martes, 22 de xaneiro de 2013

Lincoln, La forja de un mito. De John Ford a Steven Spielberg


Con doce nominaciones a los Oscar, ‘Lincoln’, de Steven Spielberg, se convierte en una nueva revisión del gran mito presidencial. La figura de Abraham Lincoln, solo comparable en su atractivo para el pueblo americano al magnetismo de John F. Kennedy, encierra muchas de las esencias de esa nación. Llevada al cine en más de doscientas ocasiones, y desde infinidad de puntos de vista, son las versiones de dos de los mejores directores de la historia, John Ford y Steven Spielberg, las que nos conducen al decimosexto presidente de los EE UU.


El estreno en España durante este fin de semana de ‘Lincoln’ de Steven Spielberg nos vuelve a situar ante la historia de los Estados Unidos a través de una de sus figuras más míticas, la del presidente Abraham Lincoln y sus últimos meses de vida


Si hay dos cuestiones de las que los Estados Unidos de Norteamérica se enorgullecen son de su cine y de la figura de su presidente. Cuando estas dos fuerzas se unen generan una inusitada atención a su alrededor. Y cuando lo hacen de la mano de directores que dentro del entramado cinematográfico son casi como los presidentes en el mundo de la política, esa atención mediática se dispara. De entre esos directores dos destacan sobre el resto a lo largo de la historia, John Ford y Steven Spielberg. Dos hombres de dos tiempos distintos pero en cuyo cine se mueven unas coordenadas comunes, siendo quizás los dos directores que a través de su cine mejor representaron muchas de las características de la sociedad norteamericana. Si durante sus carreras podríamos encontrar muchos lugares comunes, en esta ocasión una figura emblemática de la política y la historia estadounidense los ha unido todavía más. Esa figura es la de Abraham Lincoln, el decimosexto presidente de ese listado de hombres que, sin fisuras, una vez elegidos, agrupan tras ellos a toda una nación con independencia de los colores de cada ciudadano.
El hombre que rige los destinos del país más poderoso del mundo ha cautivado en infinidad de ocasiones al mundo del cine. Cuanto más atractivo haya sido su mandato, mayor será el interés por parte de los diferentes directores y los estudios de Hollywood. Así, nombres como los de Lincoln, Kennedy o Nixon se llevan la palma a la hora de ser llevados al cine y cada uno por aspectos muy diferentes.
John Ford ya había abordado, aunque de manera secundaria, la figura de Abraham Lincoln en ‘Caballo de hierro’ (1924). Película en la que se trata la unión del país por medio del ferrocarril transoceánico. Una de las ambiciones de Abraham Lincoln fue la de conseguir que las dos orillas del país, la costa Atlántica y la costa del Pacífico, estuviesen unidas por el gran medio de transporte vertebrador de esa geografía, como lo fue el ferrocarril en el siglo XIX.
Durante su corto mandato, entre 1861 y 1865, su gran preocupación fue la de mantener unido al país. La guerra civil, que ocupó por completo su mandato, fue su gran frustración, debido a las continuas diferencias entre el Norte y el Sur, en buena medida a causa de la abolición de la esclavitud (de la que era firme defensor y que se convirtió en otro de los ejes de su gobierno). Esa unión física del país era, además, vital para las medidas económicas a las que también se dedicó el presidente, basadas en un sistema aduanero de carácter proteccionista y una banca inflacionista.
Economía, infraestructuras y la defensa del ser humano marcaron su política y junto a su personalidad, con gran capacidad para encandilar a los votantes mediante sus discursos, y una enorme autoridad moral fueron acuñando su figura como la del gran presidente norteamericano. El último capítulo de su vida cerraba también de manera, podríamos decir muy cinematográfica, su trayectoria con su asesinato por parte de un actor durante una representación en el Teatro Ford.
Solo cuatro años en la presidencia de los Estados Unidos, pero con una cantidad de conquistas que permitieron afirmar de él que fue el salvador de los Estados Unidos, quien unió a esa gran nación mediante lo que él mismo definió como “el gobierno de la gente, por la gente y para la gente”.
No podía, por lo tanto, pasar mucho tiempo desde que John Ford comenzara a tener galones e n Hollywood para llevar al cine la vida o, por lo menos, algún aspecto de la existencia de Abraham Lincoln. Así lo hará John Ford en 1939 con ‘El joven Lincoln.
Si Steven Spielberg ha elegido a Daniel Day-Lewis para interpretar al presidente americano, John Ford apuesta por Henry Fonda. En el ‘muestrario’ de actores hay un número de ellos a los que su carrera ha ido situando ante la posibilidad de llevar a cabo con éxito la interpretación de personajes que son emblemáticos y muy simbólicos para el pueblo americano. La fisonomía de Henry Fonda, alto y delgado, contribuían a definir la imagen física del presidente, pero además de físico el actor debía contribuir con su propia personalidad. Actores como James Stewart, Gregory Peck o Henry Fonda son ese tipo de actores en los que el ciudadano americano aprecia y reconoce la honestidad necesaria para reflejar a ese tipo de personajes. Con Henry Fonda el director estrena en ‘El joven Lincoln’ una colaboración de gran éxito, acogiéndolo entre sus íntimos protagonistas junto a James Stewart o John Wayne. Es famosa la frase de Ford sobre Henry Fonda: “¿Usted ha visto caminar a Henry Fonda? Pues eso es el cine”, y no hay más que ver ‘Pasión de los Fuertes’ (John Ford, 1946) para estar de acuerdo con el director irlandés.
