichoso material, se convierte en algo que ya era nuestro y que nos han hurtado: la libertad para no perder la capacidad de soñar en el futuro.
‘El halcón maltés’ se estrenó en Estados Unidos el 18 de octubre de 1941. En España ese estreno no se produjo hasta el 12 de diciembre de 1976. Demasiado tiempo sin poder soñar como para que ahora vuelva a suceder.

Publicado en Diario de Pontevedra 7/12/2013

martes, 3 de decembro de 2013

A madeira dos vosos santos

O último libro de Pedro Feijoo, ‘A memoria da choiva’, plantexa moito máis que un dos xogos literarios que tan ben artella o autor de ‘Os fillos do mar’ para engaiolar ao lector, ao alentar unha reflexión sobre o mito literario de Rosalía de Castro, sementando, entre o rastro do sangue, moitas dúbidas sobre a icona das nosas letras.



«Chegou dabondo, son horas de reclamar o noso». Esta é unha das frases que dan acceso á derradeira historia de Pedro Feijoo (Vigo, 1975), o home best-seller das nosas letras, e ao que tanto tempo levabamos agardando como unha das patas necesarias de todo sistema literario. Coa súa anterior obra, ‘Os fillos do mar’, revelouse, a partir do apoio do lector, como un escritor que manexa de inmellorable maneira ese rexistro do suspense de modo máis popular (miopes miradas aparte). Entre as súas innumerables achegas está a de empurrar ao interior dese sistema literario a moitos lectores que ao mellor aínda non se atreveran, pola razón que fora, a coller un libro en galego e poñerse a lelo. As cinco edicións daquela novela, e a súa publicación en castelán, dan boa conta dese soado feito.
Un fito que agora busca a súa reválida cunha novela recén saída do prelo, ‘A memoria da choiva’, na que un xornalista e unha profesora tentan aclarar uns crimes que teñen a unha sobranceira figura da nosa patria no eixo dos acontecementos, nin máis nin menos que Rosalía de Castro.
A novidade na aposta de Pedro Feijoo é a de establecer esa relación esporádica coa gran dama das nosas letras, a icona intocable do noso firmamento literario e na que se alicerza moito da nosa cultura. Alguen sabe que de Rosalía de Castro non existe unha biografía canónica que reflicta de xeito fiel o que foi a súa vida? Cousa un tanto estraña nun personaxe singular no noso tecido literario. Sombras que rodean ao mito e dende as que Pedro Feijoo tenta buscar o ‘leit-motiv’ do seu libro, plantexando propostas que encaixan coa atmósfera que rixe todo o relato. E que farán os puristas da memoria? pois abofé que bramarán ante as suposicións que fai o autor dentro dunha novela de entretemento (ou algo máis?), indo contra o establecido sobre a escritora de Padrón, o que sabemos dela e o que non somos quen de preguntar.
E arredor dela tamen andan aquelas institucións culturais preocupadas por velar da súa figura e do seu status. Unha preocupación que lles leva, ás veces, a sobreprotexer moitos deses mitos se tan siquera valorar a capacidade de dubidar que todo ser razoable debería ter.
Pedro Feijoo plantexa algúns dos poemas de Rosalía como as pistas das que ir tirando ante os diferentes crimes que van enchoupando as páxinas de sangue («unha vez tiven un cravo/cravado no corazón,/ i eu non me acordo xa si era aquel cravo/ de ouro, de ferro ou de amor...») e das que tentamos saír, zafándonos desas descripcións feitas de xeito sórdido con moitas referencias cinematográficas e que tan ben funcionan. Eses poemas lévannos a descubrir outra maneira de ler a Rosalía, de entender as súas palabras e tamén a súa propia vida.
Aínda que todavía non vai moito tempo do seu primeiro libro neste ‘A memoria da choiva’ Pedro Feijoo describe moito mellor as situacións e involucra en maior medida ao lector na narración. As escenas e os escenarios teñen moita importancia, como soe acontecer neste tipo de relatos onde se xoga co movemento dos protagonistas por diferentes espazos, chegándose a converter case en personaxes de seu. A Fundación Rosalía de Castro («chegamos ao portal e atopamos as dúas follas de forxa verde arrimadas. Empurramos a que quedaba a nosa dereita, o xusto para entrar nos xardínsa da quinta, e comezamos a camiñar en dirección ao edificio principal...») ou Santiago de Compostela («viramos a esquerda ao chegar á praza de Galicia, baixando pola Senra en dirección á Alameda. Aparquei o coche a carón do instituto Rosalía de Castro-vaia, non podía ser doutro xeito...») trabállanse arreo para acadar ese punto inquedante no que mover a esa parella de ‘investigadores’.
Pedro Feijoo e Rosalía de Castro mergúllanse xuntos nunha viaxe coa pel dun thriller, pero que ten a capacidade de que ao remate do mesmo nos fagamos moitas preguntas que, ao comezo da narración, nin se nos pasaría pola cabeza plantexarnos.  Así é como se dan a man dúas facianas da nosa cultura nunha relación na que nunca deberíamos esquecer o valor da retranca, e diso o noso escritor anda ben sobrado. «Unha santa? Agora, agora é cando ides coñecer de que madeira están feitos os vosos santos».


