luns, 31 de xaneiro de 2011

Héroes



No pasarán de ser para todos nosotros nombres desconocidos, héroes anónimos que quizás en sus países tengan el honor de formar parte de algún monumento conmemorativo cuando las barricadas desaparezcan. Ellos serán los héroes de la historia más hermosa e importante que nos ha deparado lo que llevamos de siglo XXI. Su muerte es el precio que el pueblo desgraciadamente ha tenido que pagar por conseguir la libertad de ser naciones con futuro, de poder elegir a sus gobernantes, de ser parte del progreso de una tierra en la que sólo tienen derechos unos pocos. A esos pocos las grandes potencias, los señores del mundo, han rendido cobarde pleitesía, un gentil acuerdo de intereses que ha saltado por los aires gracias a una generación cansada de sobrevivir y con ganas de vivir. Todos ellos han demostrado que desde la calle se puede cambiar el mundo y quizás nos están dando una digna lección, los mismos a los que siempre hemos mirado por encima del hombro. Rostros quemados por el sol que ahora nos enseñan como su mecha de  ilusiones prende y dinamita cada una de esas tiranías encubiertas, mientras los líderes mundiales, sin sonrojo alguno, «urgen al cambio» de unos gobiernos con los que siempre se han sentido cómodos repartiéndose diferentes tartas. Ahora, los que nunca han comido dulce, quieren seguir probando ese sabor, el sabor de la libertad.


Publicado en Diario de Pontevedra 31/01/2011

Colección Zanchi: el arte eterno




Sentir un escalofrío ante su presencia, notar cómo el vello se eriza, es parte de lo que logran estas obras llamadas ya para pertenecer a eso tan complejo llamado eternidad. Recorrer la majestuosa instalación que Novacaixagalicia ha dispuesto en Vigo con esta Colección Zanchi supone encontrarse frente a frente con varios mitos de la pintura, la gran pintura que desde el Renacimiento hasta el Romanticismo impregnó Europa de las calidades de los nombres de pintores que compusieron el arte de distintas épocas y territorios. Ninguna obra desmerece del resto, cada cuadro es un tratado por sí mismo de pintura, evidentemente dentro de esa galería cada uno tendrá sus favoritos, pintores ante los cuales emocionarse, ante los que encontrarse para saber en realidad que sus obras no son una pequeña fotografía en un libro de texto o en un catálogo, sino que son cuadros que no dejan un segundo de impactarte o de emocionarte. Así sucede con Mantegna, y su pequeño ‘cuadrito’ (casi todos los son en su obra) que muchos ignoran mientras asisten extasiados a la monumentalidad del ‘Descendimiento de Rubens’, o al impactante ‘Cristo’ de Tiziano, pero allí está aquella Virgen cogiendo en brazos plena de dulzura a su hijo mientras un paisaje se pierde al fondo. Algo similar sucede en el Prado con otro de sus pequeños cuadros, pero descomunales en cuanto a su resultado final, su ‘Traslación de la Virgen’, aparece difuminada entre las magnificencias Velazqueñas o los cuadros que habitualmente aparecen en las postales. Pero él aguanta allí, evidenciando aquel tiempo en que se comenzaba a hacer de la pintura trampolín para superar el pasado. Volvemos a la exposición de Vigo y tras Mantegna o Durero, es el turno de Tiziano, el mejor pintor que tuvo la Venecia del Renacimiento, lo cual es decir mucho. Vermellones imposibles, retratos que no sólo representaban al protagonista, sino que desnudaban su personalidad ante el espectador. El Cristo que aquí se muestra es impactante. Tras él, Tintoretto, otro magnífico retratista también forjado en la suntuosidad veneciana, y entre ambos, Parmigianino, con sus figuras de cuellos alargados, como la Virgen que aquí se presenta, evocación del ‘Manierismo’ que planteaba el fin de un tiempo que sería ya irrepetible, anunciando la llegada del Barroco. Hora de Pedro Pablo Rubens con varias obras en la muestra entre las que destaca su ‘Descendimiento’, una especie de ensayo, perfectamente rematado, del gran altar que le fue encargado por la Cofradía de Arcabuceros de Amberes para el nuevo retablo de su capilla. Un ‘modello’ que luego traspasar a una escala mucho mayor, pero que es todo un tratado de color, de colocación de las figuras, de ritmo, de tratamiento del cuerpo humano, en definitiva una obra de un tiempo nuevo al que acompañarían otros artistas, como Caravaggio, que con la obra que aquí se presenta, ‘La incredulidad de Santo Tomás’, alcanza ese misterio insondable de la pintura que permite capturar una atmósfera, hacer de un instante un momento eterno, jugar con la luz, y hasta con nosotros mismos. Entre ambos maestros otros que no lo son menos, Ribera, Murillo, Van Dyck, Jordaens, para desembocar en Turner. Otra puerta se abría con el pintor británico, la naturaleza reclama protagonismo sobre el hombre, los efectos de la luz se imponen, en definitiva, la pintura subía un peldaño más hacia la eternidad.