John Ford escapó de caracterizar demasiado a su protagonista, solo incidió en aumentar su nariz en cuanto al aspecto físico, y lo cierto es que ver a Henry Fonda peinado como el presidente, con su traje y el sombrero de copa, es aproximarse a la configuración de un personaje del que Daniel Day-Lewis, a buen seguro, ha bebido en su, por otra parte, portentosa caracterización.
John Ford, a diferencia de Steven Spielberg, que se centra en los últimos cuatro meses del mandato presidencial, centra su argumento en el nacimiento del personaje. Todavía está muy lejos la posibilidad de llegar a la presidencia de los Estados Unidos y lo que se nos presenta es a un joven que comienza a desarrollar alguna de las cualidades que posteriormente le llevarán a ocupar ese puesto: su facilidad para elaborar un discurso que llegue a la gente o su interés por los libros que le hará desembocar en la realización de la carrera de Derecho. nos irá mostrando su defensa de la justicia, de los derechos de las personas, de la propiedad individual y a diferenciar lo que es justo de aquello que no lo es. John Ford nos presenta a un hombre muy observador que tiene “la cabeza sobre los hombros”, como se comenta de él a lo largo de la película. La palabra será su gran arma ante la sinrazón y las masas que buscan la justicia ciega. La película va derivando en un juicio en el que el joven abogado Abraham Lincoln defenderá a dos hermanos acusados de un crimen que no han cometido. John Ford cree firmemente en la justicia y a través de sus juicios en el cine es capaz de establecer la luz allí donde solo parece que habrá oscuridad. Algo similar sucederá en otra película de Ford, ‘El sargento negro’. Abraham Lincoln, lejos de mostrarse como un héroe, aparece como un ser humano, y no dudará en aceptar el pago que la humilde familia de los acusados le ofrece.
La película de John Ford no va más allá en sus intenciones y Steven Spielberg coincide en ese retrato lleno de humanidad, despojando al presidente de la condición de héroe y mostrándolo como un personaje con muchas tormentas familiares y sometiendo su vida a la consecución de esa decimotercera enmienda que, con su aprobación y entrada en la Constitución, aboliría la esclavitud. Spielberg se detiene en esos cuatro meses finales de la vida del presidente Lincoln, tras su reelección y con el remate de la guerra civil como escenario en el que instalar el verdadero debate de la película que es el cómo se maneja la política en las altas esferas norteamericanas. Y sorprende como se puede establecer un profundo paralalelismo entre aquella situación, que tuvo lugar el 31 de enero de 1865, día en el que se celebró la votación entre los representantes de los diferentes estados, y lo que puede estar sucediendo estos mismos días en los que Obama busca apoyos entre los congresistas republicanos para la mejora económica del país. La fuerte conciencia individual de la sociedad americana parte de aquel tiempo, y en la película comprobamos cómo se debe ir ganando el voto congresista a congresista, destapando en muchos casos demasiadas vergüenzas, y al tiempo que la disciplina de voto entre los miembros de los partidos Republicano y Demócrata no es un asunto siempre cerrado.
Spielberg retrata a un Lincoln antológico ayudado en mucho por la formidable interpretación de Daniel Day-Lewis en el que en todo momento reconoces ese perfil de Abraham Lincoln acuñado por la historia norteamericana y, cómo no, el cine. La película desde el punto de vista técnico y formal es absolutamente intachable y nos ofrece a un director que renuncia a muchas de las componentes de su cine. Él mismo durante estos días promocionales ha calificado  la película como la más europea de las que ha hecho, por la importancia de los actores y los muchos diálogos y enfrentamientos directos entre un reparto soberbio (especial atención a la interpretación de Tommy Lee Jones). Todo ello sitúa a esta película dentro de la carrera de Spielberg como una apuesta muy especial con la que uno de los directores más americanos de los Estados Unidos ha soñado desde niño, como tantos y tantos directores que llevaron al cine la historia del decimosexto presidente de los Estados Unidos, un Abraham Lincoln que si aparece esculpido para la eternidad en el monte Rushmore también el cine se ha dedicado ha esculpirlo en la pantalla entre luces y sombras.
John Ford y Steven Spielberg han sido solo dos de ellos, pero su importancia dentro del cine del ayer y del hoy planteaba la necesidad de una comparación entre dos formas muy diferentes de tratar un mismo asunto. Más de setenta años de distancia nos hablan de narrativas y espectáculos muy distantes, pero en ambos interiores encontramos respuestas a una misma necesidad: la de humanizar a un héroe de su país.



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 20/01/2013

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