Versos, sangue, amor e odio
Deste cóctel de versos, sangue, amor e odio abrolla o que abofé será un deses éxitos literarios que fan que milleiros de persoas se adentren nun libro... e ao mellor logo noutro...e noutro, e así é como se acadan lectores fieis, ese escuro obxecto do desexo de cada autor. É Pedro Feijoo, dende a aparición daquel ‘Os fillos do mar’, un dos autores que máis lectores achegan as nosas letras. Unha beizón da que todos, dunha ou doutra maneira beneficiámonos.
‘A memoria da choiva’ pódese entender como un deses thrillers que tanta sona teñen e que se enchen de vender exemplares. Pedro Feijoo é o primeiro en sabelo, tamén en emplealo como unha arma irónica fronte aos seus opositores, sendo a súa achega o de ser quen de incorporalo ao noso sistema literario e cunha fonda pegada de país. Deste país.


Relacións Esporádicas. Publicado en Diario de Pontevedra 2/12/2013
Imagen: Fundación Rosalía de Castro

luns, 2 de decembro de 2013

Ata o vindeiro ano



REMATOU o Culturgal co pracer que deixan as cousas ben feitas. Montaxe e organización, xunto á brutal resposta do público (e logo din que a cultura non interesa, pobriños) deixan no padal ese bo gusto de ter pasado as horas a carón daqueles que fan do seu traballo o goce do público. Todo un luxo poder escoitar un concerto de Pablo Díaz e a súa banda presentando o fermoso ‘Toc-Toc’, asistir ao nacemento dun novo medio de comunicación en papel como é Luzes, escoitar a conversa de Pedro Feijoo e Diego Ameixeiras sobre os seus libros, ou iso creron eles, según Camilo Franco; escoitar a Manolo Rivas ler un conto a centos de rapaces, para logo cantar xunto a eles, ver as facianas dos cativos escoitando a Mamá Cabra, ollar a moitos nenos traballando nos obradoiros, coller nas mans as preciosidades que fan editoriais como Urco ou Rinoceronte, ver a xente mercando libros... iso foi o Culturgal.


Entre Dous. Diario de Pontevedra 2/12/2013

domingo, 1 de decembro de 2013

Cando emerxe o risco

‘Cadeas’ é unha novela de novelas. Un baúl de historias que denotan unha prodixiosa capacidade para fabular, para imaxinar. A novela iníciase a partir da anécdota dun escritor que descobre na praia unha muller nova que le unha novela súa.


