luns, 14 de outubro de 2013

La metamorfosis de la pintura

Obras y un montaje muy estudiado configuran en esta exposición de Manuel Ruibal un espacio magnético que te deja pegado a él a través de una atmósfera singular. No son más que rastros, presencias, efectos de la naturaleza que desde la pintura se convierten en esencias pero en cuyo trazo se contiene todo ese misterio que se encierra en la naturaleza. Pintura y escultura crean un hábitat que nos acoge, y que podremos disfrutar en el Centro Cultural de Novacaixagalicia en Vigo hasta el 23 de noviembre.


Hace unos meses Manuel Ruibal nos dejó con la boca abierta con la presentación de un monumental libro en el que se recogían sus experiencias artísticas relacionadas con el mundo animal. Con una naturaleza en la que se citan los recuerdos de su infancia junto a la aproximación que ha tenido a lo largo de los últimos años a una fauna en la que ha descubierto movimientos, sensaciones y plasticidades en las que no había reparado antes, siendo hasta el momento su relación con ella más sentimental o memorial que de admiración. Vincular esos movimientos que le han cautivado con su manera de pintar, que en los últimos tiempos se había decantado por la elegancia del trazo, rastro y conceptualización del gesto de un pintor, era algo inmediato y de ello surge un proyecto tan hermoso como abrumador, tan poético como singular y que en esta exposición se ha engrandecido con la creación de una atmósfera que atrapa al visitante desde el primer momento adentrándolo en un inusual bosque de sensaciones.
Y es en esos trazos en los que se condensa la fuerza de la pintura de Manuel Ruibal al ser capaz de captar en un simple gesto el alma de la naturaleza, de concentrar toda el alma de ese ave, reptil o mamífero en uno de sus gestos pictóricos. Su pintura se construye a través de esos gestos, como también la propia naturaleza se va construyendo desde los gestos que sus inquilinos realizan de manera automática completamente ajenos a la inspiración del pintor.
En el año 2010 Manuel Ruibal se acercó a estas mismas salas para  recorrer toda su trayectoria artística, eran los ‘Trazos de una historia’ que es como se llamó a aquella cita. Ahora los trazos de una historia se ha visto substituidos por los trazos obtenidos de ese medio natural que tanto le atrae, de hecho, en sus cuadros de gran formato hay mucho de su obra anterior. Un irrenunciable estilo que sintetiza la realidad hasta lograr casi hacerla desaparecer en una depuración formal y mental tremendamente complicada pero que visualmente se convierte en férreas directrices capaces de situarnos ante una expresión tan simple como sincera y compleja de alcanzar. Ese trazo además de presentarse en el cuadro también lo hace en la escultura, ofreciendo una colección de piezas de mucho interés para el espectador y que aquí se presentan de manera inmejorable. Son sus culebras colocadas sobre la hojarasca simulando una escena real para nada imposible, todo un logro con el que el escultor da un paso más en el terrero de la escultura que tanto le interesa, además de propiciar una progresión en sus estudios sobre la movilidad de las figuras y que sí se vienen viendo en sus pinturas.
Todas sus imágenes beben también de un ingrediente a mayores, como es el tono poético que subyace en cada una de ellas, una lírica que se traduce en huir de la realidad y refugiarse en ese minimalismo que una vez interpretado por el espectador estalla de una manera especialmente intensa. Rimas suspendidas del aire, alas que juguetean con el viento, bandadas de peces bajo el océano y así un sinfín de estampas sumamente evocadoras.

Sigue progresando Manuel Ruibal, fascinándonos con esa manera de pintar reduccionista tan difícil de alcanzar, ya que, como en la vida, hay tantas cosas que nos distraen de lo realmente importante. Aquí esta claro lo que realmente es importante.

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra. 13/10/2013
Fotografía Rafa Fariña

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