Publicado en Diario de Pontevedra 30/01/2011

domingo, 30 de xaneiro de 2011

Alex



Se llama Alex de la Iglesia y hace películas. Así es como quiere que le conozcan y no al grito de ¡presidente, presidente! como le aclamaron antes de decidir su futuro al frente de la Academia del Cine. Alex de la Iglesia lleva meses subido en una montaña rusa. Ha realizado la que es su mejor película y una de las mejores de nuestro cine más reciente: ‘Balada triste de trompeta’, supervisa la organización de la Gala de los Goya, que cumplen 25 años y, mientras, lidia con políticos la aprobación de una Ley que controle la descarga de lo que debe ser entendido como una propiedad intelectual, con los derechos de sus creadores zapateados por cualquiera que entre en internet. Enfrascado en el debate ha comprobado que la Ley acordada se queda muy corta ante la gravedad de lo que está sucediendo, planteando así su marcha. Una lástima, ya que reactivó una Academia que muchos se tomaban a chufla, modernizando su imagen y acercándola a la sociedad, además ha logrado superar estúpidas rivalidades entre sus miembros, y la Gala de los Goya, el gran espejo de la Academia, no tiene nada que ver con lo que era antes de su llegada. Alex de la Iglesia ha visto la ocasión de jugarse el todo o nada, algo que en medio de políticos nunca es posible, ya que siempre suelen buscar un cómodo equilibrio. La Ley Sinde es un pequeño parche, un comienzo, eso sí, pero en cuyo final ya no estará él.


Publicado en Diario de Pontevedra 29/01/2011

xoves, 27 de xaneiro de 2011

Hora de medallas



Llega la hora del reparto  de medallas en el Mundial de balonmano de Suecia y en el cuarteto final, en el deseado salón noble, se encuentra la selección española. Llegaron sin hacer ruido, que es como se suele llegar a estos sitios cuando se quiere ganar algo de verdad. Boca cerrada, cabeza gacha y entrenando, gastando la zapatilla, machacando a los porteros o ensayando la defensa una y otra vez, base inexpugnable sobre la que forjar un equipo de balonmano. Valero Rivera confiaba en sí mismo y en su curriculum, eso es algo que se le nota de lejos, pero sobre todo confiaba en su defensa 5:1, sistema que cuando se hace bien, algo nada fácil de conseguir, se convierte en una defensa irritante para el atacante que se encuentra siempre con un jugador recortando permanentemente las líneas de pase, limitando su potencial ofensivo, pero sobre todo, desquiciando al rival. Ningún sistema lo logra tanto como ese y a la inversa, ningún otro sistema mal realizado te aboca al desastre de manera más veloz. Valero Rivera lo sabe desde hace años, aquel Barcelona inexpugnable hizo del 5:1 sustento de sus éxitos, y ahora, asentado con el paso de los años en la selección, el entrenador sabía que necesitaba tiempo para aposentar ese engranaje defensivo. El ataque ya vendría después, una buena defensa suele convertirse en el mejor inicio de un ataque (ahora mismo, tras leer esto, todos los entrenadores, que conozco y que no, están aplaudiendo con las orejas). Ese tiempo tras los últimos fiascos en las citas internacionales se debe en buena medida, a otro entrenador travestido de presidente de Federación, Juan de Dios Román, él, como pocos, sabe de la importancia de respetar los ciclos de trabajo, lo difícil del inicio, la travesía por el desierto del fracaso hasta llegar a un oasis. Una complicidad inestimable en la consecución del éxito. La selección española parece haber llegado a ese lugar, a ese vergel de donde cuelgan los metales. Estar en semifinales ya es importante, pero más lo es cómo se ha llegado. Tras crecer de manera continua como equipo, a base de defender, defender y defender, con lo cual la que era a priori mejor portería del campeonato, la pareja Sterbik-Hombrados, se permite dejar el a priori a un lado y se convierte en un sólido pilar desde donde ir generando la confianza que todos los jugadores necesitan. El viento ha soplado a favor durante todo el torneo y cada encuentro permitía a la selección avanzar un paso más; un buen inicio en el siempre complejo partido inaugural; remontar varios partidos, incremento de la confianza; empatar con Francia tras ir seis goles abajo, aplastar a Islandia... todo eso son estaciones de paso para creer en uno mismo. Y con el equipo crecido es cuando aparece el desarrollo personal, de la portería ya todo dicho, descomunal la progresión del pivote Aguinagalde; Ugalde, perfecto en el avanzado; Rocas, se acuerdan de Rocas, pues otra vez jugador de balonmano; Romero más centrado y humilde que nunca... y así podíamos ir uno por uno hasta los teóricamente suplentes que ante Hungría demostraron que están enchufados, todo un éxito.
Ahora sólo quedan dos encuentros, ambos tremendamente complicados, el de semifinales ante un equipazo, Dinamarca, el escrutador Pillo escribió ayer en estas páginas todo lo que había que decir de ellos, sólo se dejó llevar por su chándal de entrenador al mentar a la suerte, olvidándose de que cuando un equipo está como España los que necesitan la suerte son los demás.


Publicado en Diario de Pontevedra 27/01/2011

martes, 25 de xaneiro de 2011

Arte en tiempos de crisis

La sala de exposiciones de la Xunta de Galicia en su edificio administrativo de Campolongo acoge hasta el próximo 27 de enero la obra de Francisco Lorente, arquitecto enfrascado desde hace un tiempo en sondear los caminos, tantas veces inciertos como fructíferos de la pintura, para encontrar otra forma de expresión. Tanto la arquitectura como la pintura sirven para la expresión individual y la visualización de una sociedad de la que somos parte. Nunca hasta ahora este compromiso había sido tan explícito por parte del autor. 




