luns, 25 de marzo de 2013

La necesidad del arte ante la barbarie


La Semana Santa es terreno apropiado para realizar viajes  que descongestionan nuestra mente. Con la mirada puesta en esas fechas proponemos la visita a una de las citas que se convertirán en destacadas a lo largo de este año en España. La muestra ‘Arte en guerra. Francia 1938-1947: De Picasso a Dubuffet’ que se exhibe en el Museo Guggenheim de Bilbao, una reflexión sobre ese trance en la historia europea que provocó la ocupación nazi de Francia y lo que supuso en la pléyade de creadores que en aquellos años inundaban el país galo.


EL 22 de junio de 1940 se firma el armisticio entre el ejército aliado y las fuerzas armadas alemanas. Desde ese momento y hasta la liberación en junio de 1944 con el desembarco de Normandía el territorio francés se dividirá entre la Francia ocupada, dirigida directamente por el nazismo y la Francia libre, también conocida como el régimen de Vichy, de carácter totalitario y colaboracionista con la Ocupación. Francia se veía así dividida en dos grandes partes, pero sobre todo se veía presa del desánimo y la opresión física y mental de las tropas de Hitler.
Esa Francia es la que había visto, en las décadas inmediatamente anteriores a estos hechos, como en su seno afloraban los grandes artistas del momento a nivel mundial. Los ecos fauvistas, cubistas, surrealistas, futuristas o dadaístas habían hecho de París la gran capital del arte a nivel mundial, cuestión que no remataría hasta el término de la guerra.
En esos años nada volvió a ser igual y fueron muchos los artistas que no entendían el cariz que tomaba esa situación . Así, historia y arte convivirán durante unos años, nueve, en concreto,  que son los que se encierran en la cronología que da soporte a esta exposición (1938-1947), tan necesaria como aclaratoria de ese periodo de la historia del arte.  “Una forma de hacer la guerra a la guerra”, como se dice en el catálogo de la muestra, que nos va a permitir recorrer  esos años en los que el arte y los artistas no se van a amedrentar y explotarán nuevas experiencias que aplicar a su trabajo y a sus propias ideas, para seguir configurando un universo plástico singular que les convertirá en eternos, por encima de las sombras que acechaban ese momento.
El recorrido se ofrece como extremadamente completo, a través de puntos clarificadores como el marco histórico en el que todo sucede, el gusto oficial, la impronta del Surrealismo, el arte surgido de los campos de concentración, los artistas del exilio, las referencias de los grandes creadores, el genio de Picasso, la liberación de París, los traumas de la guerra o la rebelión contra el canon establecido y para ello serán más de quinientas obras pertenecientes a un centenar de artistas la que se exhiban. Un listado descomunal para una exposición que marca un antes y un después en la aproximación a este territorio casi virginal, y al que nunca antes se ha aproximado nadie de manera tan global.
Bonnard, Calder, Dalí, Dubuffet, Dufy, Ernst, Giacometti, Kandinsky, Klee, Léger, Magritte, Matisse, Picasso, Miró o Tanguy son solo algunos de los nombres que nos esperan en el museo bilbaíno en un encuentro que reafirma las palabras de Orson Welles en boca de Harry Lime en ‘El tercer hombre’: “Tú sabes lo que ha dicho ese individuo: Italia, durante treinta años, bajo los Borgia, tuvo guerras, terror, asesinatos y derramamiento de sangre... pero produjo a Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza tuvieron amor fraternal, quinientos años de democracia y paz. ¿Y qué produjo? ¡El reloj de cuco!”.


Publicado en Diario de Pontevedra 24/03/2013
Imagen:  
Charlotte Salomon (1917–Campo de concentración de Auschwitz, Polonia, 1943)
Sin título (4917), 1940–42
Gouache sobre papel
32,5 x 25 cm
Charlotte Salomon Foundation, Joods Historisch Museum, Ámsterdam
© Collection Jewish Historical Museum, Amsterdam
© Copyright Charlotte Salomon Foundation

domingo, 24 de marzo de 2013

Cadenas


Pocas cadenas hay tan firmes y reconfortantes como las que nos ofrece la literatura para aferrarnos a libros y escritores, a recomendaciones que un día se cruzan en tu vida para acercarte aquello que hasta hace solo unos segundos era desconocimiento. Esas cadenas tampoco entienden de fronteras o distancias, simplemente se encuentran flotando en el aire, como si de los verdes cronopios de Cortázar se tratase, en busca de un acogedor abrazo. Anillos que nunca sabes de dónde pueden salir. Los últimos residen en el ciberespacio, un invento que, en su uso apropiado, es el gran avance de nuestro tiempo y lo hacen en forma de ideas, contactos con autores o pistas que buscan adentrarte en mundos literarios por los que nunca antes habías transitado. Así me engancho al blog de Antonio Muñoz Molina para conocer las impresiones diarias de su vida en Nueva York, entre postales de Manhattan y clases de literatura. Apuntes de un cuaderno de bitácora en el que últimamente han aparecido títulos como ‘Otra vuelta de tuerca’ de Henry James o ‘Los adioses’ de Onetti, relatos que nunca había leído en una ignorancia ante la que siempre dudo si lamentar o alegrarme de ella, ya que su existencia me permitirá realizar un maravilloso descubrimiento. Dos en esta ocasión, dos cadenas que nos unen a través del océano de la literatura.

Publicado en Diario de Pontevedra 23/03/2013

venres, 22 de marzo de 2013

Pontevedra y sus ‘noches americanas’


‘Los gozos y las sombras’, ‘La lengua de las mariposas’ o ‘Los lunes al sol’ son recurrentes ejemplos al referirnos al rodaje de películas en nuestra ciudad. Ahora que desde la Concellería de Promoción Económica y Turismo se ha  creado la marca ‘Pontevedra Film Commission’ para la promoción de Pontevedra como escenario para esos rodajes, nos parece una ocasión apropiada para rastrear no solo esos ejemplos sino muchos más que, con el paso del tiempo, han conformado en Pontevedra una suerte de itinerario fílmico todavía por explotar.

