xoves, 28 de outubro de 2010

Un mundo entre la razón y la imaginación

Genio de la literatura universal, su gran obra ‘La Saga/fuga de JB’ respira la ciudad de Pontevedra por los cuatro costados. En ella, Gonzalo Torrente Ballester fue feliz, así lo dijo, y mantuvo un cariño especial por la capital en cuyo instituto impartió clases. Este año 2010 conmemora el centenario de su nacimiento y entre sus diferentes actos, ninguno de ellos iniciado desde la propia Pontevedra, surge esta exposición organizada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales que en su itinerancia se detiene en el Museo de Pontevedra. 


Imaginemos. Un enjuto hombre de gruesos y oscuros vidrios cierra la puerta de su vivienda en el fondo de la calle Arzobispo Malvar. Atraviesa la plaza de Valentín García Escudero, mientras deja llevar su mente tras ver cruzar el puente de O Burgo a un grupo de peregrinos, ¿quién sabe cuantas historias se encierran tras su caminar? ¿Cuántas aventuras les aguardarán todavía hasta que lleguen al sepulcro apostólico? Por la calle Sierra se entretiene observando el ajetreo que provoca el Mercado de Abastos, un bullir de gentes del entorno de la ciudad que hasta aquí vienen para poner en venta su mercancía. Todo un espectáculo al que no renuncia quien tanto gusta de observar las conductas del ser humano. Dobla la esquina y entra en el nuevo edificio del Museo de Pontevedra. Allí dicen que se cuenta la historia de ‘Los mundos de Torrente Ballester’, un recorrido por las diferentes facetas de un escritor que hizo de la mezcla de razón y fantasía las principales armas de su admirada literatura. Una vez en el interior de esa novedosa arquitectura, el escritor se muestra rehacio a adentrarse en su propio viaje interior y decide dar unos pasos más hasta una sala anexa a la exposición que hasta allí le había convocado. En esa otra sala se exhibe una magnífica exposición de fotografías, resultado del concurso convocado por Purificación García, son esas fotografías las que reclaman su atención. Don Gonzalo fue un amante de esta técnica artística y es precisamente desde la fotografía desde la que se vertebra íntimamente esta muestra con la ciudad de Pontevedra, ciudad en la que fue feliz, que ya es mucho en esta vida; ciudad en la que pregonó sus fiestas, en la que se inspiró para su monumental novela ‘La saga/fuga de JB’ y en la que fue nombrado hijo adoptivo. Y por si fuera poco, ahora aparecen estas fotografías, que revelan varios aspectos: por otros, el ser un hombre de su tiempo, algo que en su obra ya se aprecia y que él mismo afirma en una de las frases que adornan la exposición, otra el reconocer en el mundo de la imagen una gran capacidad expresiva y, finalmente, su apuesta por la tecnología, no sólo ya desde la imagen fotográfica, sino también, por el empleo de grabadoras y ordenadores en el transcurso de su vida. Pero son esas fotografías las que destilan su amor confeso, y escrito en líneas manuscritas por esta Pontevedra a la que llegó en el verano de 1964 y de la que se fue el día de San Ramón, un 31 de agosto, de 1966 rumbo a la Universidad americana de Albany, tras haber recibido una invitación para impartir clases de Literatura española. Desencantado con una España que no le hacía caso, y sobre todo con la marginación tras haber publicado una de sus grandes obras ‘Don Juan’. A Estados Unidos parte con esa maleta de tristeza y con previsión de tener bastante tiempo libre que dedicaría a escribir y leer.
Torrente Ballester contaba ya con 56 años de edad cuando había finalizado la trilogía que conforman ‘Los Gozos y las sombras’, escrito su ‘Don Juan’ y su primera novela ‘Javier Mariño’. Esta labor la compaginó con su principal trabajo, como siempre lo consideró, la enseñanza, impartiendo clases en diferentes centros académicos.