Tiempos de crisis. Lamentos continuos, crujir de dientes, cabezas gachas. Parece que todo esto es lo que nos ha tocado vivir por culpa de los manipuladores del capital, de aquellos que con sus jugueteos económicos son capaces de influir en las vidas de millones de personas. ¿Pero qué ocurriría si en vez de enfangarnos en la autoinculpación, en lugar de sentirnos abrumados por esta situación, intentamos extraer de ella algo positivo? Parece ser esta la apuesta principal de Francisco Lorente en la exposición que nos presenta en la Sala de Exposiciones de la Xunta de Galicia en Pontevedra, en la que conviven, o mejor dicho en la que se imponen, junto a sus tradicionales trabajos relacionados con aspectos intrínsecos de la realidad gallega, planteados desde unas formas llenas de dinamismo y un abrumador ejercicio de color, de una manera apabullante un nuevo tipo de obra. Son estas obras las que presentan a un artista que ha dado un paso más en su trayectoria, quizás un salto al vacío entre las arquitecturas de su arte, al igual que sucede con varias de las figuras de sus cuadros, donde esos perfiles anónimos, desnudos, reflejos de una colectividad angustiada e incapaz de comprender este nuevo mundo, se sitúan en unos ambientes duros y ásperos. No ha debido de ser fácil para el artista generar este mundo, escapar de esos amarillos contagiosos de alegría, efervescentes dentro del lienzo, para caer en esos infiernos rojizos que convulsionan al ser humano hasta el extremo. Pues una vez  allí y, gracias al arte, no todo parece tan malo. Francisco Lorente es capaz de generar esa inquietud que transmiten sus cuadros y sus figuras, para crear una dimensión desde la que enfrentarnos a este mundo en crisis, en permanente convulsión. Relojes que nos atrapan, perspectivas que nos arrojan a un vacío de inciertas consecuencias, colores asfixiantes, atmósferas que nos sitúan ante nuestras propias dudas, un espejo ante el que mirarnos y ante el que Francisco Lorente no duda en situarnos. Es, precisamente, esta implicación del visitante en su obra su gran aporte en esa exposición, ese contundente paso que se aleja del costumbrismo poco más que ornamental y estético para posicionarse en lo social desde el argumento pictórico. Que nos haga compartir ese estado de ánimo y no dejarnos indiferentes es una indudable progresión creativa.
El fantástico espacio expositivo de esta sala permite el contraste entre estos dos mundos, representación de nuestras propias vidas en las que, como en la pintura de Francisco Lorente, podemos hablar de un antes y un después, un tránsito que ha ido del color a la angustia, de la alegría al desánimo, en definitiva, el artista logra que esa línea divisoria que el mundo globalizado y mercantil se ha trazado sirva para crear un nuevo sendero por el que hacer transitar su pintura. Quizás, al fin y al cabo, este sea uno de los aspectos positivos que esta crisis nos ha deparado, y sea el momento, tras el impacto inicial, de seguir extrayendo consecuencias beneficiosas. Francisco Lorente ya lo ha logrado.


Publicado en Diario de Pontevedra 23/01/2011

domingo, 23 de xaneiro de 2011

Café Savoy

Gran parte de las historias de las ciudades se escriben en torno a la mesa de un café. Espacio creado para detener la vida durante un instante, para hacer de un momento tiempo de convivencia o de reflexión. Pontevedra siempre se ha definido más por sus cafés que por cualquier otro aspecto de su sociedad y entre esos cafés el Savoy, abierto a la Praza da Ferrería, se erige como un símbolo que en breve tiempo superará un lastimoso estado de ruina para recuperar la eternidad.



El Café Savoy lucha por sobrevivir, por perpetuar una larga historia de presencias en torno a sus níveas mesas. Sombras tras unos cristales donde se reflejaban los edificios hechos de piedra en A Ferrería, los camelios con sus salpicaduras reventonas y el paso de miles de pontevedreses que a diario cruzan por ese entorno. Desde hace unos días, unas lonas han devuelto la ilusión a la ciudad anunciando que la próxima primavera, además de agradables olores y revitalizadores rayos de sol, traerá la recuperación de este histórico café a Pontevedra. Tras muchos meses en el quirófano de la burocracia y la crisis económica, el Café Savoy quiere recuperar los galones perdidos en la ciudad y lo hará con un proyecto del arquitecto Jesús Asier Fole, la implicación del empresario José Ángel Francisco Araújo y con el empuje que, desde la gestión urbanística que comanda Teresa Casal, se ha puesto en impulsar esta rehabilitación. Un plausible interés, porque, más allá de estar hablando de un negocio privado se trata de un edificio incluido en el Catálogo del Conjunto Histórico Artístico de Pontevedra, donde se encuentra un fragmento de la muralla medieval, de un rincón estéticamente esencial para entender A Ferrería, pero, sobre todo, de un lugar donde se encuentra un fragmento de la memoria colectiva de esta ciudad sin el cual muchas, demasiadas cosas no tendrían sentido.

Modernidad |Dice George Steiner que “Europa está hecha de cafés”, denotando la importancia de estos ambientes en la forja de la sociedad y cultura europeas. Y lo cierto es que el pensador francés en su imprescindible libro ‘Una idea de Europa’ acertaba con una de esas claves muchas veces despreciadas a la hora de analizar el desarrollo de una comunidad. Esta comprensión del café como lugar apropiado para las relaciones humanas se ha ido asentando a lo largo de los años. La labor de numerosos intelectuales que tantas veces han hecho del café su refugio, su taller artístico, el escritorio para forjar su obra literaria se han ido acompañando por la publicación de estudios sobre el papel del café como aglutinador de esa creatividad. Antoni Martí Monterde en su ‘Poética del café. Un espacio para la modernidad literaria europea’, realiza un recorrido por ese espacio urbano, por esos corazones literarios que con sus latidos insuflan vida a la urbe moderna. Quizás haya pasado ya la época de los grandes cafés, de esos espacios mitificados donde los artistas debatían sobre lo divino y lo humano. Nuesta época cada vez más nos encierra ante una pantalla, potenciando las relaciones virtuales y haciéndonos olvidar lo necesario que es para una sociedad mantener el contacto físico y visual entre sus componentes, y si por medio hay una taza de café humeante, miel sobre hojuelas.
Pontevedra ha sido siempre ciudad de cafés, de buenos cafés. Con una profusa vida cultural, las primeras décadas del siglo XX, cuando nace el concepto de modernidad, cuando la ciudad se construye a sí misma como capital, convierte a Pontevedra en una referencia en todo lo relacionado con la creación. Poderosos nombres como los de los hermanos Muruáis, con Valle-Inclán como destacado asistente a sus tertulias; Concepción Arenal habitual también de tan preciada actividad; o el cenáculo reunido en torno al Doctor Marescot, habían comenzado a generar a finales del siglo XIX una intensa actividad tertuliana.