François Truffaut dirigió en 1973 una de las mejores películas relacionadas con el mundo del cine, y sobre todo con esos aspectos que no se ven, y que suponen el proceso de creación de una película. Rodajes en los que actores y actrices interaccionan entre ellos, en los que las historias que la imaginación y la acción de un director decide, con la ayuda de un productor, trasladan a la pantalla para emocionarnos a través de ese pequeño milagro que surge cada vez que accedemos a una sala de proyección. Su título fue ‘La noche americana’, y Pontevedra, a lo largo de los años, también ha vivido en sus calles, plazas y diferentes localizaciones numerosas ‘noches americanas’. Es hora de apagar las luces y de realizar un pequeño recorrido por algunas de ellas.
No fueron pocas las veces que se escuchó esa frase de boca de los diferentes directores que transformaron Pontevedra en un plató de cine y así, desde las primeras décadas de este espectáculo, se registran producciones que eligieron ambientes pontevedreses para desarrollar los diferentes cuadros que aparecen en esas películas. Ya en 1916 el director José Gil en ‘Miss Ledya’, considerada la primera cinta del cine gallego, según el historiador Xosé Enrique Acuña (A Nosa Terra. 21/11/1986), hizo transcurrir la acción en Pontevedra, el río Lérez y la Isla de A Toxa. En concreto, en Monte Porreiro, las márgenes del Lérez o zonas de Poio como Portosanto o A Caeira, son los escenarios de una historia en la que aparecen destacados pontevedreses del momento como actores, caso de Blanco Porto, Víctor Mercadillo, Clara Sobrino, Isidoro Millán o Marina Fonseca, todos apellidos ilustres de la ciudad, y acompañados por el propio Castelao. En 1927 y en plena efervescencia del debate sobre el origen de Cristóbal Colón, Enrique Barreiro realiza la que fue su primera película: ‘Pontevedra, cuna de Colón’, en donde se defiende ese origen a partir de la documentación que registra el apellido Colón en la Pontevedra del siglo XV y la abundancia de topónimos de nuestro entorno en las tierras descubiertas por el navegante. En la película Porto Santo, Combarro, Raxó, Placeres o Pontevedra forman parte de las vistas que en ella aparecen, comenzando a hacer de la Ría de Pontevedra un lugar que por su belleza y potencialidades se asentará en posteriores producciones. En 1924, la primera versión de ‘La casa de la Troya’ también tendrá entre sus localizaciones a Pontevedra.
En la décadas siguientes y siguiendo el imprescindible y eficaz manual que bajo la coordinación de Miguel Anxo Fernández publicó el Consorcio do Audiovisual Galego en 2007 se registran títulos como ‘Alalá,  Los nietos de los Celtas’ (Adolph Trotz, 1933), ‘El crucero Baleares’ (Enrique del Campo, 1941), ‘El Hereje’ (Francisco Borja Moro, 1957), ‘Sonatas’ (Juan Antonio Bardem, 1959).  En los años sesenta, y con una mayor producción cinematográfica a partir de las nuevas medidas tomadas de apoyo a la cinematografía, se incrementa el ritmo de producciones, que también aumentan su calidad. Así, destaca en 1966 la película ‘Cotolay’, dirigida por José Antonio Nieves Conde. Un film histórico que dejó huella en Pontevedra y de la que recientemente vimos en el Museo de Pontevedra varias imágenes (una de ellas la que aquí se incluye) de su rodaje, realizadas por el fotógrafo Rafa Vázquez, y recuperadas durante la muestra a él dedicada. Quedó demostrado como el Casco Histórico era el marco perfecto para situar una historia medieval en la que un niño, Cotolay, se convierte en su protagonista. En 1966 con José Bódalo como protagonista sería Luis María Delgado el encargado de rodar varios pasajes de ‘Aventura en las Islas Cíes’.
Ese año con ‘Los guardamarinas’ de Pedro Lazaga u ‘Operación  Plus Ultra’ del mismo director, se recupera un escenario recurrente de nuestro entorno como es la Escuela Naval Militar de Marín que ya había generado la atención del cine en 1947 por parte de Ramón Torrado en la exitosa ‘Botón de Ancla’, con un revival en color en 1960 a cargo de Miguel Lluch y que aún tendría desarrollo en 1972 con ‘Los caballeros del Botón de Ancla’, de nuevo con Ramón Torrado al frente. Marín también vería como en 1979 Carlos López Piñeiro dirigía la primera película en gallego ‘‘Malapata’.
En los años setenta ‘La novia ensangrentada’ (Vicente Aranda, 1972) o ‘La joven casada’ (Mario Camus, 1975) precedieron a la   que sería en los años ochenta el gran altavoz visual de Pontevedra con la serie de televisión, aunque realizada de manera cinematográfica, ‘Los gozos y las sombras’ (Rafael Moreno Alba, 1982). Un éxito popular que llevó por toda España el Palacete de las Mendoza o la farmacia de la calle San Román, entre otros puntos destacados de la ciudad. En 1992 Juan Pinzás dirige ‘O xogo das mensaxes invisibles’; Bent Hamer, ‘Water Easy Reach’ en 1998, y un año después será José Luis Cuerda quien haga del entorno de la plaza de A Leña parte del rodaje de ‘La lengua de las mariposas’, protagonizada por  Fernando Fernán Gómez y Manuel Lozano. En 2002 Fernando León de Aranoa rodará varias escenas de ‘Los lunes al sol’ y para ser el director Antonio Giménez Rico el que en 2003 haga del café ‘Blanco y negro’ escenario de una secuencia de ‘Hotel Danubio’. En 2005 Gerardo Herrero con ‘Heroína’ regresó a Pontevedra, una Pontevedra que se convertirá en la referencia habitual de Mario Iglesias a través de películas como ‘Catalina’, ‘De bares’, ‘Relatos’ o ‘Rosario’, por citar algunos títulos de su producción. En 2012 Nani Matos rodó, en diferentes lugares, su cortometraje ‘Flores para Amalia’. Todos ellos son las estrellas del firmamento de las que serían nuestras ‘noches americanas’.
Tres estrellas de otro tiempo
No hay duda de que actores y actrices generan la mayor atención por parte del público. Su presencia suele alterar la vida cotidiana de las ciudades en las que se produce un rodaje y sus admiradores no dudan en esperar horas y horas intentando ver en directo a sus ídolos. En los años setenta Pontevedra vio como tres estrellas del cine de aquel momento acudían a nuestra ciudad para participar en diferentes producciones. Tres mujeres en las que además de su talento como actrices se encerraba otro don, el de la belleza.
Marisa Mell
En dos ocasiones consecutivas estuvo en Pontevedra la actriz Marisa Mell. En 1972 como protagonista de la película ‘Encadenada’, dirigida por el director gallego Manuel Mur Oti, ahora en la parte final de su prolífica carrera, y un año después de la mano de Jorge Grau para protagonizar junto a Fernando Rey ‘Pena de muerte’.
Sus imponentes ojos verdes recorrieron las calles de esta ciudad durante la primera de ellas, al rodarse varias escenas en el Museo de Pontevedra. En la película interpreta dos papeles, el de la madre fallecida de un joven, y el de la cuidadora de éste que contrata su padre, siendo su agresiva belleza un elemento fundamental en el desarrollo de la trama.
En ‘Pena de muerte’ el rodaje se desarrolló en O Grove y en el Hotel de la Illa da Toxa, destacando la crítica cinematográfica la belleza del entorno, lo que venía a no hablar demasiado bien del resultado final de la película.
Marisa Mell fue mujer de Espartaco Santoni, residiendo en España y participando en numerosas películas en el cine español de los años setenta, sobre todo en un cine de tipo comercial y sin grandes pretensiones artísticas. En todas ellas, su belleza, que no dejaba a nadie indiferente, era uno de los elementos a destacar.
Ornela Mutti
Diario de Pontevedra fue el plató elegido por Mario Camus para rodar escenas de la  película ‘La joven casada’ (1975), en la que la joven actriz italiana Ornela Mutti (20 años) era su protagonista. Destacando por su hermosura provocó que se escribiese lo siguiente en las páginas del Diario: “Haría falta tener las condiciones de un poeta para describir la belleza de Ornela. Es una mujer realmente guapa, con unos ojos de expresión indefinible. Perfecta figura coronada por un cuello de divina proporción. Algo parecido al famoso cuello de Nefertiti”. Se buscaba así desprender a la actriz de esa imagen de sex-symbol que el cine insistía en fijar.
Durante un mes se prolongó la estancia del equipo de rodaje en la provincia, para finalmente rodar en nuestra ciudad en el Hospital Provincial y en los talleres de este medio. Allí, entre las máquinas linotipo, las de titulación mecánica o los chivaletes donde se guardaban los tipos de imprenta, se rodaron varias imágenes de la película, en la que a modo de curiosidad diremos que participó uno de nuestros compañeros, Luis Barreiro Blanco, eso sí, en un corto, cortísimo papel.
Sara Montiel
Con un argumento de Antonio Gala Mario Camus se acercó a Pontevedra para ambientar ‘Esa mujer’, una película que discurre a finales del siglo XIX cuando una cantante es sometida a juicio como sospechosa del asesinato del que era su amante. A finales de los años sesenta la figura de Sara Montiel comenzaba a perder el fulgor que había desplegado no solo en el cine, sino en la propia sociedad, como nuestra actriz más mediática e internacional. Sus interpretaciones tenían lugar en películas cada vez de peor calidad aunque en este caso las críticas no fueron del todo desfavorables e incluso en algún caso se comentó éste como uno de los mejores papeles de Sara Montiel.
La imagen que se conserva en nuestro archivo sobre ese rodaje, pese a estar bastante deteriorada por el paso del tiempo, sitúa a Sara Montiel en un entorno muy característico de la ciudad, como son los Jardines de Casto Sampedro con el perfil al fondo del Santuario de la Peregrina, una postal que despliega todo el glamour de la gran estrella de nuestro cine en  Pontevedra. Un ciudad que ha sido y debería seguir siendo una  pasarela de estrellas.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 17/03/2013