De todo ello da cuenta la exposición en la que se tratan los diferentes aspectos de su poliédrica personalidad. Comienza el recorrido con ese vínculo tan especial que se conformó en los poco más de dos años de vida que desarrolló en Pontevedra, enlazando con ese descubrimiento que tiene lugar de su fotografía. Ferrol o Pontevedra serán los escenarios de su cámara, con un conjunto de imágenes que nos hablan de su interés por la composición, con planos meditados y no realizados al azar. A ellos se enfrenta el trabajo de uno de los fotógrafos gallegos más importantes del momento, otro ferrolano, Vari Caramés, quien se paseó por las ciudades de su vida: Ferrol, Madrid, Pontevedra y Salamanca, un mágico paseo en blanco y negro que respira por los poros que fueron conformando la vida del escritor. A partir de ahí, creación pura, el Torrente Ballester periodista, el crítico teatral, el narrador, el apasionado por la música, las artes plásticas, el cine, su relación con Cervantes y el salto pormenorizado a sus obras, trabajos como ‘Los gozos y las sombras’, ‘Don Juan’, ‘La Saga/fuga de JB’, ‘Fragmentos del Apocalipsis’, ‘La isla de los jacintos cortados’, ‘Dafne y ensueños’, sus aficiones: las maquetas de barcos, una colección de teteras, su voz grabada, los retratos que numerosos pintores le realizaron, los premios Planeta, Cervantes y Príncipe de Asturias, las llaves de su Ferrol natal, su expresa declaración de lo importante que para un pueblo es preservar su lengua, excusándose por no escribir en gallego y valorando a quienes se han encargado de su preservación, Compostela... aristas de una vida escrutada al máximo.
Un esfuerzo expositivo que merece el reconomiento de sus comisarios, los otros dos vértices de un triángulo bañado por el Lérez, la profesora universitaria y experta en la obra de Torrente Ballester, Carmen Becerra y el crítico de arte Miguel Fernández Cid. Ambos han sabido captar de manera didáctica y amena, algo no siempre fácil en este tipo de muestras, todas esas vertientes torrentinas y aunarlas en un conjunto global comprensible y cercano, sobre todo para el espectador que no esté muy próximo a la obra del escritor gallego. A través de este planteamiento, nos damos cuenta de la magnitud del trabajo de Torrente Ballester, de su monumental legado a la humanidad a través de unas palabras en las que, como consta en una de las impagables frases que van coronando la exposición, “No es que yo quiera escribir de manera brillante, lo que quiero es que cada palabra sea como un pinchazo que despierte imágenes vivas”.
Y no son sólo vivas imágenes las que nos encontramos en las diferentes vitrinas, sino que también nos encontramos al mismísimo escritor a través de sus huellas más personales. Objetos como sus lentes, sus plumas, sus grabadoras, objetos de uso diario, ese espejo que, regalo de su tía, le acompañó en todas sus viviendas y, sobre todo, sus correcciones o sus textos manuscritos. Ahí es donde se respira al Torrente vivo, al hombre que soñó con mezclar imaginación y razón para componer algunas de las páginas más brillantes de nuestra literatura. Un ser que mantiene firme su presencia a través de esos objetos, o de la diferente documentación que se muestra, desde las notas de su carrera en la Universidade de Compostela hasta una carta que dirige al ministro Manuel Fraga para solicitarle su intervención ante la pretensión de la censura de eliminar fragmentos de su obra 'Off-side'.
Textos que, lejos de evadirse de su literatura, son pura narrativa, y una delicia en la que detenernos mientras recorremos la exposición, otro de esos documentos es un texto auto biográfico, donde comienza a discernir sobre la conveniencia de su nombre para darse a conocer en el mundo de la literatura. Letras golpeadas con la máquina de escribir y posteriormente corregidas de manera manuscrita son el rastro de esa escritura de imágenes para vivir. Y, precisamente, de eso se compone la exposición de imágenes que nos trasladan a la vida y obra de uno de los mejores escritores en lengua castellana. Recorrer la exposición 'Los mundos de Gonzalo Torrente Ballester' significa adentrarse en esa mezcla de imaginación y razón. En qué parte se produce ese cóctel, decidámoslo con nuestra presencia, y si nos descuidamos a lo mejor podemos reconocer la presencia de un hombre ligero de físico que entra y sale de estos mundos para comprobar, en la sala contigua, cómo aquel descubrimiento suyo de la fotografía ha evolucionado y se ha establecido en nuestros días como expresión artística. Algo que el Torrente pontevedrés ya intuyó durante su querida estancia junto al Lérez.

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