Aparecen estas ‘Cadeas’ baixo o recoñecemento de acadar este ano o Premio Xerais de novela, un pulo na carreira de Xabier López que xa confeccionara novelas de importancia como ‘A estraña estrela’ ou ‘A vida que nos mata’. Títulos que tamén forman unha sorte de cadea en canto á posición do escritor na procura dun estilo propio, a teima de todo autor que se preze por atopar un xeito de narrar e sobre o que, abofé, leva dado moitas voltas.De seguro que nestas ‘Cadeas’ acada parte da solución a un problema que, afortunadamente, para a literatura nunca deixará de enmarañarse según o maxín de quen o plantexe.
No libro que nos ocupa todo arrinca coa visión dun autor dunha muller nunha praia lendo un libro seu. O cazador cazando a esa presa sobre o que todos os escritores se teñen preguntado en innumerables ocasións. Ese encontro levará ao inicio dunha relación na que se abrirán pequenos caixóns para que todos nos preguntemos sobre o que pode considerarse unha novela hoxe en día. E de feito, un dos logros desta obra, é o de facer que o espectador non pemaneza alleo a ese debate, é unha vez que entra no xogo plantexado polo autor, ir da súa man visitando e revisitando as posibilidades da novela como xénero.
Falamos dun longo relato sen alteracións narrativas ou de curtas historias que se van anoando con independencia do seu estilo: guións, cartas, memorias... en definitiva, Xabier López acada de xeito brillante plantexar ese debate dentro dunha novela que tamén é quen de discutirse a ela mesma, o que non deixa de ser un trazo de intelixencia ao expoñerse o autor sobre unha columna ao escarnio público. Pero que sería a novela e a literatura sen ese risco que emerxe das escuridades insondables da literatura e tamén da alma humana?
De feito non debemos deixar de lado que Xabier López ademáis do territorio da experimentación, tamén procura percorrer outro non menos agreste, aínda que igualmente satisfactorio, o da alma humana, o lume aceso que alimenta calquera bo relato, e o éxito para que o lector desexe pasar páxinas. Os diferentes relatos que compoñen esta cadea literaria afrontan directamente esa mirada á alma, ben a través duns rapaces na adolescencia das súas vacacións en Galicia, cun fermosísimo relato sobre Manuel Antonio ou coa historia dun músico, elos que se van fiando dende esa cea na que o autor e a súa lectora, aquela que descubrira cun libro seu na man, falan do que é unha novela, chegando a un intre, nunha desas conversas, no que o libro revela todo o seu senso para que todos entendamos a proposta do autor. Dende aí e ata o final da novela o lector non pode máis que dar por boas as inquedanzas vividas ate ese punto, para logo seguir lendo cos ollos ben abertos e o corazón enchido polo valor de Xabier López para botarse río arriba, como o Marlow do ‘O corazón das tebras’, á procura do que nin el mismo sabe que se vai a atopar, un segredo do que xa non se poderá separar xamais porque é o berce da súa escrita.
Así é como esta novela, ao chegar ao remate, o que consegue e que quedemos coas gañas de volver a ler algúns deses relatos que funcionan como narracións individuais, afastadas, unhas máis que outras entre si, aínda que o autor tamén se reserva algunha que outra sorpresa en torno a elas. Contos ou historias que xorden como a propia vida, dende a variedade de situacións, dende o amoreamento de lecturas e ouvidos que van sedimentando para formar o noso sustrato literario, en definitiva, o que dalgún xeito somos. Non dubiden que este libro quedará xa para sempre no seu sustrato persoal como un achádego deses aos que, por moito tempo que se lles bote enriba, sempre sentiremos o seu latexo.

Publicado na Revista de Diario de Pontevedra e no Progreso de Lugo. 1/12/2013 

Unha chulada!