‘Ya voy’ |La apertura de nuevos establecimientos como el Café Moderno, el Carrillo, el Méndez Núñez o el Petit-Bar, comenzaron a dispersar a los participantes en dichas citas. El esplendor de la Pontevedra de los años veinte y treinta, aquella ‘Pequeña Atenas’ como la definió Filgueira Valverde, tenía también gran parte de su consideración en esos locales refugio de poetas, novelistas, intelectuales, pintores, políticos... gentes de diferente pelaje que fueron forjando el futuro de la ciudad y su historia común. Los ilusionantes años de la República vieron nacer en un rincón de la Praza da Ferrería, por aquel entonces Plaza de la Constitución,  ya entendida como el núcleo de la vida de la ciudad, un pequeño café que ocupaba una única planta al lado del estudio de otro de los grandes personajes de la época, Casto Sampedro Folgar, quien fallecería en 1937, apenas dos años después de su apertura. Nada consta sobre su licencia o características en los archivos municipales, comenzando su vida ‘burocrática’ en 1941, cuando su propietario, Aurelio Fontán Abilleira, solicita su ampliación mediante una segunda planta consistente en una terraza cubierta, proyecto que firma el arquitecto Emilio Quiroga Losada, curiosamente, habitual participante en las tertulias que se desarrollaban en el mismo. Llama la atención la denominación que se hace del documento oficial, ‘Ya voy’, en vez de ‘Savoy’, debido, seguramente, a una falta de comprensión del funcionario de una palabra poco habitual en esta ciudad, pese a que en otros lugares del mundo como Londres o Viena, existen locales con esa denominación. El local se ubicaba en el número 2 de la que ya en esos años era la plaza del Generalísimo Franco. Aurelio Fontán comenzó así a forjar su imperio de la restauración, ya que en 1946 abría el Carabela para, posteriormente poner en funcionamiento el Pasaje, el Victoria y el Lar, deshaciéndose de su propiedad que fue a parar a manos de Luis Bahamonde, cuyos familiares regentaron el local hasta su cierre en 2003.
Fue precisamente en esos años iniciales en los que el Savoy se hizo a sí mismo. Tras sus amplios ventanales, entre mesas de mármol, con su barra de madera y su suelo de mosaicos, se movían los pintores Laxeiro, Manuel Torres, Paisa, Virxilio Blanco, Pesqueira o Agustín Portela dibujando con sus palabras el nuevo arte que pretendía superar el tradicional folclorismo; los escritores Celso Emilio Ferreiro, Virgilio Novoa Gil o Antonio Almazán, juntaban letras para una nueva prosa, y agazapados, deseosos de escuchar y aprender, el que sería el relevo de todos ellos: Cuña Novás, Ángel Luis Sesto, Emilio Álvarez Negreira y Sabino Torres-quien recuerda a este “consulado cultural” en un artículo publicado en el número diez de la Revista de la Asociación de Vecinos San Roque-. Pero ese listado de clientes señeros llenaría por sí mismo todo este reportaje: Daniel de la Sota, Ricardo Hevia, Francisco Javier Sánchez Cantón, Filgueira Valverde, Iglesias Vilarelle, Blanco Porto, Aurora Vidal, Gonzalo Torrente Ballester ... son sólo algunos de esos nombres que fueron convirtiendo al Savoy en una cueva de intelectuales.



‘Paquito el del Savoy’ |Pero si algún nombre se perpetúa junto al del Café Savoy ese es el de Francisco Martínez, su irremplazable camarero, quien con catorce años entró de aprendiz en un local que llevaba aún poco tiempo abierto. Paquito, ‘Paquito el del Savoy’, como ya fue siempre conocido, se convirtió a lo largo de décadas y décadas de trabajo en el confidente de muchos de esos personajes, en el relator de las más variopintas historias que podían suceder tanto en los tiempos de la República, hasta la Guerra de Marruecos, comentarios que no hacían más que singularizar el paso de los clientes por el local hasta el punto de convertirse en un anecdotario andante del que da buena cuenta el periodista Rafael López Torre en la deliciosa semblanza que tras su muerte publicó en Diario de Pontevedra (27-02-2009), y del que conserva numerosas de esas anécdotas gracias a varias conversaciones con el simpar camarero y que a buen seguro verán la luz muy pronto, al igual que el propio local y al que ya Paquito no podrá regresar para dar la bienvenida a los clientes de aquellas formas tan originales como solía hacer.
Paquito también competía en terraza con el Carabela y, así, el duelo de casacas entre él y Eloy, bandejas plateadas en mano, galones en la casaca, deparaba los resultados más insospechados. Esa pequeña terraza elevada sobre un par de escalones, con sus sillas metálicas jugueteando con el empedrado, era el terreno de juego soñado por el vecino pontevedrés, primera en la ciudad y la que luego siguieron las del Carabela o el Blanco y negro presentaban al cliente ese ambiente ahora popularizado hasta la extenuación. Los jardines de don Casto Sampedro con la fuente que él mismo ayudó a conservar, el convento de San Francisco, los Soportales, el paseo de Antonio Odriozola (conocido antiguamente como del chocolate), el edificio modernista de Andrés Oscariz y Robledo, inteligentemente reformado de manera reciente por César Portela (hijo de aquel Agustín Portela que tantas horas pasó en el Savoy) y de Enrique Barreiro.