xoves, 21 de marzo de 2013

Suturando feridas




Non estamos na nosa literatura moi afeitos a este tipo de obras. Aí reside o primeiro gran mérito desta, ao enfrontarse a un relato de gran profundidade, tanto na extensión como nas súas pretensións, dentro dunha paisaxe sempre complexa como é a que xera unha guerra. Lonxe de interesarse por unha loita próxima a nós, Francisco X. Fernández Naval lévanos ata a fronte rusa na que a División Azul e os voluntarios que a compoñían, loitaron contra a ameaza comunista. Afastada é como semella ao falar de Rusia, de comunistas, de neves e máis elementos que conformaron aquela paisaxe sempre desoladora, pero a segunda gran virtude do libro é o ser quen de achegar aqueles episodios á realidade do noso pobo. Un capítulo descoñecido, ou mellor que descoñecido, cheo de sombras, que moitos non coñeciamos e que tras esta lectura amosa un aspecto completamente diferente.
O autor sitúanos ante esa faciana para mirarnos a nós mesmos, para rastrexar o noso pasado como él mesmo fixo tras abrir unha caixa de marmelo, da que, como naquela caixa de Pandora, xurdiron toda unha chea de pantasmas ás que Fernández Naval se empeñou en sacarlles a saba. Sabas baixo as que había toda unha historia familiar, ben oculta polo que podía supoñer que un dos seus membros acudise voluntario a defender o fascismo. Unha mácula no álbum familiar que se agochou nunha fermosa caixa de marmelo. Ao abrirse apareceron toda unha serie de cartas que son as que van fiando cada un dos capítulos que compoñen o libro, pero tamén imaxes, fotografías tan engaiolantes como a que forma parte da portada do libro, así como outras que tamén son ingredientes do soporte narrativo que nos atopamos ao longo do relato. Expiar a memoria dunha familia, a través desa achega teraéutica que posúe a literatura para limar o pasado ao suturar as feridas que a vida e a historia pode deixar en nós, é a causa que emerxe como motivo para iniciar este longo percorrido que ocupou de xeito teimudo ao autor, desprazándose incluso até os escenarios daquelas mortes e frustracións en territorio daquela soviético. Un poupar ao que foi todo aquilo que permite que a novela teña un latexo de vida, amosándonos as sensacións xeradas nun lugar que chegou ata as beiras do Miño en forma dun inverno acubillado no interior dun protagonista chamado Alfredo que, como tantos, viuse envolto nas miserias da guerra con independencia de cales foran as súas motivacións.
Catro serán as voces que nos achegan esa historia, o que vén a compoñer unha axeitada conxunción de miradas arredor da historia que ensancha as súas perspectivas ante o lector amosando as posicións de varios dos protagonistas ante a vida de Alfredo. Presentándose, deste xeito, un vigoroso relato que pese as súas 400 páxinas, deixase manexar ben por quen decide abrir esa fiestra da historia, como un día a abriu Francisco X. Fernández Naval.
A súa reactivación da memoria familiar ao botar raíces nun libro espállase ante todos nós como unha búsqueda, a das respostas para solventar as dúbidas dun tempo de medos e desafíos para unha sociedade dubidosa de si mesma e cunhas ramificacións que aínda hoxe penduran ata nós. ‘A noite branca’, co seu manto rexenerador, vai nesa dirección de relativizar as cousas, de difuminar as liñas que separan aos malos dos bos e cunha última cuestión que lle concede á novela a sempre necesaria sensación de actualidade, e sobre todo de compromiso co noso tempo coa conexión daquela guerra cun conflito que hoxe segue a provocar dor e sufrimento, o de Afganistán. Tempos diferentes, pero guerras tan estúpidas como dolorosas para o ser humano.

Publicado en Revista, Diario de Pontevedra e El Progreso de Lugo

mércores, 20 de marzo de 2013

Una sociedad ante su retrato


Política y literatura se entrecruzan en el ensayo ‘Todo lo que era sólido’ para colocarnos ante lo sucedido en este país en las últimas décadas. Una subida al cielo y un descenso a los infiernos de manera vertiginosa.


