domingo, 14 de abril de 2013

Aires de República


Eran tiempos de cambios vertiginosos. Tránsitos humanos regidos por una vida en la que todo iba demasiado rápido, sino no iba. Eran los tiempos de las vanguardias artísticas, del progreso tecnológico, los avances científicos y las conquistas sociales. Tanto era así que en provincias uno se acostaba bajo el mandato regio y al día siguiente se iba a comer ondeando la bandera tricolor. Así sucedió en aquella Pontevedra de los cocktails, el Tea-room y el Moka especial del Petit-Bar, que después se iba al Teatro Principal a ver el último estreno del «hombre que nunca ríe, pero que le hará a usted desternillarse de risa», aquel ser bautizado en España como Pamplinas o Cara de palo, y gran maestro del ritmo cinematográfico: Buster Keaton. Lo de ahora es algo mucho más lento y sosegado y los aires que siempre nos han refrescado con el primaveral aroma a República en el último año se ha transformado en un vendaval. Lejos el pueblo de moverle el trono a su majestad, no hay más que sentarse a ver pasar el cortejo fúnebre de la realeza aupado por sí misma: el elefante y Corinna, el yerno, la imputada Infanta Cristina o la herencia de don Juan, son las andas que soportan el catafalco de una monarquía que muchos apuntalan apresurándose a tabicar ante su progresiva caída, lo que puede llegar a perpetuar a Letizia como reina sin corona. Si este país se sacudió el franquismo de una manera extraordinariamente rápida no ha sido así con la Transición, hechizo del que parece estamos ya despertando a base de un conjuro entre correrías zarzueleras y el sopapo diario de los recortes marianomerkelianos. Con Urdangarín clavado como un puñal en la espalda real y hundiéndose más y más en las carnes de don Juan Carlos cada vez que se acomoda en el trono, ahora la tirita la pone el balonmano que lo encumbró, poniendo arena por medio, y con un Valero Rivera que devuelve así los favores de aquel espigado 7 que tanto hizo por la leyenda de un equipo. Y es que el balonmano, y por aquí lo sabemos bien, lo que une no lo separa ni las penas ni las condenas. Aquel equipo paseó sus laureles por Pontevedra y mientras Valero lo orquestaba en la pista, en la noche era Masip el que pastoreaba el rebaño para que a la salida de Carabás las casacas blaugranas no quedasen pendiendo del techo como en un cementerio indio mecido por el ‘Reloj’ de Los Panchos. Políticos y periodistas, casi todos ellos herrados en la desbocada Transición, gestionan el asunto con precisión quirúrgica, con unas pinzas que, como en aquel juego infantil ante el resbalón, piensan que le pueden encender la nariz a un Estado que comienza a preguntarse muchas cosas. Y las preguntas, es lo que tienen, necesitan respuestas y las respuestas, como cantaba Dylan, se encuentran flotando en el viento. Así se van atrincherando en las tertulias los que se aferran a la pata del monarca como si no hubiera más vida tras él, infiltrando el peligroso virus de la duda entre la opinión pública sobre el advenimiento del maligno, lo que acontecería en caso de poner a los Borbones en Bayona, pero por si acaso, y para sacudirse la caspa de sus hombros, dejan la corona a un lado y se arriman a esa neomonarquía patria que es el juancarlismo, ante la que hasta el eterno lúcido José Luis Sampedro se llegó a calificar como «republicano de don Juan Carlos». Es cierto que el país no está en estos momentos para muchas revoluciones, lo escribía esta semana Carmen Rigalt: «Hoy los españoles no estamos para monarquías ni para repúblicas porque todo se nos ha venido abajo», pero este ambiente polvoriento está consiguiendo lo que era impensable hace unos años y que viene de twittear Ismael Serrano, en palabras machadianas: “Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: el despertar.” Así que despertemos.


Publicado en Diario de Pontevedra 13/04/2013

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