Rituales |Pero el Café Savoy, como cualquier otro café, tenía en el ciudadano, en el ser anónimo, en el cliente del día a día su fundamento como negocio. Parejas que subían a su parte alta a disfrutar su amor elevados sobre un idílico entorno, partidas de sobremesa, rápidas consumiciones de funcionarios, solitarios que veían pasar el tiempo a través de un cristal mientras se sostenía un café entre las manos, clientes que remataban de cubrir sus impresos para presentar en edificios oficiales; familias que, entre ‘Mirindas’ y vermús, acompañados por los inevitables manises y olivas, descansaban de un paseo dominical; largas horas de ancianos que mezclaban los recuerdos del ayer con la última historia del día, aficionados del fútbol o de los toros, que discutían sobre cómo se iba a dar la tarde tras retirar sus entradas en la taquilla que tradicionalmente se instalaba en una de sus mesas, la que se abría tras el ventanal que daba al Paseo de Antonio Odriozola.
Mientras, el campanario del Santuario de A Peregrina marcaba las horas de un tiempo que al entrar en el Café Savoy parecía suspenderse a la vez que se mezclaba con los olores procedentes de la pastelería de 'La Duquesita', templo del melindre; o cuando olía a otoño procedente del tren de castañas de Valentín. Así fue discurriendo una historia de memorias, de recuerdos, de tiempos que ya no volverán pero a los que Pontevedra no debería nunca renunciar.
Ahora se abre un nuevo tiempo, nuevas perspectivas de negocios que no sólo provocarán el destierro de los humos del tabaco, o las aceitunas, la hostelería demanda nuevas posiciones de mercado, ofrecer nuevas posibilidades al cliente y así parece que sucederá al conocer las primeras directrices que definen al nuevo establecimiento: vinoteca, dulces, chocolates, cócteles, helados o cafés italianos marcarán entre una decoración actual los nuevos tiempos del Café Savoy.
Desde esta primavera todo volverá a ser igual, los clientes volverán al Savoy a seguir haciendo vida, a seguir respirando una ciudad, ya lo decía Julio Camba: "¿Que a qué se va al café entonces? ¡Ah! es un secreto demasiado sutil para que pueda transmitirse por el medio grosero de la palabra. Sólo acierto a decir que, aunque muchos van al café para hablar de política o para jugar al dominó, los verdaderos hombres de café no van a eso ni a nada parecido. Van al café, y eso es todo. Van al café para estar en el café".





Publicado en Diario de Pontevedra 23/01/2011

martes, 18 de xaneiro de 2011

¿Por qué no te callas?



Cobra una suculenta pensión del Estado por los servicios prestados y no seré yo quien se la discuta, al igual que la del resto de ex presidentes; acaba de fichar por una de las grandes empresas del país en calidad de asesor y a lo mejor en pago por diferentes acciones beneficiosas para dicha empresa, y no seré yo quien le  discuta su libertad para trabajar para quien quiera, aunque a lo mejor no pueda parecer muy ético, al igual también que otros ex presidentes. Pero a diferencia de esos otros ex presidentes, José María Aznar López cada vez que abre la boca en público es para poner palos en las ruedas de un Estado al que ha servido y del que sigue sirviéndose. Palabras cargadas de ese mismo rencor que algunos iban ladrando por las esquinas y que ahora son dentelladas en las frágiles canillas de una España que bastante tiene con defenderse de sus enemigos para también hacerlo de sus amigos.


Publicado en Diario de Pontevedra 18/01/2011

domingo, 16 de xaneiro de 2011

Pieza única. Ecosistema actual

Hasta el 6 de febrero la Galería Sargadelos de Pontevedra acoge el trabajo de dieciocho participantes en el Máster de Investigación y Creación de la Facultade de Belas Artes de nuestra ciudad. Una reflexión individual de los artistas convocados sobre el acto creativo y su relación con la sociedad de la que parte la misma obra de arte. El resultado son dieciocho piezas que se defienden cada una a sí misma, alejándose de cualquier vinculación con el conjunto de la muestra y que finalmente se muestran como la carta de presentación de nuevos creadores.



Continúa la pontevedresa Facultade de Belas Artes produciendo nombres, emitiendo señales hacia el exterior para convocarnos ante su trabajo. Trabajo formativo, pero también trabajo experimental y de reflexión sobre el arte hoy y ahora. Desde los diferentes departamentos del centro académico se propicia esa discusión permanente sobre el artista y la sociedad, sobre la relación del creador con su medio planteada a través del hecho artístico. Así, desde esta semana podemos conocer en la sala de exposiciones de la Galería Sargadelos el resultado del primer Máster de de Investigación e Creación bajo el título de ‘Dieciocho unos’, en relación al trabajo individual y particular de los dieciocho participantes en la muestra. Alejados de un discurso común, exaltando esa isla particular e íntima en que se convierte cada artista.
Dieciocho creadores convocados para hacer del arte acción, de la creación posibilidad, y de la obra discurso. Y de hecho recorrer el trabajo de todos ellos nos permite rastrear varios de los ecosistemas de la modernidad, mucho de ellos, la mayoría, desarrollados desde una economía de medios, que, lejos de evidenciarse como un freno se convierte en motor y punto de ignición de unas obras tan sugerentes como atractivas para el visitante.
Bajo la coordinación de Mónica Ortúzar y Almudena Fernández se desarrollan estas piezas únicas, estos monólogos visuales que nos acercan a esas dieciocho registros individuales donde se encierran profundos contenidos conceptuales a través de la lucha de formas y soportes. Pinturas que se vuelven esculturas, fotografías que necesitan de la escultura, acciones con el espectador, reaprovechamiento de materiales de la nuestra sociedad, confusión, sorpresa... son parte del argumentario del arte contemporáneo como medio de expresión. Eso es lo que sucede cuando Miriam Cartagena nos presenta su circo, o cuando nos situamos ante el ‘tendal’ de Sara Álvarez, o ante los cinco cajones de vacaciones de Enrique Lista; pero también cuando vemos papiltar la obra de Cristina Ramírez, o ese ‘collage’ visual de Marta Fortes llamado ‘Alicia’, o ante la salida de emergencia de Marta Bran o cuando descubrimos los ‘vaciados’ de Josetxu Cárcamo entre la cerámica de Sargadelos. Todos ellos, al igual que el resto de participantes, Natalia Blanco, Carla Vijande, Sebastián Camacho, Daniel Diéguez, Lucía García Rey, Christian García Bello, Carlota Santiago, Paz Sangiao, M8k8, Andrea Outeiral y Marta Fariña nos presentan un  conjunto ilusionante de cara a un futuro cada vez más presente, para permitir el desarrollo de nuevas obras de arte, de nuevos discursos surgidos del artista, entendido en esta ocasión como ser único, como creador de una pieza con vocación de existir por sí misma, alejada del resto de obras que aquí se citan casi de forma casual como obras salidas de un taller, de un espacio de discusión que como vemos no deja de presentarnos los nuevos nombres de nuestro paisaje artístico. Los nuevos nombres del arte.