«Nada importó demasiado mientras había dinero. Nada importaba de verdad. Podíamos estar gobernados por incompetentes o por ladrones o por ignorantes o por gente que reunía las tres cualidades a la vez: por mal que lo hicieran la economía prosperaba empujada por el doble espejismo del dinero barato y de la burbuja inmobiliaria; por mucho que robaran y por muchos parásitos a los que les permitieran chupar de la administración había tanto dinero que seguía sobrando para casi todo». Este es uno de los comienzos de los diferentes episodios que conforman el libro ‘Todo lo que era sólido’ un largo ensayo editado por Seix Barral con el tiempo sobrevolando cada una de sus reflexiones sobre aquello en que se convirtió este país tras la dura travesía por los años franquistas y en lo ha acabado en estos momentos de descorazonadora zozobra.
Con un pie en España y otro en Nueva York, donde reside gran parte del año tras haber pasado por la dirección del Instituto Cervantes en aquella ciudad, pocos como él para diseccionar la realidad de este país grangrenado por sí mismo y los comportamientos de unos dirigentes que en escasas ocasiones han tenido la altura de miras como para sacar de este país todo lo que podía ofrecer. Como en ‘El retrato de Dorian Gray’,  Antonio Muñoz Molina, coloca a España frente a la belleza de un retrato ante el que se ha estado recreando en su hermosura, en un indominable y avasallador hedonismo, mientras, en realidad, diferentes males iban corrompiendo su piel hasta convertirse en un pudridero que ahora ha emergido, salpicándonos y despertándonos de nuestro encantamiento, como en la parte final de la novela de Oscar Wilde. Desmadejado y perdiendo a chorros las grandes conquistas que este país ha conseguido -sobre todo en cuestiones como la educación, la sanidad o la igualdad ante la ley- es precisamente al ver cómo esos jirones nos condenarán a años de penurias, cuando Muñoz Molina nos aporta  decenas de atinadas reflexiones que durante todo el libro no hacen más que retumbar en nuestra cabeza en forma de una pregunta ¿cómo hemos podido llegar hasta aquí?
Para intentar responder a esa pregunta el autor lleva realizando durante los últimos años numerosas anotaciones, apuntes que levantan acta de un sinfín de incongruencias impensables en cualquier otro país, pero que encajan perfectamente en aquello que se ha dado en llamar de forma ampulosa la idiosincrasia del pueblo español. Conductas, comportamientos, egoísmos, miopías, ignorancias, osadías, temeridades y en definitiva actitudes que, ancladas en la noche de los tiempos de este país (el propio Cervantes ya fue pionero en esa denuncia), se han visto envalentonadas por el vil metal y un fulgor que nos ha ofuscado hasta el punto de que ahora una especie de castigo divino nos ha sobrevenido en forma de un deterioro económico, político y social que parece habernos cegado a la hora de encontrar soluciones.
Esos apuntes se han visto ampliados con la consulta a la hemeroteca, ese notario atemporal que no admite discusión, solo la razón de la evidencia, y allí, ante lo que fuimos, pasando páginas y más páginas, el autor ha rastreado ese proceso de engorde a base de dinero fácil, de arquitecturas orgiásticas a costa de la devastación de nuestros paisajes, de burbujas que se amparaban desde las estructuras del Estado, de truculentos empresarios, de personajes arribistas, de construcciones tan injustificadas como inútiles en su utilización final, pasando por la incompetencia de quienes ostentaban cargos sin merecimientos, simplemente por adscripciones a los grupos de poder, los fastuosos gastos en fiestas de dudoso gusto o esas derivas nacionalistas que han ido estirando este país desde su centro hacia un exterior que, lamentablemente, siempre caía de bruces en el mar en vez de viajar y abrirse al mundo o a otras percepciones de la realidad social.
¿Y ahora qué? Aire. “Todo lo que era sólido se ha desvanecido en el aire”. Un aire que deberíamos aprovechar para alentar nuestra responsabilidad como seres de una colectividad, como eslabones de una cadena que hay que levantar para, serenamente, buscar una salida, un camino que no nos vuelva a intrincar en los senderos oscuros que otros han cogido, en muchos casos, no lo olvidemos, amparados por nuestra permisividad, por el dejarse llevar ladera abajo de la bonanza económica. Un tiempo que ha pasado y que ha dejado atrás gran parte de lo mejor de nosotros mismos, de la ilusión por crecer como colectivo, de valorar un esfuerzo ahora arrastrado desde un sentimiento de abatimiento que lo ha enfangado todo y que difícilmente permite movernos con la libertad necesaria para superar esta situación.
No estaría de más que a partir de ahora a cada uno de nuestros representantes públicos,  tras el juramento de su cargo, se le haga entrega de uno de estos libros para que repose en su mesita de noche y así, justo antes de acostarse, poder leer algún fragmento. Pueden hacer ustedes la prueba, cójanlo y ábranlo al azar por alguna de sus páginas, en cualquiera de ellas hallarán algún rasgo que nos identifica y que subraya alguna de nuestras perniciosas derivas, las que nos han traído hasta aquí, hasta este mar embravecido con escaso calado en el que día a día vamos haciendo encallar a este país, en el que por otra parte son tan importantes son este tipo de voces. Voces como la de Antonio Muñoz Molina para, desde su compromiso literario, presentarnos cómo somos, pero sobre todo, para generar ese estado de reflexión cada vez más ajeno a todos nosotros, distraídos por televisiones tan huecas como las cabezas de sus rectores, por la falta de lectura y por políticas completamente ajenas al ser humano orillado desde el momento en que dejamos de ser sólidos para ser solamente aire.

Relaciones Esporádicas/3. Publicado Diario de Pontevedra 18/03/2013
Fotografía Rafa Fariña

martes, 19 de marzo de 2013

Compromiso artístico en femenino


Hasta el 30 de abril la Sala X de la Facultade de Belas Artes de Pontevedra acoge una exposición peculiar. Si el arte debe ser siempre un altavoz de aquello que sucede a su alrededor, en pocas ocasiones como ésta lo consigue. Artistas de latinoamérica y España, con la norteamericana Suzanne Lacy crean un mosaico que incita a una profunda reflexión sobre las consecuencias de la violencia de género y la actitud de esta sociedad ante esa perversa situación. Diferentes soportes le conceden el sentido plástico tan necesarios al hablar de una cita artística.


CADA día esta sociedad en la que hemos caído nos sorprende y turba con noticias referidas a la violencia de género, al abuso que, en un ámbito exacerbadamente machista como el nuestro, se produce sobre la mujer. Una violencia que no debe reducirse a las frías y evanescentes cifras sobre muertes y agresiones, sino que esa violencia trasciende al día a día, a la situación de indefensión de tantas mujeres ante la presión de sus maridos, parejas, jefes... o cualquier otro tipo de relación en la que la mujer suele ser siempre el eslabón más débil.
Sería injusto decir que nada ha cambiado, pero cuando se viene de tan lejos los avances que se han producido, unidos a los que vengan, provocarán que hasta dentro de muchos años no nos parecerán del todo efectivos. Todavía queda mucho por hacer para evitar ese incesante goteo de miserias, no cabe duda, y quizás sea el arte el soporte a partir del cual limar ciertas esquinas.
Desde esta semana en la Sala X de la Facultade de Belas Artes de Pontevedra tenemos más de cuarenta ejemplos sobre cómo el arte puede, desde la reflexión y la estética, aportar su mirada a esa realidad que nos acecha. Es por ello que todas las artistas aquí convocadas-españolas, latinoamericanas y la estelar presencia de la norteamericana Susanne Lacy, muestran su componente más activista para neutralizar y representar las consecuencias de esa violencia en la sociedad y en el ser humano. Una variedad de creadores tan sugerente como la variedad de formatos, actuaciones que necesitan de nuestro tiempo para aproximarnos a cada una de esas denuncias plásticas y enraizar una reflexión íntima que debería tener su consecuencia en el exterior de la sala.
Cifras, golpes, heridas, dolores, ausencias, cargas, amarguras, protestas, denuncias... son los aliviaderos por los que se se filtra la inspiración de estos artistas, un tamiz comprometido que tiene plasmación en todos estos trabajos que itineran así desde Valencia, en donde fueron expuestos en noviembre de 2012 en conmemoración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia de Género, como ahora lo hacen en Pontevedra, en este mes de marzo con su Día Internacional de la Mujer. Fechas que llaman nuestra atención sobre uno de los grandes males de nuestro tiempo. Una lacra que sigue todavía adherida a nuestra piel cada vez menos rugosa y más sensible, como sensible es el arte a todo lo que sucede en la sociedad, en ese contexto del que se debe nutrir para mostrar un necesario compromiso. El comisariado de Mau Monleón y el trabajo de estas mujeres artistas, es efectivamente eso, un compromiso irrenunciable con la mujer, un compromiso con las víctimas.

Publicado en la Revista. Diario de Pontevedra 17/03/2013

luns, 18 de marzo de 2013

El rincón de...


CON LA mano de George W. Bush sobre su hombro, José María Aznar hinchó el pecho para sacar a España del «rincón de la historia» y lo que hizo fue empotrarnos en el rincón de la vergüenza. Diez años después y viendo en el día de ayer esa mezquina fotografía en el paraíso de las Azores repetida en diferentes medios, todavía a muchos nos sigue avergonzando, al tiempo que hace que nos preguntemos ¿qué coño hacíamos nosotros ahí?
Contra la voluntad de su propio pueblo el entonces presidente español nos colocó en un lugar en el que nunca quiso estar este país y solo su megalomanía justificó ese instante. Pasados diez años los tres integrantes de esa imagen deberían regresar al archipiélago luso, volver a convocar a los medios de todo el mundo y, con sus banderas ondeando al viento, reconocer el error de aquella decisión y pedir perdón a todos los que hoy nos volvemos a sonrojar.

