domingo, 21 de agosto de 2011

Porque no todo es comedia

Clásicos para un verano (VII). Citar a Billy Wilder es hablar de uno de los mejores directores de la historia del cine, un genio llegado de Europa al universo de Hollywood para llenar de sátira y cinismo un cine demasiado complaciente con la realidad. Normalmente esta situación la afrontó desde la comedia, pero su destreza también tuvo continuidad en otros géneros a los cuales supo aportar un plus de diferencia. ‘Perdición’ (1944) es puro cine negro, una obra maestra que nos muestra a un Wilder alejado de la comedia.



Pocos nos han hecho reír de una manera tan inteligente como él. Pero también pocos supieron que en la vida de la risa a la tragedia sólo hay un pequeño paso reflejado en una delgada línea. Billy Wilder, el Dios de la comedia, traspasó en varias ocasiones esa línea: ‘Testigo de cargo’, ‘Días sin huella’, ‘El gran carnaval’ o ‘El crepúsculo de los Dioses’ son buena muestra de ello, de cómo se puede reflejar la realidad tras un rictus de seriedad, con una mirada-no por ello alejada de ese cinismo, marca de la casa- tan lúcida como amarga sobre el ser humano. Ni más ni menos que el objetivo último de su cine.
Procedente de la Europa Central, tras vivir en la Viena y el Berlín de los años veinte, Billy Wilder había conocido una forma de ver la realidad donde el artista se dedicaba a modificarla estirándola a su antojo, pero también a buscar en un realismo, en demasiadas ocasiones rozando la sordidez, una lupa bajo la que escrutar el comportamiento del hombre. George Grosz o Otto Dix así lo hicieron en su pintura y el director de cine marchó con sus maletas repletas de este imaginario que definió buena parte del arte europeo de entreguerras. Pero él no viajó sólo a los Estados Unidos, fueron muchos los directores que huyeron del panorama bélico y en ese Hollywood de estrellas y maravillosos estudios de cine poder desarrollar todo su potencial artístico. Así lo hicieron Fritz Lang, Robert Siodmak o Otto Preminger, estos tres nombres no son elegidos al azar, todos ellos realizaron excelsos ejemplos de cine negro. A saber: ‘La mujer del cuadro’, ‘La dama desconocida’ o ‘Laura’ respectivamente, todos ellos poseían ese registro visual de luces y sombras que caracterizó a un expresionismo que inflamó el cine alemán de entreguerras y en el que todos ellos se iniciaron en el mundo del cine y que impregnaron el cine americano. Cada uno de ellos poseía además un registro singular dentro de ese género esencial en el devenir de la historia del cine y que eclosionaba en las décadas clásicas, las de los años treinta y cuarenta.
Billy Wilder sabía que fuera de los estudios, en las calles y altos edificios de esa sociedad americana que acababa de acogerle, había materia más que suficiente para confeccionar un guión, incluso si éste era de cine negro. Siempre atento a esa realidad Billy Wilder reparó en la falta de una de sus secretarias una mañana, ante esa ausencia preguntó y una compañera de aquella le comentó que se encontraba en el lavabo leyendo una historia. Aquella historia era ‘Perdición’, una novela realizada ocho años antes por James M. Cain, que había circulado por varios estudios pero que se iba ahogando bajo la pesada losa del Código Hays que veía en ella un manual sobre cómo realizar un asesinato en un ambiente lujurioso y de deseos hacia una mujer casada. Pero Billy Wilder sabía que en aquella novela había una historia para una buena película, un relato demasiado sórdido y hasta mezquino que no era del agrado de quien llevaba ocho años realizando guiones junto a él, Charles Brackett. La sociedad de ambos se diluyó y el director buscó un escritor que supiese llevar a cabo semejante relato. Títulos como ‘Adios muñeca’ o ‘El sueño eterno’ eran aval más que suficiente para recurrir a Raymond Chandler, excelente escritor de novela negra, pero sin experiencia como guionista. Para eso ya estaba Billy Wilder, autor de alguno de los mejores guiones de la historia del cine. Ambos cumplieron el ritual clásico de encerrarse a trabajar, a preparar una historia, a rematar diálogos, pero la convivencia fue terrible. El escritor no soportaba la forma de vida del director. Sus constantes interrupciones a la hora de trabajar o sus frecuentes aventuras con mujeres, hicieron que entre ambos no hubiese una buena relación. Aquello según el propio Wilder era “como estar casado”, pero lo cierto es que pocos matrimonios han sido tan fructíferos como aquel. ‘Perdición’ se basa en un modélico guión, lleno de inteligentes giros inesperados, de sutiles escenas donde las miradas y las posiciones de cada uno de los personajes hablan del trabajo excepcional del director, y con unos diálogos sorprendentes por su modernidad, audacia y por esconder bajo sus palabras una carga erótica y hasta cruel que definía de manera ejemplar a sus personajes.
Y es que si otro elemento define a esta película es el valor de esos seres condenados por sus bajas pasiones, unas sexuales, otras económicas. Deseo y avaricia que accionan todos los recursos narrativos que fluyen en una película donde una atmósfera agobiante deja sin resuello al espectador, ante esa historia que sirve también para poner en jaque a la sociedad americana, llena de especuladores, de aprovechados que buscan mediante el engaño un aprovechamiento personal frente al interés de la colectividad. Y todo ello bajo una estructura narrativa propia del cine negro, la voz en off que durante toda la película relata lo sucedido o los continuos flash-backs dejan bien a las claras el medio en el que estamos. Pero si hasta ahora todo es brillante y casi perfecto, no lo es menos el trabajo de los actores, Fred MacMurray, famoso por sus comedias desemboca aquí todo su talento en la que quizás sea su mejor interpretación en el cine; Barbara Stanwyck, frágil en apariencia, pero terrible en su comportamiento es la mujer que hace que el actor protagonista consiga realizar un seguro a su marido para posteriormente ser él mismo quien le asesine, y finalmente Edward G. Robinson, un actor que de no existir habría que inventarlo. Siempre perfecto, en esta película ese ‘enanito interior’ que posee es quien irá deshilando la madeja en la que nos había enredado un director singular, excitante e incomparable: Billy Wilder.



Perdición (Double indemnity, 1944)
Blanco y negro.
Director: Billy Wilder.
Guión: Billy Wilder y Raymond Chandler.
Fotografía: John Seitz.
Producción: Buddy G. DeSylvia y Joseph Sistrom para Paramount.
Dirección artística: Hal Pereira, Hans Dreier, Bertram Granger.
Música: Miklós Rózsa.
Duración aproximada: 107 minutos.
Estreno: 24 de abril de 1944
Intérpretes: Fred MacMurray, Barbara Stanwyck, Edward G. Robinson, Porter Hall.
Argumento: En la ciudad de Los Angeles, un agente de una compañía de seguros (Fred MacMurray) y una cliente (Bárbara Stanwyck) traman asesinar al marido de esta última para así cobrar un cuantioso y falso seguro de accidentes. Todo se complica cuando entra en acción el investigador de la empresa de seguros, Barton Keyes (Edward G. Robinson). La película obtuvo siete nominaciones a los Oscar entre ellas las de mejor película, director y guión.




Publicado en Diario de Pontevedra 14/08/2011

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