Publicado en Diario de Pontevedra 16/01/2011

A cidade


Critiquemos o exponencial incremento do seu presuposto, ou o non terse definido aínda a funcionalidade dos diferentes edificios, pero deixemos de criticar algo que ten un nome tan fermoso como Cidade da Cultura. Agora, con todo a medio facer, cos cartos feitos arquitectura, deixemos de marear a perdiz co de se ten sentido ou non, e adiquemos o tempo a atopar a forma de facer rendible a inversión realizada e buscarlle un sentido ó conxunto que permita que Galicia potencie a súa faciana cultural. Faciana chea de posibilidades e de argumentos dende todos os eidos imaxinables, que permitirían converter esa cidade nun faro no alto dunha montaña alumeando as nosas mentes. É unha mágoa deixarnos os miolos durante todo este tempo en mirar para atrás, en pensar o que se tiña que ter feito e non se fixo, en empezoñar a palabra cultura co lastre da política, en facer demagoxias sobre o destino que podían ter eses cartos (supoño que imaxinando que se adicasen a temas culturais), en dicir que unha arquitectura deste tipo procede doutro tempo sen pensar que a boa arquitectura é intemporal, e que encher ese espazo co maxín dos nosos creadores será o verdadeiro potencial dun polo de atracción para as xentes do exterior que virán a Galicia, ademais de para ver vales verdes, mares embravecidos, comer marisco e rezar ó Apóstolo, palpar o orgullo dun pobo por unha cultura feita cidade.


Publicado en Diario de Pontevedra 15/01/2011

xoves, 13 de xaneiro de 2011

Tócala otra vez...Xavi



Y la seguirá tocando una y otra vez, en una especie de orquestación rítmica que hace crecer a sus compañeros tanto como decrecer a sus rivales. Messi no se entendería sin Xavi, Iniesta tampoco, por mucho que le duela a José Ramón de la Morena y hasta el Barcelona tendría muy difícil mantener ese listón de éxitos tan elevado sin la manija del seis azulgrana. Su puesto es la clave del Barcelona de los últimos veinte años, lo siento Xaime pero tengo que volver a Cruyff, él se inventó dentro de su sistema a este medio centro de toque y visión de juego y creó, como Tim Burton en su fábrica de chocolate, una cadena de montaje para seriar el molde que ya inmortalizara en la figura de Pep Guardiola. Por aproximación fueron poco a poco surgiendo nombres como los de Iván de la Peña, Andrés Iniesta o Thiago Alcántara, variaciones en sucesivas generaciones del modelo inicial y que se erigen como continuadores de esa saga-sustento del juego culé.  Y así es como la plantilla blaugrana se ha ido salpicando de estos ‘locos bajitos’ como les llamaría Serrat, y que en verdad no dejan de ‘joder con la pelota’ mareando a todo aquel que se les ponga por delante.
El balón de oro se lo ha llevado Messi, con los mismos merecimientos y virtudes que Xavi Hernández o Andrés Iniesta. Cada uno de ellos no se entendería sin los otros dos, y todos se han mostrado  de manera ejemplar, alabando tanto a vencedores como a vencidos, conocedores de que ninguno sería lo que es sin el concurso de sus compañeros, y por extensión de un bloque que ha hecho de sus valores argumentario en el triunfo. Con los fastos ya superados y la permanente matraca periodística en torno al galardón francés, Xavi volverá a tocarla una y otra, como el pianista de Casablanca en un revival que eterniza una forma de jugar al fútbol amparada en la estética del gusto y que además, para pasmo de muchos, permite la consecución de triunfos. Éxitos aliñados con la sensación de que a través de estos jugadores el Barcelona ha hecho de su cantera un auténtico edén futbolístico, una área experimental que ha deparado al Barcelona sus mejores logros deportivos, pero sobre todo una sensación de calma en el club impensable hace pocos años. Y ello porque al banquillo también ha llegado una persona amamantada en Can Barça, el que fue el arquetipo de este esquema de jugador nunca debió pensar en que su segunda parte le superaría. Es de nuevo la representación entre dos jugadores de sus dos Barcelonas, el capitaneado en el campo por Pep Guardiola con Cruyff en el banquillo que presentaba la versión 1.0 del Dream Team, donde sólo se pensaba en el ataque como mejor arma defensiva, a base de brutales porcentajes de control del balón, pero que no estaban a salvo de que un equipo les cosiese al contraataque-basta ver la final de Copa de Europa perdida ante el Milán-, y al que llegamos ahora, con Xavi y Pep Guardiola que podría definirse como el Dream Team 4.0, tras las versiones de Van Gaal y Frank Rijkaard, donde a ese argumentario ofensivo se le ha unido una efectiva capacitación defensiva pero donde sobre todo es el ritmo de Xavi el que decide todo lo que pasa en el campo, y también fuera de él, hasta el punto de que un extraordinario jugador argentino ha ganado el balón de oro gracias a esa melodía con la que sale a danzar en cada encuentro. Mientras ésta suene, el Barcelona seguirá ganando, aunque los balones dorados no sean para el director de orquesta.


