martes, 3 de xaneiro de 2012

Medio siglo de película

John Ford, Luis Buñuel, Howard Hawks, François Truffaut o Stanley Kubrick dirigieron algunas de sus obras maestras
El cine de Hollywood, en un lento declive, competía con la creatividad de los nuevos directores de las cinematografías europeas.


Cuando John Ford puso punto y final al rodaje de ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, finalizaba no sólo una película, también lo hacía una manera de entender del cine. Por un lado el ocaso de los grandes estudios de Hollywood, que desde los años cincuenta, con la competencia de la televisión vieron como fueron perdiendo dinamismo y apoyo del público, desintegrándose aquel periodo del cine ya inolvidable. Y por otro, el western, como representación del gran cine y de la historia americana, contemplando éste su canto del cisne, un crepúsculo donde se repasaba toda una historia no siempre tan brillante y épica como el séptimo arte nos había mostrado.
Se iniciaba con John Ford el repaso a una serie de títulos que definieron el año 1962 y que permiten mostrar como el cine americano se encontraba en una profunda encrucijada. Por un lado, con si mismo a través de una sociedad que había cambiado a grandes pasos y que asistía a la llegada del hombre a la luna, como culmen de su progreso científico y económico, pero que asistía perplejo a la marcha de sus jóvenes hacia una guerra en la que como en tantas ocasiones no pintaban nada. El cine, como reflejo de la sociedad en que se ve inmerso, responderá con un cambio de sensibilidad, de nuevas miradas que directores de una nueva generación llevarán a cabo. Serán aquellos que magistralmente retrató Peter Biskind en el imprescindible ‘Moteros tranquilos, toros salvajes’, pero todo ello tendrá su mayor repercusión en la última mitad de una década donde los grandes realizadores del cine clásico: Hawks, Ford, Lean o Millestone, por citar algunos que llevaron a cabo en este año grandes producciones, compaginaban sus estrenos con nuevos nombres como los de Robert Aldrich, John Frankenheimer, Robert Mulligan, Arthur Penn o Stanley Kubrick. Desde Hollywood, por lo tanto, se planteaba este doble camino, aquellos que veían su carrera desde lo ya realizado, y los que asistían al inicio de una trayectoria que a la postre sería tan relevante como la de los que en muchos casos fueron sus maestros.
Y si hablábamos al inicio de John Ford, debemos seguir haciéndolo de la mano de quien fue un digno competidor, no sólo en el universo cinematográfico, sino más concretamente en el género del western: Howard Hawks. Ambos también peleaban por tener a su lado a John Wayne, como arquetipo del héroe americano. En ‘Hatari’, una divertida película donde el humor y las aventuras se verán trufadas con los componentes habituales de su cine, el valor del grupo, la amistad y como no, con sus enérgicas mujeres. Otro de los grandes clásicos fue David Lean, quien sería el gran triunfador en la ceremonia de los Oscar que premiaba los títulos de este año de 1962. En ella ‘Lawrence de Arabia’ se alzaría con siete estatuillas, entre ellas las de mejor película y mejor director. En una ceremonia donde Gregory Peck recogía un merecidísimo Oscar (sus competidores fueron Burt Lancaster, Marcello Mastroiani, Jack Lemmon y el propio Peter O’Toole, casi nada) por su interpretación del inolvidable Atticus Finch en ‘Matar a un ruiseñor’. Película trascendental, no solo por su calidad o por el papel de su actor principal, sino por emplear el cine como denuncia de los males de la sociedad americana, en este caso el racismo que en los años sesenta en los Estados Unidos era uno de los temas más complejos. Su director, Robert Mulligan, fue uno de esos nuevos directores que abrían los ojos a la sociedad en la que estaban inmersos, como también hicieron Frankenheimer con ‘El hombre de Alcatraz’ y el sistema penitenciario o Arthur Penn con ‘El milagro de Ana Sullivan’ y la educación. Por este último trabajo Anne Bancroft, recibió el Oscar a la mejor actriz. Vemos también como junto al recambio de directores, también nuevos actores y actrices comenzaban a emerger. Marlon Brando trabajaba con un director clásico, Lewis Millestone en ‘El motín del Bounty’ o James Mason con Stanley Kubrick en ‘Lolita’. Un cruce intergeneracional que tendría su punto máximo en ¿Qué fue de Baby Jane?, dirigida por Robet Aldrich y con dos estrellas de décadas pasadas: Bette Davis y Joan Crawford, radiografía del paso del tiempo y todo un manifiesto sobre la vanidad en el cine y los egos, que en la década de los sesenta sólo eran ya una caricatura del esplendor pasado.
Al otro lado del océano, nuevos directores también daban el paso adelante y renovaban el trabajo vectorial de nombres como Renoir o Rosellini, tras los cuales fueron los demás. La ‘Nouvelle Vague’en Francia veía como François Truffaut dirigía ‘Jules et Jim’, uno de sus manifiestos, mientras, en Inglaterra, el ‘Free cinema’ aportaba a estas corrientes renovadoras de la mano de Tony Richardson ‘La soledad del corredor de fondo’, y en Italia, la otra gran pata del cine Europeo del momento, Antonioni dirige ‘El eclipse’. Con Alemania descabezada tras la II Guerra Mundial, y España con las plúmbeas directrices de la dictadura cohartando las alas de nuestros directores, salvando Berlanga los muebles. En este año José María Forqué con ‘Atraco a las tres’, destaca en nuestra cinematografía. Mucho más al norte, otra figura excepcional, Ingmar Bergman, finalizaba el rodaje de ‘El silencio’.
Una década tan agitada en todo el mundo no podía tener otro comienzo desde lo cinematográfico, al converger diferentes maneras de ver y entender el cine, pero que a la vista de los títulos, aquí poco más que citados, dan buena cuenta de una cosecha excelente. Una cosecha que cumple cincuenta años.

La singularidad de un genio: Luis Buñuel
Ni EE.UU. ni Europa, el aragonés Luis Buñuel emerge desde México como una isla en el medio cinematográfico. Tanto su personalidad como su obra hablan de la genialidad del más grande director español de todos los tiempos.
Instalado en el país azteca desde finales de los años cuarenta y tras películas como ‘Los Olvidados’, ‘Él’, ‘Ensayo de un crimen’ o ‘Nazarín’, en 1962 dirige una de sus obras cumbres, una película tan particular como excitante en sus intenciones, y lo más difícil, en la traslación a la pantalla de lo planteado en un guión donde se nos devuelve al director más audaz, recuperando a aquel joven de la Residencia de Estudiantes que con su cine de vanguardia abrió caminos inimaginables hasta el momento.
‘El ángel exterminador’ retrata a una burguesía que naufraga en sí misma, incapaz de entender una serie de sucesos que se producen a lo largo de una velada donde lo desconocido y el azar proporcionan las claves para una atmósfera compleja que, como suele suceder en su cine, intenta desentrañar las claves del comportamiento humano. Muchos de sus fotogramas son ya iconos de la historia del cine y supone el paso a su etapa francesa que se iniciaría con ‘Diario de una camarera’ en 1963.


Publicado en Diario de Pontevedra 03/01/2011

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