Levantou o pano o Culturgal e o fi xo un ano máis na nosa cidade. Pontevedra eixo da cultura como xeito diferenciador e como aposta na construción común. Mentres outros rexeitan e se afastan dela, Pontevedra segue a reivindicar aquela bandeira tan ben izada polo profesor Filgueira Valverde cando dixo de Pontevedra que era a pequena Atenas, e que de xeito tan fermoso refl icte, dende a mi rada de hoxe, o engaiolante vídeo que nos da a benvida ao salón. Unha benvida entre cabezudos, eses mesmos que enchen de ledicia as nosas rúas nas festas, agora mergúllanse na cultura. A cabeza como parte do todo, metáfora da nosa capacidade para pensar e que aínda é máis poderosa cando chega da man do diversión. Achéguense ao Culturgal e collan un libro nas súas mans (non morden!), séntense ao lado dun grupo de ca tivos e escoiten a algún contacon tos, vexan unha obra de teatro ou unha serie de televisión, escoiten un concerto, ou achéguense a un escritor para oílo falar do seu últi mo libro ou para que lles adique ese texto cos namorou, xoguen con algún monicreque e por favor non deixen de darlle unha aperta ao noso benquerido Orbil. Percorrer o Culturgal é todo iso e máis, asegúrolles que é deixarse levar polo maxín de moitos galegos e galegas que adican o seu tempo, e que fan do seu traballo, algo para que todos podamos gozar e me drar como colectivo, tamén como país. Escritores, editores, actores, músicos, libreiros... e así todas e cada unha das profesións que se moven arredor da industria da cultura algúns aínda se negan a suliñar a súa potencialidade como industria compoñen durante esta fin de semana un espazo de lecer que fai da cultura unha festa. A Culturfesta!
Ese pracer, que o é todos os anos, nesta edición un aínda a goza un chisquiño máis pola me llor disposición do recinto, unha feira que ule a modernidade e a bo gusto e que fai do Recinto feiral un ámbito envexable para cali brar moito do que somos e ao que somos quen de chegar. Ese gozar multiplícase tamén ao saber como por desgraza esta edición sufriu a anguria das tesoiras e recortou o seu presuposto á metade, unha barbaridade, pero cando un ca miña entre os diferentes stands entende iso do que se fala sempre como do intanxible da cultura, algo que non podemos calibrar con cartos, pero sí con sorrisos ou con saúde. Non son bos tempos para ambas cousas, nin para so rrír nin para a boa saúde, de aí o reclamo desa faciana da cultura como benfeitora da saúde. Pasen unhas horas alí dentro e xa verán como saen, e non se esquezan da aperta ao bulideiro Orbil.
Vexámolo polo lado positivo e aferrémonos ás luces e sombras de ‘O terceiro home’ a película de Carol Reed e a unha das frases que, como case todo nese fi lme, atribúese a Orson Welles: En Italia, en trinta anos de domina ción dos Borxia houbo guerras, matanzas, asasinatos... Pero tamén estiveron Leonardo, Miguel Anxo e o Renacemento. En Suiza, pola contra, tiveron cincocentos anos de amor, paz e democracia. E cal foi o resultado? O reloxo de cuco! Pois que así sexa, e que nes tes tempos nos que a cultura vese asoballada dende moitos poderes, sexa o maxín dos creadores o que faga abrollar o mellor de nós mes mos para que cando pasen os anos os cativos que nestes días se ache guen cos seus pais ata o Culturgal a escoitar un conto, a ver unha peza de teatro ou a participar nun obradoiro, pensen que nestes tempos escuros houbo xente que co seu labor resistiu fronte aos que non entenden nada do que é quen de facer a cultura e o que iso supón para a sociedade.
Agora toca facer mostraxe ao outro lado do río, practicar ese deporte que tanto nos gusta aos pontevedreses chamado faipon ting, para coñecer as inquedanzas dos nosos creadores e confirmar coa nosa presenza a súa valía. Unha música, un libro, un actor ou un contacontos se non teñen con quen compartir o feito o seu labor non tería sentido. Así que xa saben, estanos esperando a todos e Orbil quere que o abracen, como a cultura, a nosa cultura, quere que nos sintamos orgullosos dela. Para mostra o Culturgal, unha festa dos sentidos. Unha chulada!

Publicado en Diario de Pontevedra 30/11/2013
Fotografía: Gonzalo García