Entre Dous. Diario de Pontevedra. 18/03/2013

Ruibal



Bandadas de aves en acompasada formación, silentes bancos de peces en mares abisales, el sosegado perfil de un felino, el bullicioso rastro de un insecto, la inquietante presencia de una serpiente... así se va conformando el bestiario que Ruibal presentó esta semana en forma de libro. Un alarde de creación y edición que, en tiempos pequeños, sorprende por lo grande y arriesgado de la iniciativa, así como por el coraje de los que en ella han participado. Un milagro con forma y formas de fauna, de animales que inspiran, como siempre ha hecho la naturaleza, a un artista cada vez más primario, por lo tanto, cada vez mejor. Despojado de distracciones, Ruibal afronta el hoy desde la caricia a sus perros, el recuerdo de aquellos animales que le rodeaban en su infancia en Porráns, la calma que proporciona observar a un ave dibujar líneas en el aire o la magnética sorpresa que provoca ver en un documental una extraña especie. Cariño, memoria, curiosidad y asombro se van citando a partes iguales en esta última aventura artística de un creador que se ha hecho acompañar, en este trecho de su ya larga trayectoria, de un entorno natural desde el que sortear el salvaje devenir de una sociedad cada vez más alejada de las esencias de la naturaleza. Una madre eterna de la que renegamos a menudo y de la que Ruibal nos regala su espíritu.

Publicado Diario de Pontevedra 16/03/2013

xoves, 14 de marzo de 2013

Un grito contra el olvido


Recién inaugurada, disponemos de un largo plazo, hasta el 1 de mayo, para encontrarnos con una fiesta de la pintura. Pocas veces en una exposición vamos a hallar una verdad tan pura como la que nos brinda la obra de Deside, convirtiendo a su autor en uno de nuestros mejores pintores.  Casi siempre olvidado cuando aparece una de sus exposiciones, y más una de gran calado como esta, debería entenderse como un reconocimiento a quien no es demasiado gustoso de ellos, pero que sí sabe cuál es su verdadero lugar en este teatro.



Habla Deside y retumba la sala. Pinta Deside y retumba el mundo. Sus cuadros son una espiral pictórica que te atrapa desde el primer momento, un torbellino que, al igual que la personalidad de su creador, te transporta a ese magmático misterio del que solo la pintura es poseedora.
Pinceladas y materia se encuentran en el interior de unas piezas inagotables en cuanto a su contemplación y ante las que cada instante que se sucede frente a ellas no hace más que estremecerte por lo que supone de reconocimiento de la buena pintura, convirtiendo el acceso a la exposición organizada por Novagalicia Banco en la primera planta del Café Moderno de Pontevedra en un acto de fe hacia la pintura, una profunda reivindicación de una disciplina tantas veces maltratada por muchos, siendo lo más grave cuando lo es por los propios artistas, siendo no pocos los que hacen de la pintura un frugal divertimento menospreciando su historia y su poderosa condición llena de orgullo en la cumbre de la creación plástica.
Seguramente serán muchos los que, llegados a esta línea, suponiendo que sigan ahí, se estarán preguntando quién es este Deside del que este cronista no hace más que elevar su pintura a una cima casi picassiana. Pues sencillamente un pintor gallego que pinta como los ángeles porque pinta con el alma, que es como se debe pintar, pero al cual, los años y los insondables círculos artísticos, por las razones que sean, no le han tratado como debieran, de ahí que muchos de esos años han transcurrido en horas de trabajo en su taller, la auténtica patria del artista, de cualquier artista y de la que rara vez ha salido para mostrarnos su trabajo, pero cuando lo hace, como en esta ocasión, provoca un estallido similar a un volcán en erupción vomitando la producción de esos años parida desde las diarias luchas con la pintura.
Esta exposición se articula como una especie de recorrido por todos esos años, aquí enmarcados entre 1975 y el año 2000, presentándose, y con razón, como la gran exposición de un creador olvidado, del que quizás sea el mejor pintor esencialmente informalista de nuestra tierra. Hablamos de alguien que ha permanecido siempre fiel a su concepción artística, frente a incomprensiones y seguramente muchas miserias. Un discurso que se defiende por sí mismo, alejado de camarillas e intereses sibilinos y sí cercano a las entrañas de quien hace no solo de cada cuadro, sino de cada pincelada, un grito pictórico. Un rugido que nos pone los pelos de punta por la dimensión de esa obra que tras cada cuadro que vemos no acabamos de entender el sentido de ese olvido.
Cada una de esas superficies respira pintura, componiendo una suerte de territorios en los que se derrocha el carácter informalista de una abstracción que se mueve desde la pintura matérica, hasta la abstracción lírica o la percepción de un atisbo figurativo. En todas estas abstracciones Deside nos transporta a su universo, que es al fin y al cabo su pintura, un espectáculo que supura pasión por cada uno de los poros de estos lienzos vivos como pocas obras de arte, vivos para la eternidad, ya que poco importa su fecha de creación.
‘Pintura sin tiempo’ se titula la muestra. Efectivamente, alejada de modas y modos, pura pintura, para en ese lugar que ahora ocupa, entre las sombras generadas por una precisa iluminación encontrarnos sus luces pictóricas generando un clímax portentoso donde todo es alimento para el alma de aquellos que se atrevan a descubrir a un pintor tan enérgico como distante, que solo nos habla desde su pintura, que es como debe hacerlo todo pintor que se precie. Su nombre, Ramón Lorda, Deside, sus gritos son su pintura.


Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 10/03/2013
Fotografía Rafa Fariña

martes, 12 de marzo de 2013

Una luz inagotable


Con su última novela el irlandés John banville vuelve a deslumbrar al lector con una prosa magnética e hipnotizante plagada de frases ejemplares.



Pocos autores a nivel internacional pueden presumir de exhibir un conjunto de su trabajo tan compacto en su calidad como el irlandés John Banville. Cuando llega a las librerías su última obra, de la mano de la Editorial Alfaguara, ahora embozado bajo la capa del género negro de su alter ego Benjamin Black (‘Venganza’, nos vamos a detener en un libro que, aunque publicado, en esa misma editorial el pasado año, todavía está muy vivo y con el tiempo aún lo estará más.
Se trata de ‘Antigua luz’ una de las novelas que marcaron el pasado año literario y que volvió a colocar a este autor, ganador de premios tan prestigiosos como el Booker o el Franz Kafka, premonitorios de un futuro Nobel, en su máxima cumbre literaria, que ya había tocado con la yema de los dedos con ‘El libro de las pruebas’, ‘El mar’, ‘Eclipse’ o ‘Los infinitos’. Todos ellos libros con los que el lector puede disfrutar de una prosa llena de detalles, de efectos logrados mediante unas palabras que se van sucediendo para componer unas frases ante las cuales debemos reposar, detenernos para comprobar la precisión del engarce, como en un collar de cuentas, consiguiendo que nos pongamos en la piel de sus personajes. Composiciones humanas que no hacen más que ponernos a nosotros mismos sobre ese tablero humano que es la vida y en el que John Banville, a través de esta ‘Antigua luz’, nos ofrece algunas de sus mejores imágenes literarias desde sus personajes y esa goma tan elástica como frágil que es el amor. El gran personaje de esta novela.
Las diferentes relaciones que componen su argumento son el motor de una acción fragmentada en diferentes espacios y tiempos, en donde el recuerdo, siempre presente durante la vida de un veterano actor, Alexander Clave, tras una relación de juventud con la madre de su mejor amigo, vuelve una y otra vez, como ese rayo que no cesa, para con su fulgor, iluminar las nuevas relaciones que ha tenido a lo largo de su vida siendo la última de ellas con una joven actriz. Quizás aquella luz que le había deslumbrado como un descubrimiento en su adolescencia a través de un cuerpo de mujer, se haya convertido en un paisaje al cual regresar cuando la vida no se lo pone nada fácil en la búsqueda de soluciones, pero sobre todo, en la procura de aquellos instantes de felicidad, cuando una sensación lo era todo orillando el resto de la vida.
El paso de los años nos hace deambular por diferentes territorios, espacios muchos de ellos incómodos, pero por los que tenemos que atravesar como peaje ante los momentos felices. Aquel cuerpo de mujer fue su única preocupación en un tiempo, la única realidad presente en su vida, volviéndose todo lo demás accesorio y secundario. Son situaciones que no se pueden sostener durante demasiado tiempo, ya que de ser así perderían toda su esencia y lo que en realidad suponen para nosotros, pero que, como en este caso, funciona como un bálsamo anclado en la mente del protagonista para aplicar cuando las luces de la vida se vuelven sombrías y crueles. Siempre habrá una luz, una antigua luz, que nos ofrezca su calor, y que dé sosiego al espíritu para afrontar los tragos amargos.
John Banville cierra con esta obra una especie de trilogía que se completa con ‘Eclipse’ e ‘Imposturas’ en torno a esos misterios que la vida esconde en cada uno de nosotros como si fuéramos pequeñas cajitas de las que extraer enseñanzas. Son muchas las que el autor nos propone, y todas ellas explicadas bajo esa gran preocupación suya que es la de la precisa construcción del lenguaje, donde cada frase corresponde casi a un mundo singular, un universo de palabras y memorias donde todo cobra sentido gracias a la literatura.

Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo

luns, 11 de marzo de 2013

O fume da Academia


NON FORON días sinxelos para a Real Academia Galega: anunciadas saídas, liortas entre os membros e sobre todo a perniciosa perda de imaxe coa que moitos se senten ben agusto.
O mércores coñeceremos se o seu presidente marcha, tanto do cargo como da propia Academia. Será o día do fume branco, como o pode ser no Vaticano se o día antes, o do comezo do Cónclave, non se chega a un acordo sobre o novo Papa. Ese día a nosa lingua vólvese a xogar moitas cousas, e xa é moito tempo xogando ao límite como para que agora os seus propios defensores anden a labazadas entre eles. Imponse a unión, que non marche ninguén con independencia dos cargos. Todos son útiles cando se trata de defender unha lingua da que todos os seus membros son axeitados defensores. Xa hai bastantes inimigos portas afora como para afogar dentro co fume propio.

Entre Dous. Diario de Pontevedra 11/03/2013

domingo, 10 de marzo de 2013

Prensa



El CIS nos ilumina con un estudio sobre la valoración que los españoles tienen de las diferentes profesiones. El titular surge cuando entre las peor valoradas nos encontramos a la judicatura y a la prensa. Juez o periodista es aquello que nadie querría para sus hijos. Lo de los magistrados me queda un poco lejos, pero lo de la prensa no, y si bien los encuestados han convertido en porcentaje la opinión de Billy Wilder al referirse a los periodistas: “Ese atajo de pobres diablos con los codos raídos y los pantalones llenos de agujeros que miran por la cerradura y despiertan a la gente para decirles qué ha pasado, son esos que roban a las madres las fotos de las hijas que han sido violadas en los parques ¿Y para qué? Al día siguiente el reportaje del periódico sirve para envolver un periquito muerto”, a mí me gusta más refugiarme en el papel de la prensa como portavoz de lo que sucede en la sociedad, la investigadora de aquello que permanece oculto en las cloacas de cualquier Estado o una agitadora de conciencias, y claro, huyo del viperino Wilder para consolarme en la religión Fordiana y su honesto periodismo de ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, imprescindible para la construcción de una sociedad saludable. ¡Ah! y en aquel muestrario épico en blanco y negro, recuerdo que la justicia era el otro pilar para que todo esto no se nos venga encima.

Publicado en Diario de Pontevedra 9/03/2013
Imagen: Javier Cervera-Mercadillo


xoves, 7 de marzo de 2013

Arte editorial a cargo de Luís Seoane


La pontevedresa galería About art nos convoca hasta el 23 de abril, día del libro, a presenciar un conjunto, precisamente de libros, en los que se unen aspectos literarios con plásticos. Una feliz unión que en el caso de Luís Seone tuvo una especial efervescencia, ya que no fueron pocos los libros editados e ilustrados por el propio artista. En esta ocasión podemos ver algunos de los más destacados. Auténticas joyas bibliográficas en las que se respira el amor de este creador por su tierra, desde el principio y hasta el final, su verdadera motivación artística.



Si algún nombre ha destacado como ilustrador de libros, además de por su propia labor como pintor, ese fue el de Luís Seoane. Perfectamente sabedor de la capacidad del libro para transmitir ideas, ideales y hasta libertades, a lo largo de su vida, y con una profusa labor editorial, Luís Seoane nos dejó algunos, muchos de los más bellamente libros editados de nuestro acervo cultural.
La galería About art, en una atractiva iniciativa, nos presenta varios de esos libros, curiosas ediciones por un motivo o por otro, a través de los cuales podemos asomarnos a este quehacer artístico, lleno de creatividad y que, en el caso de Luís Seoane, compone uno de sus más destacados aspectos en la globalidad de su ingente trabajo. Junto a esas ediciones la muestra también se ve completada con la exhibición de tres cuadros del propio creador Tres preciosos ejemplos de la fascinante capacidad de síntesis y representación del pintor nacido en Buenos Aires en 1910.
Esa capacidad sintética de la realidad es la que también trasciende de sus representaciones artísticas en los libros. Editoriales como Emecé, Nova, Botella al mar, Citania o Edicións Galicia del Centro Gallego de Buenos Aires, son las editoriales de las que más trabajó Luís Seoane, a las que hay que añadirles, a partir de 1963´, su importante participación junto a Isaac Díaz Pardo en ‘Edicións do Castro’.
Muchas de esas realizaciones se encuentran expuestas hasta el 23 de abril en este espacio y, recorriéndolas con el detenimiento que se merecen estos tesoros, nos daremos cuenta de la importancia de su trabajo editorial y de su papel dentro del complejo entramado artístico vinculado, de una u otra manera, a Galicia. Es emocionante ver esas hojas ajadas, oscurecidas por el tiempo, pero en las que se mantiene intacta la ilusión de su creador, emoción que se incrementa ante los numerosos dibujos y dedicatorias que él mismo ha realizado en algún lugar, de lo que normalmente son pequeñas tiradas numeradas, de ahí el mayor valor de una exposición que permite a los visitantes el poder hacerse con alguna de las piezas.
En el año 2010 el Museo de Pontevedra exhibió una profusa muestra sobre esta dimensión del trabajo de Luís Seoane: ‘Ao pé do prelo’, era como se llamaba. Ahora, este ejercicio más íntimo y cálido de aproximación, no hace más que incidir en la categoría como ilustrador de su autor y la capacidad para recoger en todas estas páginas esas estampas surgidas de la realidad gallega que durante el siglo XX atravesó momentos de enorme penuria y dificultad.
Fue largo el camino realizado, desde ese pequeño libro de 1932 ‘Huellas’ que ilustraba las poesías de Feliciano Rolán, luego vinieron publicaciones clandestinas como ‘Lo que han hecho en Galicia’, impreso en París en 1937, (ambas expuestas en la muestra) y el largo exilio bonaerense. Un recorrido balizado a través de las hojas de libros como éstos. Pequeños tesoros que jalonaron, no solo la vida de Luís Seoane, sino la vida cultural de una Galicia no muy sobrada de talentos como el suyo.