Publicado en Diario de Pontevedra 13/01/2011

domingo, 9 de xaneiro de 2011

50 años de una cosecha excelente

Varias de las películas más importantes de la historia del cine fueron realizadas en el año 1961, películas surgidas en Hollywood en medio de un momento crítico para el cine por la brutal competencia televisiva, pero que supo mantener, con algunas de ellas, el pulso del gran cine, ese que se transmite en trabajos como ‘West Side Story’, ‘Dos cabalgan juntos’, Uno, dos, tres’, ‘Desayuno con diamantes’, ‘El buscavidas’, o ‘Esplendor en la hierba’, mientras otras cinematografías no le andaban a la zaga con obras como ‘Yojimbo’, ‘La noche’, ‘Viridiana’ o ‘Plácido’.



La década de los sesenta fue la década del cambio en Hollywood. El sistema de estudios que había configurado el cine clásico de los años treinta, cuarenta y cincuenta se tambaleaba ante la dura competencia de la televisión y una nueva generación de espectadores con nuevas sensibilidades y gustos. Las taquillas se resentían y desde Hollywood se buscaban nuevas formas de hacer películas, renovando argumentos, adaptándolos a la realidad americana; haciendo surgir a nuevos actores y atrices o promoviendo nuevas formas de exhibición. Estos inicios de los sesenta se movían en esa indefinición de un tiempo que se acababa, ejemplarizado en el caos financiero y de producción de ‘Cleopatra’ (1963), y presentaba una serie de películas todavía con fuertes lazos con el cine anterior, pero en el que ya se anunciaba un nuevo tiempo. Ese tiempo que a finales de la década dinamitó totalmente el cine realizado hasta el momento, sería la llegada de los tiempos que tan sabiamente analiza Peter Biskind en su libro, esencial para comprender esta dinámica de cambio, ‘Moteros tranquilos, toros salvajes’, basada en grandes rasgos en el cambio de la forma de producir cine, buscándose más la personalidad del autor, que la maquinaria del estudio, en buena parte influido por las propuestas europeas surgidas de los nuevos cines como la ‘Nouvelle Vaugue’, y la presencia de directores formados en escuelas de cine.

Renovación de géneros | Inspirada en Romeo y Julieta de William Shakespeare, ‘West Side Story’ logró diez premios Oscar en la edición de 1961 y supuso la transformación de uno de los géneros por excelencia del cine clásico: el musical. Las luchas entre dos bandas de Nueva York, americanos originarios de Irlanda y puertorriqueños, se relacionaba directamente con una realidad del momento, de hecho esa adaptación surgió por parte de su director, Robert Wise, al leer una noticia relacionada con la proliferación de peleas entre grupos étnicos y servía para mostrar los permanentes conflictos raciales en la sociedad estadounidense. Pero la innovación en el género también se trasladó al apartado musical, con la impresionante Banda Sonora realizada por uno de los grandes, Leonard Bernstein, que supo fusionar diferentes ritmos: jazz, ritmos latinos, sonidos clásicos para crear una de las mejores bandas sonoras del mundo cinematográfico.
A la sombra de ‘West Side Story’ en este 1961 Hollywood produjo algunas obras imprescindibles, tanto en la historia del cine, como en la carrera personal de sus creadores. John Ford, desde su abrumador e imprescindible clasicismo, lograba el western más moderno que luego eclosionaría en la gloriosa ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ (1962), el mejor ejemplo del fin de una época en este género y la llegada de un nuevo tiempo. Decíamos que antes de ella, en 1961, John Ford filma ‘Dos cabalgan juntos’ con la pareja James Stewart y Richard Widmark, ambos deben adentrarse en territorio indio a la búsqueda de unos niños secuestrados hace años por los comanches. La película sería un ejemplo más del western de John Ford, pero va un poco más allá, al plantear una larga secuencia con la cámara fija ante ambos protagonistas sentados junto a un río y conversando sobre la vida, de sus deseos y anhelos. Sin caballos ni disparos, dos hombres charlando en un mundo que tocaba a su fin. Este largo plano deslumbró a los jóvenes franceses que planteaban desde Europa el nuevo rumbo del cine. El del cine de autor, el de un cine basado más en la acción del director que en la del productor Aquellos dos vaqueros, cansados de su propio tiempo, fumando un puro y dialogando tranquilamente junto al cauce de un río es quizás lo más destacado de esta película deudora de su gran obra ‘Centauros del desierto’, pero bastante alejada  de ella en su resultado final.
En la comedia este año nos aportó una de las más destacadas del género, ‘Uno, dos, tres’ de Billy Wilder, una crónica ácida sobre el telón de acero y cómo el capitalismo y el comunismo chocan entre sí. Billy Wilder recuperó al mítico James Cagney como actor protagonista para encarnar a un empresario de una marca de refrescos empeñado en introducir su bebida en la URSS, pero la llegada de una alocada joven pondrá todo patas arriba. El director de nuevo nos plantea uno de sus soberbios guiones y sobre todo unos diálogos chispeantes y audaces, llenos de una inteligencia cada vez menos frecuente en el cine del momento y ya prácticamente extinguida en la actualidad.
Otra película destacada este año será ‘El juicio de Nuremberg’, también conocida como ‘Vencendores y vencidos’, dirigida por Stanley Kramer y que se erigía como una de las aproximaciones más serias a los acontecimientos de la II Guerra Mundial y al juicio realizado a varios criminales nazis, todo ello, como en la comedia de Wilder enmarcado en la especial situación que durante esta década se vive en el contexto de la Guerra Fría. Como también fue destacada la película que despidió al gran icono de Hollywood Clark Gable y a una de las grandes estrellas del momento, Marilyn Monroe, bajo la dirección de John Huston en un singular western, ejemplo de esa mezcla de géneros que fue ‘Vidas rebeldes’.