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 3/03/2013
Fotografía Rafa Fariña

mércores, 6 de marzo de 2013

'El Paraíso' ya está abierto


Acceder al Museo Thyssen de Madrid tiene ya un nuevo aliciente, como es el encontrarse el recién restaurado ‘El Paraíso’ de Tintoretto con toda su gloria pictórica sobre nuestras cabezas.



Pocas piezas impresionan tanto al recorrer un museo como los monumentales lienzos de Tintoretto. Monumentalidad que no solo viene dada por su tamaño (en este caso 164x492 cm.) sino por la extraordinaria calidad de una pintura que representa como pocas el tránsito del mundo renacentista al Barroco, desde la óptica de la particular efervescencia creativa de aquella Venecia de finales del siglo XVI.
En este hijo de tintoreros venecianos la coralidad de sus personajes, sumergidos en esos amplios espacios, contrasta con un realismo y una introspección psicológica nada habitual en ese momento, que llegó, con el tiempo, a interesar a pintores como Manet, que rastreaba así la modernidad trescientos años de haber sido presuntamente inventada.
Todo esto lo podemos reconocer en el recién restaurado ‘El Paraíso’ (c, 1583) que ya pende de la pared de un espacio singular, como es el hall de acceso al Museo Thyssen. Allí nos recibe alborozado y en el mismo lugar en el que en los últimos meses se podía convivir con él a solo unos centímetros, ello debido a que los últimos pasos de un proceso de restauración que duró dos años se vivieron a pie de suelo, en una amplia vitrina ante la que los visitantes que hacían cola (largas esperas se lo aseguro) para acceder a las exposiciones temporales o a la colección permanente, podían presenciar esa etapa final centrada en corregir faltas o retirar repintes.
Y todo para finalmente abrir las puertas a uno de los mejores Paraísos de la Historia del Arte, un exultante canto a la gloria a partir del color, ¡de qué otra manera iba a ser tratándose de un pintor veneciano! y con una escenografía que parece absorbernos hacia el interior de ese lienzo gracias al movimiento de unas figuras plenas de volumetría que semejan danzar al son marcado por otro Paraíso, el de Dante, para dejarnos, entre ambos, boquiabiertos.

Publicado en Diario de Pontevedra 6/03/2013

martes, 5 de marzo de 2013

Lágrimas en Grand Central Station


El mes pasado la Grand Central Station cumplió cien años. Desde aquel día de febrero de 1913 se ha convertido en una de las arquitecturas más importantes de Nueva York y su presencia ha marcado diferentes creaciones artísticas.



Se celebra desde el reciente mes de febrero el centenario de la construcción de uno de los edificios más emblemáticos de la arquitectura de Nueva York. La Grand Central Station abrió sus puertas el 1 de febrero de 1913, convirtiéndose en un grito de modernidad de una ciudad que acabó siendo la modernidad misma. Sus vías a dos alturas, sus brillantes suelos de mármol o sus lucernarios volcando luz a su interior, fueron conformando un espacio al que ya solo le era necesario el tiempo para convertirse en un elemento icónico, así como todo un símbolo para una metrópoli repleta de símbolos. Fue entonces cuando el cine la eligió como uno de sus grandes escenarios: Desde Alfred Hitchcock con ‘Encadenados’ o ‘La muerte en los talones’, hasta la secuencia final de ‘Los intocables de Eliot Ness’ de Brian de Palma, con ese carrito de bebé cayendo por unas interminables escaleras, la Grand Central Station se convirtió en una referencia fílmica y acabó por formar parte de nuestro imaginario neoyorkino.
Obviamente la literatura también se sirvió de aquello que siempre representa una estación de ferrocarril. Un lugar en el que se cruzan nuestras vidas, un tránsito permanente de personas que van aquí y allá, muchas de ellas sin un destino fijo, otras condenadas a vagar por sus pasillos y andenes como fantasmas. Pero también un espacio de encuentros, y como no, de amores y soledades. En mayor o menor medida la estación y sus circunstancias vitales fueron adaptadas a diferentes relatos a lo largo de la historia de la literatura. Scott Fitzgerald, Salinger, Edith Warthon, Thomas Wolfe o Lee Stringer fueron algunos de los reputados escritores que emplearon ese cruce existencial en alguna de sus novelas. Pero si hay un libro en el que esta arquitectura se incrusta de una manera tan singular como efectiva fue la obra de la escritora canadiense Elizabeth Smart, ‘En Grand Central Station me senté y lloré’.
Tras uno de los títulos más hermosos que nos podemos encontrar para un libro se encuentra un canto poético al amor revestido de novela, en el que página tras página asistimos a las reflexiones de una mujer sobre un amor no correspondido hacia un hombre casado. En él, el brillante empleo del lenguaje desborda por todas sus esquinas, y una vez leído se entiende como este libro, publicado por vez primera en 1945, alcanzó esa consideración de libro de culto que muy pocas obras logran.
Reeditada en nuestro país por la Editorial Periférica en 2009, dejarse llevar por sus páginas supone asistir a un tránsito de emociones permanente que nos deja perplejos por la capacidad de su autora para describir emociones tan íntimas y sobre todo por el cómo se hace, al fin y al cabo el gran mérito de todo creador. Ese cómo parte de una mezcla de géneros, que van de la poesía a la autobiografía o a la propia novela, para configurar así un relato que, en palabras de uno de sus grandes defensores en nuestras letras, el escritor Enrique Vila-Matas, define como un “Libro de una bella intensidad, extrema y rara”. En ese rareza es donde reside el encanto de esta obra, abrupta y sensual, como corresponde a un relato encendido por la pasión, el deseo y la insatisfacción de una mujer que no dudó en abrir sus sentimientos al mundo de una manera tan descarnada.

Además de en ese impactante título, la Grand Central Station aparece en uno de sus capítulos de remate, cuando el desconcierto y la zozobra se hace destino: “Mañana a las diez voy a tomar un tren. Todos los trenes me llevan hacia ríos que me hacen señas, guiños. Cruzando el día o cruzando el crepúsculo, me abro paso como un rayo dejando atrás los ríos hacia el río. Un río me espera. Uno, el único, y sabe ya con qué ruido mate caeré dentro del agua”. Ya ven como se las gastaba Elizabeth Smart. No es de extrañar que desde que escribiera este extenuante texto en 1945 no se volviese a ver nada publicado de ella hasta 1977.
Aquellas páginas, nacidas para consumirse bajo su propio ardor, quedaron ya impresas como el dietario de un amor casi enfermizo, abocado al fracaso, pero gracias a él nos encontramos con una de las mejores lecturas del pasado siglo y a la que debido al centenario de la Grand Central Station volvemos una vez más como un andén irrenunciable de nuestra vida. Aquel donde la pasión lo explica todo.
Volvemos a la arquitectura que firmaron los estudios de arquitectura Warren & Wetmore y Reed & Stem, ocupando tres bloques de la calle 42 a la 45 en el centro de Manhattan, apostando por una estación subterránea, lo que era impensable hasta el momento y que venía permitido por los nuevos trenes eléctricos que sustituían a los de vapor. La ingente obra, todavía hoy considerada como el proyecto más complejo de construcción en los Estados Unidos, tardó diez años en completarse y se llegaron a encontrar hasta 10.000 obreros trabajando al mismo tiempo, con el sorprendente dato de no haber interrumpido un solo día el constante tráfico ferroviario que se registraba en la anterior estación allí instalada. Su entorno también se modificó al ser necesarios diferentes trabajos como la demolición de 200 edificios, tres iglesias, dos hospitales, un asilo y la construcción de centrales eléctricas y un potente cableado que se extiende por diferentes zonas de Nueva York.
Todo esto es tecnología, arquitectura y ciencia, solo le faltaba vida, el latido que la literatura es capaz de ofrecer. Gracias a Elizabeth Smart la Grand Central Station se convierte en un corazón que, con sus movimientos, sincronizados con las agujas de los relojes, marcan las horas de llegada y salida de los trenes, pero también los sentimientos de unas vidas llenas de historias. Algunas de una extrema e inusual belleza, como la que brota de este libro tan emocionante como imprescindible.

RELACIONES ESPORÁDICAS/2
Publicado en Diario de Pontevedra 4/03/2013

luns, 4 de marzo de 2013

Carácter



Empecemos por el final que muchas veces, sobre todo cuando hablamos de la muerte, es el principio. Y el final de Pepe Sancho es el de su mejor papel, el de Rubén Bertomeu en la serie Crematorio. La mejor serie de la historia de la Televisión en España basada en el espléndido libro de Rafael Chirbes. Allí Pepe Sancho se vació, no sé hasta que punto como otras veces, pero sí hasta el punto necesario para conformar un trabajo que nadie podría hacer mejor. Su despiadado personaje le iba como anillo al dedo, más que para actuar, para cargar las tintas contra esta mierda de sociedad que él mismo diría desde su enérgico carácter. Cabreado muchas veces por lo que veía y oía fueron muchos sus golpes en la mesa ante lo que sucedía en esta España repleta de mezquindades, muchas de ellas le afectaron a él y solo al final de su vida le llovieron papeles en Televisión para comprobar la valía como actor que ya demostrara en sus participaciones en títulos esenciales de nuestro cine como ‘Carne trémula’, ‘Hable con ella’, ‘¡Ay, Carmela!’ o ‘Todos a la cárcel’.
Y terminemos por el inicio que, como no, fue como tantos actores de su época en la forja irreductible del teatro, aquel televisivo Estudio 1, para subirse al tren de su vida en forma de caballo y acompañar a Sancho Gracia en el papel de El estudiante en ‘Curro Jiménez’. Llegó entonces el tiempo de la fama y la popularidad que a buen seguro, por ciertas derivadas, le amargaron el carácter, ya un escudo hacia el exterior. Quizás todo ello era la preparación para su mejor actuación: la del inmortal Rubén Bertoméu.


Publicado en Diario de Pontevedra 4/03/2013

Estampas irlandesas




En cuanto escuchamos el título de ‘El hombre tranquilo’, a cualquiera, inevitablemente, se le va la mente y hasta el espíritu al universo creado en la película del mismo nombre por JohnFord en 1952. Una de las cumbres del director irlandés, que es lo mismo que decir de la historia del cine. Aquella historia costumbrista de eternas peleas, cerveza a borbotones y amores raciales sobre el verde tapete irlandés con la estelar pareja de John Wayne y Mauren O’Hara, se convirtió en uno de los relatos icónicos del mundo del cine.
Pero antes de imagen fue palabra y esa palabra llega ahora, por primera vez a publicarse en nuestro país gracias a la más que meritoria acción de la editorial Reino de Cordelia y su labor de reedición de varios de los textos más vibrantes de la literatura, algunos muy conocidos, como la reciente publicación de ‘El gran Gatsby’, y otros, como este caso, asombrosamente ignorados a lo largo de décadas y décadas, eso sí, todos ellos presentados bajo una de esas ediciones que te hacen querer a quienes apuestan por esa muestra de respeto hacia el libro.
Maurice Walsh publicó en 1933 un relato en la revista americana The Sarturday Evening Post titulado ‘El hombre tranquilo’. Fueron muchos los lectores apasionados por su lectura y el avispado John Ford apostó inmediatamente por hacerse con los derechos de una obra en la que se imbricaban muchas de las dimensiones que afloraban en su cine y que además podía situar en su querida patria. El relato apareció meses más tarde publicado en Irlanda pero en España nunca se llegó a publicar con lo que la historia del retorno del bravo boxeador a su patria en busca del descanso y el latido de la tierra solo era conocido a través del cine.
Es evidente que a cada página que uno pasa y penetra en las diferentes historias que se van sucediendo en el libro, las caras e imágenes que se le presentan son las de Wayne y O’Hara, como no, ellos son los protagonistas, tanto de la película como ya lo son del texto escrito, que no podía imaginar más acertadas caracterizaciones para ambos personajes. En el texto se van sucediendo una serie de estampas irlandesas que ahondan en la secuencia de caracteres típicos de una tierra tan singular como la irlandesa. El autor se adentró en el terreno literario a partir del amor de su padre por inculcarle todo ese intramundo de relatos orales, mitos, tradiciones y elementos que especifican el universo irlandés y que dotan al texto de una fuerte carga nacionalista que en el paso a la gran pantalla se quedó en el camino, posiblemente por no romper la cara amable que evidencia la película, eludiendo temas espinosos como puede ser el conflicto del IRA, que en el texto de Maurice Walsh, está muy presente a través de las acciones de varios jóvenes.
Ese pueblecito de Inesfree es la Itaca a la que regresa el héroe para disfrutar de su descanso, tras una vida de combates en los Estados Unidos. Un microcosmos en el que una vez allí toda una fauna de tipos populares le hará por momentos dudar de sus intenciones, para finalmente darse cuenta de que ese es su lugar en el mundo al lado de una mujer con el pelo encendido y un carácter de mil demonios.
Maurice Walsh presenta toda una serie de hilos de los que irá tirando John Ford y que alimentará con sus propias historias y la necesidad de la construcción narrativa de una historia para ser vista, por cuantos más espectadores mejor. Aunque nos pueda parecer increíble tenemos, ochenta años después de su publicación, con ese texto en nuestras manos, la posibilidad de asomarnos a la génesis de la película, pero también a la plasmación de una serie de estampas de la inagotable Irlanda.

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 3/03/2013

Latexos

Camelias e libros latexan hoxe en pontevedra. As cores das nosas flores máis senlleiras e as historias máis engaiolantes forman parte neste sábado dunha paisaxe na que os ventos do inverno se agochan nos cantos das rúas pelexando cun sol paseniño que intenta facerse forte. Como fortes somos nós ao acubillo de flores e palabras. Das camelias, das nosas camelias, ás que se rende devoción no Edificio Sarmiento pola súa beleza e fidelidade. Ben diferentes serían as nosas rúas e prazas sen os seus escintilantes reflexos, ou sen os mantos que deixan no chan que pisamos alporizados polo seu madrugador espertar, cando a primaveira aínda é un soño co que rematar o inverno. Levantemos a gran bandeira da imaxinación, a partir das árbores das que penden, do mesmo xeito que penden as palabras das polas dese Salón do Libro que agroma cada ano como agasallo para os nosos cativos e para nós mesmos, e empecemos con ela a afastar aos demos que nos fan tolear a cabeza e ensombrecer a alma. Poñamos ambas a salvo das miserias que cada día estoupan ao noso arredor, fagámonos fortes cos fachos das camelias e a fachenda das palabras para, alomenos durante uns días, desfrutar do que é verdade e paixón, daquelo que nace da natureza e da creación para facernos máis valentes. E fagámolo, como non: A toda máquina!


Publicado en Diario de Pontevedra 2/03/2012