Nuevos rostros |Los años sesenta, entendidos ya como una década de cambio, trajeron consigo la llegada de nuevos directores y nuevos rostros en la pantalla, empezaban a surgir los Marlon Brandon, Paul Newman, Robert Redford, Jack Nicholson, Steve McQueen, Warren Beatty, Dennis Hopper, Natalie Wood, Julie Christie, Anne Brancroff, Barbara Streisand,  y directores como Arthur Penn, Norman Jewinson, Mike Nichols o Woody Allen. Todos ellos empezará a desfilar por películas que marcaron esta década, y especialmente este año, con dos ejemplos muy definidos, por un lado 'Esplendor en la hierba', dirigida por Elia Kazan con Natalie Wood y Warren Beatty, en su debut cinematográfico, y donde las convenciones sociales se imponían al amor entre una pareja de jóvenes. Otro modelo será 'El buscavidas' de Robert Rossen, interpretada por Paul Newman. Una película excepcional, lo que se dice cine en estado puro, donde todo, todo, está perfectamente ajustado: historia, planificación, fotografía, diálogos y un espectacular trabajo de actores, no sólo de su protagonista principal, sino de actores como Jackie Gleason o George C. Scott, en una película que habla del juego, de los billares en los bajos fondos, pero sobre del ser humano y de su maduración, en definitiva las lecciones de la vida sobreimpresionadas en un inolvidable blanco y negro sobre el que estallan las luces que iluminan las mesas de billar y los rostros de unos personajes incapaces de escapar de su propia historia. Una obra de arte.
El recientemente desaparecido Blake Edwards firmará el que será su trabajo más recordado, incluso por encima de otras películas, que podríamos entender como mejores, pero lo cierto es que en 'Desayuno con diamantes', y junto a Audrey Hepburn, supo componer una atmósfera que nos arrastra a la historia melancólica de esa joven que busca escapar de esos días rojos refugiándose ante el escaparate de Tiffanys, la tienda de diamantes donde sabe que nada malo le puede suceder.
El resto del mundo tampoco se quedaba atrás y así hay títulos que merecen, por lo menos ser citados en este recorrido centrado en ese Hollywood lleno de dudas y a punto de cambiar totalmente sus planteamientos. En Francia, 'El año pasado en Marienbad' de Alain Resnais (León de Oro en Venecia); en Italia, Roberto Rosellini dirigió 'Viva Italia'; Antonioni, 'La noche', mientras aplaudían la concesión del Oscar a la mejor actriz a Sofía Loren por su papel en 'Dos mujeres' (1960) de Vittorio de Sica; en Japón, el genio de Kurosawa paría '’Yojimbo', y el indio Satyajit Ray dirigía un documental sobre Rabindranath Tagore.

Dos obras maestras del cine español: Plácido y Viridiana

También el año 1961 deparó para el cine español dos auténticas obras maestras, diferentes, pero ambas llenas de cualidades. Luis García Berlanga dirigía ‘Plácido’, quizás su película más redonda, lo que dicho de este director significa que estamos ante su gran película. Esa colmena de personajes que sientan un pobre a su mesa de Navidad es uno de los reflejos más lúcidos de la sociedad española del momento. Sociedad que bajo las alargadas sombras del franquismo acogió el retorno a España de Luis Buñuel procedente de México. Casi a hurtadillas el director aragonés filmó una de sus grandes películas: ‘Viridiana’, con la actriz Silvia Pinal y la producción del marido de ésta, Gustavo Alatriste deseoso de satisfacer a su mujer al querer trabajar con el mejor director que había en México. La película fue una bomba de relojería en España y las cintas tuvieron que salir del país entre los trastos de un torero para llegar a Francia. Pese a todo llegó a tiempo de ser exhibida en el Festival de Cannes, logrando la Palma de Oro, lo que atizó las conciencias del régimen incapaz de entender como su censura fue incapaz de detener este proyecto. La película fue criticada por la iglesia, y desde el Vaticano se preguntaban cómo España había permitido la producción de una película tan blasfema.
Todavía hoy parecen resonar las risotadas de Luis Buñuel tras lograr este revuelo internacional con una película llena de sus obsesiones, los ingredientes particulares que hicieron de su cine una obra singular, a la altura de los mejores directores de la historia del cine. En ‘Viridiana’ se plantea la relación entre una novicia, que está a punto de tomar el hábito, y su tío, interpretado por Fernando Rey, en la residencia de éste, por la que irán pasando diferentes personajes que transformarán el carácter de la protagonista. Entre sus muchas secuencias, dos han pasado a ser referentes del cine español, la recreación que de la Última Cena se hace con un grupo de mendigos y la escena final, con un trío jugando a las cartas bajo el que se esconden numerosas lecturas.


 
Publicado en Diario de Pontevedra 09/01/2011